Laura Cabeza Cifuentes
Antropóloga con opción en literatura. Magíster en literatura
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Estuve en Bogotá unos días con sus noches. Hace mucho tiempo que no estaba sola en ninguna parte por más de doce horas. Fui para asistir, particularmente, al Festival de escrituras expandidas La Palabra en el Espacio, un esfuerzo conjunto entre la carrera de escrituras creativas de la Universidad Central e IDARTES que promueve esta corriente literaria que ha tomado fuerza particularmente en lo que va del presente siglo.
Qué experiencia maravillosa. Para mí el gran encanto de Bogotá es la amplísima y diversa oferta de culturas y artes. Asistieron invitados nacionales e internacionales de una profundidad espiritual y compromiso social que, sin duda, reivindica las artes al ubicarlas más allá del espectáculo. En la búsqueda, en el encuentro.
Desde investigaciones agroecológicas apoyadas en dispositivos móviles con comunidades rurales del fin del mundo, hasta pasaportes existenciales, pasando por diálogos ancestrales y experiencias de expansión personales y colectivas con el semillero de investigación de escrituras expandidas de la Universidad Central en manos de las hermosas y multidimensionales, Mora y Celeste.
Leímos en comunión con otras personas del mundo sentadas sobre la carrera séptima haciendo un uso singular de los sentidos con la intervención de las “cápsulas sonoras” de Rocío Cerón, quien en su conferencia nos deja muchas inquietudes (y si no, para qué) sobre el devenir del arte mismo y su relación con las TIC´s ¿Es necesario regresar a lo análogo o dejarse ir?, concluyendo que el antídoto está en la dosis.
El festival tendrá una muestra del 30 de agosto al 3 de septiembre en el antiguo y exquisito Teatro Faenza, vale la pena ir, no solo por la riqueza de las propuestas que se exponen, sino además por el solo placer de estar un rato dentro de ese teatro que este año cumple un siglo de existencia y en sí mismo es una obra de arte.
Simultáneamente, Colombia al parque, exposiciones abiertas en diferentes museos de la ciudad, Concha Buika en el colsubsidio, talleres familiares de promoción de lectura en la Luis Ángel, etc. Me enteré, además, que se viene un festival de artes vivas que suena tremendo.
Sin embargo, en medio de tanta belleza, vi una ciudad roída por la polución y el “desarrollo”, una ciudad apocalíptica, sola y abandonada. Hablo particularmente de la calle 72 hacia el sur hasta el centro, entre la 68 y la 5.ª (mi zona), especialmente en horarios no laborales.
Me impactó tanto que de inmediato mi espíritu investigativo entró en modo rastreo. Me di cuenta de que Bogotá, la ciudad capital de Colombia, ya no cuenta con servicios de transporte público, masivo después de las doce de la noche, y que él mismo, va disminuyendo pasadas las 8 de la noche por lo que la población que circula también, la ciudad se va quedando sola y se va volviendo peligrosa. Tuve que descargar una app para poder moverme con “tranquilidad” lo que me llevó a invertir más dinero en transporte que en comida, aterrador, casi tanto como caminar sola por la soledad de las calles nocturnas.
Finalmente, un conductor del servicio de transporte por alquiler me contó que el transporte público nocturno era una de las cosas que se había llevado la pandemia. Antes, como siempre, había unos colectivos que circulaban cada tanto entre las doce de la noche y las cuatro de la mañana, pero que una noche él había salido tarde a esperar el colectivo y que nunca pasó ¿ni a él, ni a ninguna otra persona en Bogotá, al parecer, le inquietó el tema? Me pregunté y me sigo preguntando por aquellos que no tienen para alquilar un carro de servicio privado y tienen una emergencia, entendí por qué el transporte público a partir de las ocho de la noche empieza a pasar casi vacío (ya todos o la mayoría están en casa), comprendí el aumento de bicicletas en la ciudad (punto para el medio ambiente) y me quedé dándole vueltas a la perversa, pasiva y sutil represión de los sistemas de control. Pero en general me divertí.
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