Crédito Imagen: Nitin Arya
Escritora, profesora y editora
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Buena parte de la producción poética colombiana del siglo XX aborda la presencia del asesino. De este modo su figura ha adquirido la investidura de la omnipresencia, como omnipresente ha sido la interminable guerra del país. A mi parecer dos de los mejores poetas colombianos del siglo pasado, María Mercedes Carranza y Juan Manuel Roca, escribieron dos poemas que nombran a este personaje desde dos extremos insalvables: o son héroes o son sicarios. Hablo de los poemas 18 de agosto de 1989 de Carranza y La estatua de bronce de Roca.
Antes, durante y después de la publicación de estos dos bellos poemas surgen autores que también han tratado desde su quehacer poético la configuración de la barbarie colombiana acontecida durante doscientos años (siglos XIX y XX) en el marco de cerca de cuarenta guerras civiles. Pero aquí hablaré de los poemas arriba mencionados.
18 de agosto de 1989 se despliega como una crónica poética del asesinato del líder político santandereano Luis Carlos Galán Sarmiento en cuatro escenas y una quinta que he llamado epílogo. Cada una está atravesada por otra voz poética que llamaré coro o estribillo. Porque cuatro son las escenas que vive la víctima que no sabe que va a morir. Es decir, el personaje es poetizado como un ser trágico y esto implica que hay un hado que lo sobrepasa y determina su destino. La trama poetizada transcurre en un día: Este hombre va a morir/hoy es el último día de sus años. El poema inicia enunciando la mañana, la tarde y la noche del crimen. Como un coro de la tragedia aparecen los versos estribillo en cursiva, a manera de un lente que aumenta la escena y percibe la evolución del asesino: En su corazón de piedra/el asesino afila los cuchillos. En cada estrofa-escena la voz poética se detiene en los detalles cotidianos que vive la futura víctima, ofrece detalles percibidos con una sensorialidad directa como si quisiera construir el mundo de ésta para arrancarla de las garras del asesino: Ahora conversa por teléfono, escribe un discurso. /En el libro de apuntes lo atropellan/con letra afanada y resbalosa/los nombres y las citas de ese día, /porque este hombre no sabe que hoy va a morir.
El poema va creciendo en intensidad a medida que se acerca el momento del homicidio. Con la llegada del instante, se reúnen como en una danza, las diferentes versiones del asesino configuradas gracias a las metáforas creadas para nombrarlo, metáforas construidas de acuerdo con la intensidad del momento del día que se va para recibir la llegada de la noche como un escenario de la muerte: se acaba el día(ocaso) se acaba la vida(muerte, asesinato en la noche)entonces: El asesino: humores de momia, hiel de alacrán, /heces de ahorcado, sangre de Satán (…) Y El asesino danza la Danza de la Muerte:/un paso adelante, una bala al corazón, /un paso atrás, una bala en el estómago .
Pero en un quinto y último momento de los hechos poetizados, surge nuevamente el coro que censura el crimen y se convierte en un cuestionamiento gritado a todo pulmón que alcanza el poder del lamento airado: Todas las lenguas de la tierra maldicen al asesino. Son las mismas lenguas que a lo largo de la historia política y del conflicto colombiano del siglo XX ha concebido y alcahueteado al asesino al darle para cada época un nombre: pájaro, chulavita, bandolero, guerrillero, terrorista, paramilitar, narco paramilitar, pepes, mafioso y sicario. Me detengo en este último y pienso que la voz “sicario” literalmente proviene de «sicarius» que significa hombre-daga. Ese que surge en Colombia a mediados de los ochenta (específicamente en la ciudad de Medellín, Antioquia) como parte de un fenómeno delictivo gestado en las entrañas de narcotráfico regentado por el mafioso Pablo Escobar.
