Felipe Polanía
Educador Artístico y Mediador Cultural
Viviendo en Zurich, en condición de exilio
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Hace años llegué una tarde de otoño a Kreuzlingen, un pueblo suizo a las orillas del lago de Constanza, con una botella de vino Pinot Noir, una cepa de uva que se cultiva alrededor del lago de Constanza. Hace más de dos mil años la uva llegó desde Asia al mediterráneo europeo, de la mano del trigo y el olivo. En otoño los viñedos que pueblan las orillas del lago maduran con deseo de ser embotellados.
Pensé que un Pinot Noir de la región, sería la mejor forma de saludar a Juan, un colombiano que se encontraba en el Centro Federal de Asilo. Frente a las aguas del lago, sentados en la banca de un parque, tomamos el zumo fermentado de la Pinot Noir y escuché su historia.
Me cuenta que fue un líder social. A los cincuenta años ya había sido desplazado varias veces al interior de Colombia. A donde quiera que llegara, lo hostigaban los paramilitares. Un día ocurrió algo más grave, algo de lo que no quiere hablar y supo que debía huir fuera del país. Organizaciones de Derechos Humanos le ayudaron a esconderse, primero, y a salir de Colombia, después.
Esas organizaciones lo dejaron en manos de las autoridades suizas. Ahora estaba allí, en ese Centro. Un lugar que parece una mezcla de cárcel y albergue para personas sin techo. Al principio, me dice, no entendía nada de lo que hablaban quienes administraban el centro ni las otras personas, procedentes de regiones alejadas de los ríos que le vieron crecer.
Cuando le pregunté por el hecho que había desencadenado la huida del país no dijo nada, se tomó un sorbo largo de vino y permaneció por varios minutos en silencio. Miraba la inmensidad del lago de Constanza. Sus ojos se pusieron como la escarcha del lago en invierno y sus labios se apretaron lentamente, tratando acaso de contener un lamento. Después de unos minutos volvió a beber un trago de vino y dijo tratando de que la voz no temblara, “Esto está muy bueno, pero ahora lo que caería bien sería un vaso de chicha de maíz”.
Hasta el día de hoy, Juan nunca ha hablado de lo que ocurrió antes de salir del país. Algunos hechos duelen demasiado en el recuerdo como para poder expresarlos en palabras.
El testimonio de Juan no aparece en el informe de la Comisión de la Verdad, creada por los acuerdos del Teatro Colón en 2016. Juan tampoco se ha inscrito en el registro nacional de víctimas. Al no estar registrado en los bancos de datos y no figurar en los informes de la comisión, ¿es Juan una víctima?
Aunque la respuesta parezca más que evidente, la definición de víctima no lo es siempre. El concepto víctima es todavía muy impreciso.
El origen etimológico de la palabra se encuentra en el sacrificio ceremonial. Posteriormente, la secularización del término permitió que la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, en 1985, lo definiera de la siguiente manera:
«Se entenderá por «víctimas» a las personas que, individual o colectivamente, hayan sufrido daños, inclusive lesiones físicas o mentales, sufrimiento emocional, pérdida financiera o menoscabo sustancial de los derechos fundamentales, como consecuencia de acciones u omisiones que violen la legislación penal vigente en los Estados Miembros, incluida la que proscribe el abuso de poder».
En estricto derecho, la víctima es el titular de un bien jurídico protegido, que ha sido lesionado o puesto en peligro a través de la comisión de un delito. Pero la relación entre lesión, perjuicio y el reconocimiento jurídico de un derecho o la condición de delito, no siempre es claro. Para el filósofo francés Alain Badiou, por ejemplo, víctima es un término variable que se decide desde la política: “en toda la historia del mundo, políticas diferentes, tuvieron víctimas diferentes”.
En los planos jurídicos, la víctima es un sujeto de derechos que debe gozar de protección especial y a quien hay que resarcir por el daño sufrido. Sabemos qué es la víctima, pero no siempre es claro quién es víctima.
Mas allá de los marcos jurídicos, se identifica a la víctima en una posición de sufrimiento e inocencia frente a un poder mayor que ejecuta una injusticia. La víctima esta siempre vinculada al hecho que provoca el daño, como contraparte pasiva de quien realiza el acto destructivo. No hay víctima sin victimario.
La víctima es alguien que se encuentra atrapado en una relación de poder asimétrica. Para el diccionario Oxford la víctima es “Alguien que está reducido o destinado a sufrir bajo alguna agencia opresiva o destructiva”. La víctima habita la inocencia frente a la vejación y establece un vínculo entre el sufrimiento individual y los marcos sociales de la persona que sufre. Ese vínculo expresa la memoria colectiva y el sentido de justicia de la sociedad a la que pertenece la víctima.
Al estar vinculada a un hecho destructivo e injusto producido por un otro, la víctima es atada a un rol pasivo y de sufrimiento, sin capacidad de transformar la realidad.
Para el autor italiano Daniele Giglioli hay un dispositivo retórico en torno a la figura de la víctima, que la hace atractiva y funcional para los discursos del poder. Ser víctima, afirma Giglioli “inmuniza contra cualquier crítica, garantiza la inocencia más allá de toda duda razonable. ¿Cómo podría la víctima ser culpable, o responsable de algo?”. El lugar de la víctima otorga legitimidad a los discursos del poder: “Si el criterio para distinguir lo justo de lo injusto es necesariamente ambiguo, quien está con la víctima no se equivoca nunca».
Desde las luchas feministas contra la violencia de género se ha resignificado la idea de la víctima como sobreviviente, alguien que aún puede decidir sobre su vida.
El caso de Gisele Pelicot, una ciudadana francesa que durante más de una década fue drogada y violada por su marido y otros 50 hombres, muestra que liberarse del rol pasivo y anónimo de víctima, puede transformar las realidades victimizantes.
Con su actitud, Gisele Pelicot ha resquebrajado la cultura normalizada de la violación y ha señalado las inconsistencias de la normativa que penaliza la violación en Francia. La sobreviviente ha afirmado que con sus hechos quiere “que la vergüenza cambie de bando”.
Juan, el líder social que encontré junto al lago Constanza, es un sobreviviente de los crímenes de Estado en Colombia.
Como miles de sobrevivientes, él no ha parado en su lucha por justicia. Desde el exilio ha seguido activo en la solidaridad con Colombia, denunciando muchos casos de violaciones a los Derechos Humanos, aunque aún calle los dolores propios. Después de muchos años ha conseguido reconstruir su vida entre huertas de verduras y nietos que le han nacido en el exilio.
Cada otoño hace chicha de maíz. La comparte, como en una liturgia, con sus amistades. Nos recuerda que, ante el odio del poder, sobrevivir es la mejor venganza.
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