Sofía López Mera
Abogada, periodista y defensora de derechos humanos – Corporación Justicia y Dignidad
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«El sur, los vientos del sur traen el cambio», dijo el presidente Gustavo Petro. Y así fue: el sur le dio fuerza y votos al proyecto que hoy nos gobierna. Pero esos vientos, antes de esperanza, hoy son vientos de muerte.
Mauren Alejandra Ulchur tenía apenas catorce años. Su uniforme escolar aún olía a infancia, Eso no detuvo a quienes la arrancaron de su salón en el Instituto Técnico Agrícola de La Plata, Huila, a finales de agosto de 2024. No fue la única. Otras siete niñas fueron llevadas, mediante engaños, como si en esas aulas solo hubiera cuerpos a disposición de la guerra.
Gracias a la intervención de Naciones Unidas, seis de las niñas lograron regresar. Mauren Alejandra no fue una de ellas. La encontraron el sábado 23 de noviembre, enterrada en una fosa común en El Ceral, una vereda montañosa de Buenos Aires, Cauca. Murió en medio de un combate entre el Frente Jaime Martínez del Estado Mayor Central (EMC) y el Ejército de Liberación Nacional, ELN.
En el colegio donde fue reclutada, las clases continúan como si nada. Ocho menores arrancadas de ese plantel, un informe de la Organizaciones de las Naciones Unidas (ONU) sobre este delito y aún no pasa nada. Ni la denuncia, ni la muerte, ni el terror logran que la pesada maquinaria del Estado se mueva con eficacia.
Laura Andrea Duarte, de 21 años, tampoco tuvo opciones. La promesa de un trabajo en el Alto Naya la hizo salir de su casa sin mirar atrás. No sabía que el «empleo bien pagado» la llevaría a ser controlada por el mismo grupo Jaime Martínez. Se negó a ser reclutada. La asesinaron. Su familia busca su cuerpo. Hasta ahora, ha encontrado consuelo en otras familias que también buscan a sus hijos desaparecidos.
Erika Vanessa Trochez tenía 17 años cuando el mismo frente la tomó. Fue llevada a un campamento en Villa Colombia, Jamundí, Valle del Cauca. Su madre, una mujer de fuerza desgarradora, llegó hasta donde estaba su hija para pedir que se la devolvieran. Suplicó, lloró, exigió. La respuesta fue un castigo: Erika fue trasladada a Buenaventura, más lejos, más inaccesible. Hoy no se sabe dónde está. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos otorgó medidas cautelares, en favor de la menor. Pero los días pasan y el silencio del gobierno nacional es sepulcral.
Hellen Sofía Chilo, de 12 años, fue vista por última vez el 20 de noviembre de 2024 en Santander de Quilichao, Cauca. Tenía puesto su uniforme escolar. Versiones indican que caminaba acompañada por un adulto desconocido, quien, aparentemente, la llevó hasta Popayán.
Sofía Oviedo salió el 2 de noviembre, al final de la tarde, a pasear su mascota por las calles del barrio San Pedro en Palmira, Valle del Cauca. Llevaba falda negra, saco blanco, medias y zapatillas blancas. No regresó.
Juliana Quilindo Muñoz, de 13 años, es hija de la comunidad indígena Polindara del Cauca y vivía en el área rural del municipio de Pradera, Valle del Cauca. Desde el 2 de noviembre de 2024, su desaparición ha generado alarma en las redes sociales. Circulan carteles solicitando información sobre su paradero. Sin embargo, hasta el momento, su rastro sigue siendo un misterio, y su familia y comunidad siguen esperando respuestas.
Heylin Ruiz Mensa, de 13 años, desapareció el 25 de octubre de 2024 desde su casa en el barrio San Marino de Cali. Su fotografía, con una balaca y una sonrisa, cuelga en los postes del barrio. Su familia sigue buscando, pero hasta ahora, no hay noticias de ella.
Lizet Tatiana Morales Tálaga, de 15 años, estudiaba en el Colegio San Antonio de Padua en Timbío, Cauca. El 28 de octubre de 2024 salió de clases como cualquier otro día, pero nunca llegó a casa. Es la misma historia que se repite una y otra vez en los municipios del Cauca: niñas que salen de su colegio y nunca regresan. Cada día que pasa sin noticias, la esperanza se mezcla con la angustia, y el dolor de la desaparición se hace más profundo.
Katherine Aranda, 15 años, desapareció el mediodía del 29 de octubre. La vieron por última vez cerca del barrio Pedro León en Corinto, Cauca. Desde entonces, a su alrededor sólo hay silencio.
Jenny Vanessa Poloche y Yensi Poloche, de 12 y 16 años, desaparecieron el mismo día. Sus huellas se borraron en la Institución Agrícola de Piamonte, Cauca, el 23 de octubre de 2024. La escuela, ese lugar que debería protegerlas, quedó en silencio. La vida sigue su curso, pero ellas no vuelven.
Helen Sofía Mopán, de 13 años, desapareció en agosto de 2024, cuando salió de su casa en La Unión, Nariño, sin dejar rastro. Desde entonces, su familia y comunidad no han tenido noticias de ella.
Anyela Mildred Ipia Acalo, de 15 años, desapareció el 14 de octubre de 2024, mientras regresaba de Caldono hacia su casa en la vereda Asnazu, en Suárez, Cauca. En el sector de Mondomo, alguien la vio subir a una camioneta. Su paradero sigue siendo incierto. Se rumorea que podría estar en Muchique Los Tigres, en Santander de Quilichao. Todo parece indicar que fue reclutada por el frente Dagoberto Ramos, también perteneciente al EMC.
La guerra y la muerte siguen arrancando a nuestras niñas y jóvenes del seno de sus familias y comunidades. Se convierten en una cifra más, en un número olvidado en un programa de excel, en un cartel de «se busca». La muerte nos habita, la guerra ha tomado el control, y la indiferencia gubernamental sigue siendo la única respuesta.
No hay cambio posible si nuestras niñas desaparecen sin dejar rastro. No hay esperanza mientras el silencio y la indiferencia sigan siendo la respuesta. Hoy, más que nunca, el sur clama por justicia, por memoria, por un país que no olvide a sus hijas, que se niegue a ser indiferente ante su dolor.
Que los vientos del sur no sigan trayendo muerte y guerra. Que los vientos del sur sean, por fin, el verdadero cambio: un cambio que permita a las mujeres vivir libres de violencia.
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