Por su parte la voz poética de Juan Manuel Roca en La estatua de bronce construye al asesino como héroe (la otra cara de nuestra moneda bélica) a través de una enumeración de versos- opciones usados como estrategia retórica para escoger al elegido que ocupe por “méritos” la estatua que será levantada en la plaza del pueblo. En lo que respecta al uso de los recursos retóricos, en el texto de Roca— a diferencia de Carranza— se eligen ironías construidas sobre imágenes sensoriales al estilo del poeta ruso Joseph Brodsky como anuncia a manera de epígrafe el poeta Roca. La estatua de bronce también se compone de varios momentos que se pueden llamar actos: la construcción del alazán y elección del sitio donde se instaurará la estatua es el primero; la proyección de la cotidianidad y la vida que transcurrirá alrededor de la estatua (monumento), el segundo; el tercero corresponde al listado de candidatos a jinete; y el cuarto, se refiera al anuncio del jinete elegido en el último verso.
Estas suposiciones poéticas sobre la vida que ocurrirá alrededor de la estatua se enfrentan al final del poema con este crucial asunto: “¿Quién debe ser el hombre encima del corcel?” se pregunta la voz poética y he aquí que inicia la presentación de la oscuridad y lo tenebroso detrás de lo claro y cotidiano (tensiones de las que habla Alicia Genovese) a través de enumeraciones sarcásticas que nombran a los personajes opcionados para ser el héroe que cabalgará eternamente sobre el broncíneo caballo, para usar un epíteto homérico.
En la negación y exclusión de figuras como las del sabio, el filósofo, los poetas, el campesino, los músicos, los pintores, los almirantes, los jubilados, el arquitecto, a quienes no habilita para ser el jinete, se halla precisamente la escogencia del asesino como héroe. El poder de la ironía de Roca se afirma mediante la exclusión, es decir, cuando se es excluido se es dignificado. Entonces sólo el asesino alcanza la categoría y el mérito para ser el jinete sobre la gloriosa estatua.
Pero a su vez la entronización del asesino es el matiz que caracteriza a aquellos que no clasificaron, y por ello se descubre su verdadero talante: los que no pudieron ser el asesino son el coro servil dispuesto a dignificar (¿por miedo? ¿por ignorancia? ¿por insensibilidad? ¿por desidia?)— al menos indicado, a quien les ha causado infamias, esto es, al asesino. El asesino entonces resurge como el héroe gracias a los áulicos.
Los posibles jinetes que propone el poema de Roca son las víctimas de éste que finalmente será entronizado como un líder aclamado. Ser una estatua es el máximo honor a que aspiran quienes sacudieron con infamia, pero a nombre del bien, la vida de multitudes. Y en sociedades envilecidas y acostumbradas al conflicto, resulta que lo factual es ficción, es decir, que no es ficticio que el verdugo sea aclamado: ¿Quién podrá ser el jinete de bronce/Sobre el imponente y brioso caballo de bronce? /Deberá ser alguien que muchos ciudadanos admiren/. Un hombre que sea su propio mentor, /Que haya luchado a brazo partido por su gloria y su fortuna /Ya está. Levantémosle una estatua al asesino. El poema como un escenario teatral de la crueldad ensalza al asesino que, a su vez, representa el poder por encima de lo admitido como legal.
Así nos ha ido durante doscientos años: entre el asesino sicario y el asesino como héroe.
Los Poemas
18 DE AGOSTO DE 1989
Tomado de: Carranza, M., M. (2018). Poesía completa. Lumen.
“El tiempo ha sido bosque
de Dunsiname”
E. M. Cioran
Este hombre va a morir
hoy es el último día de sus años.
Amanece tras los cerros un sol frío:
el amanecer nunca más alumbrará su carne.
Como siempre, entre sus cuatro paredes
desayuna, conversa, viste su traje;
no piensa en el pasado, aún liviano y todo víspera,
en los gestos, hechos y palabras de su vida
que mañana serán distintos en el bronce y en los himnos,
porque este hombre no sabe que hoy va a morir.
En su corazón de piedra
el asesino afila los cuchillos
Este hombre va a morir,
hoy es la última mañana de sus horas.
Por sus ojos de fría carne azul
sólo pasan idiomas y horizontes
para ciertas cosas que los otros sueñan:
la urgencia del pan y de la sal,
la flor abierta del brazo, la sangre
invisible y contenida en su caracol de venas.
Ahora conversa por teléfono, escribe un discurso.
en el libro de apuntes lo atropellan
con letra afanada y resbalosa
los nombres y las citas de ese día,
porque este hombre no sabe que hoy va a morir.
El asesino esconde la cara siempre
para que el sol no le escupa sus gargajos de fuego.
Este hombre va a morir,
hoy es el último mediodía de sus años.
Con la frente en el abismo sin saberlo
estrecha manos, almuerza, pregunta la hora.
Sus pasos que ha dirigido otras veces al amor
y a asuntos más rutinarios como el olvido
o la toalla azul después del baño,
que lo han llevado a conocer la gloria
en la algarabía elemental de las multitudes,
sus pasos pueden ser contados ya
porque este hombre camina hacia la muerte.
El asesino: humores de momia, hiel de alacrán,
heces de ahorcado, sangre de Satán
Este hombre va a morir,
hoy es la última tarde de sus días.
Se prepara sin saberlo para el ritual:
con la voz fingida en la memoria,
que casi oye ya entre las caras como olas,
repasa las palabras de la arenga:
pan y verde, lagos de luz, verde y labios.
Frente al espejo rehace el nudo de la corbata,
cepilla otra vez sus dientes
y con los dedos recorre las alas amarillas del bigote.
Entonces las banderas y las manos y las voces,
la lluvia roja de papel picado,
la hora y el minuto y el segundo.
El asesino danza la Danza de la Muerte:
un paso adelante, una bala al corazón,
un paso atrás, una bala en el estómago
Cae el cuerpo, cae la sangre, caen los sueños.
Acaso este hombre entrevé como en duermevela
que se ha desviado el curso de sus días,
los azares, las batallas, las páginas que no fueron,
acaso en un horizonte imposible recuerda
una cara o voz o música
Todas las lenguas de la tierra maldicen al asesino
LA ESTATUA DE BRONCE
Juan Manuel Roca
(A la manera de Ossip Brodski)
Primero haremos, si el Cabildo de la ciudad lo permite, el caballo.
Un alazán en bronce con sus patas delanteras levantadas
Como ejemplo para cruzar obstáculos y abismos.
Luego fundiremos el hombre,
Pues un caballo sin jinete no es digno de una plaza
Y ni siquiera puede llamarse monumento.
Que todo el burgo aporte llaves, aldabones, candelabros,
Monedas, candados, espuelas, medallas y cubiertos
Para fundir el hombre a su caballo.
Después discutiremos el lugar para la estatua y la forma de su pedestal.
¿Un recodo cercano a las montañas
Entre bosques de sauces y eucaliptos?
No estaría mal construir en el sitio elegido
Un pequeño parque que permita a las mucamas
Citarse con sus novios al pie de la escultura.
Debe amoblarse el espacio con bancas de madera:
Los oficinistas comerían emparedados a la hora del receso.
Bella será la sombra al mediodía
De Caballo y jinete sobre la grava y el asfalto.
Las hojas caídas de los árboles
Tejerán un tapiz crujiente al paso de los estudiantes.
Los viejos fotógrafos
Sacarán los domingos sus cámaras de cajón
Y harán que los enamorados prolonguen el tiempo de los besos.
Todo concertado con autoridades eclesiásticas, civiles y militares.
Luego vendrá la discusión.
¿Quién debe ser el hombre encima del corcel?
Sabios hay pocos. Guerreros y héroes son dudosos.
Un filósofo a caballo
No puede replegar su pensamiento.
Los poetas viven recostados en la hierba.
Los campesinos no montan caballos de viento.
Los directores de orquesta no pueden dirigir
Desde una montura de bronce y el lomo inclinado de un caballo.
Los jubilados prefieren cabalgar nubes
Y permanecer sentados en los bancos.
Los pintores trazan caballos, pero aman más los caballetes.
Los arquitectos pierden la perspectiva.
Los almirantes prefieren las crines de las olas.
Las bailarinas no necesitan pedestal para su vocación de aire.
Los astrólogos son una franca minoría.
¿Quién podrá ser el jinete de bronce
Sobre el imponente y brioso caballo de bronce?
Deberá ser alguien que muchos ciudadanos admiren.
Un hombre que sea su propio mentor,
Que haya luchado a brazo partido por su gloria y su fortuna.
Ya está. Levantémosle una estatua al asesino.
Tomado de: Roca, J.M. (2016) Silabario del camino. Poesía reunida 1973-2014. Letra a Letra, p. 473
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