Crédito Imagen: Chris
Beatriz Vanegas Athías
Escritora, profesora y editora
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Hay una orden que se imparte desde muy temprana edad en ese grupo social llamado familia. Y ocurre cuando es la hora de cualquiera de las tres comidas: “En la mesa no se habla de religión ni de política”. Pocas reuniones alrededor de este mueble central acontecieron en mi primera vida porque no había un padre que convocara, que instara a ser servido por las mujeres; entonces ni la madre ni la abuela tenían la costumbre porque además estaban muy ocupadas trabajando y era difícil sacar un tiempo para dedicarse a comer los alimentos como Dios mandaba. Así que mi madre comía parada frente al mostrador de su tienda, mi abuela sentada en su mecedera al tiempo que fumaba calillas; y yo sola, sentada en el pequeño comedor que era casi un lujo. Pero no resiento esto: así era la vida y la ausencia de este convite me eximió de escenificar la orden que menciono arriba, que sí ocurría en casa de mis amigas.
Esta primera educación signada por la restricción aludida sigue vigente, y de esa primera escuela se pasó a la pública primaria y a la básica secundaria también con esta orden que poco a poco se transformó en un dogma. Los estudios religiosos no existían (no existen) con una didáctica que ayudara a entender cómo la única cultura religiosa no es la católica. La Biblia era (es)un libro que configuraba verdades inamovibles y perennes. Los dioses y rituales de otros países y culturas pertenecían al ámbito de la mitología desconociendo que la judeo-cristiana era también una forma de fe instaurada desde la imaginación de los poderosos imperios romano y español.
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La herencia del Frente Nacional se instaló en el imaginario de la República de Colombia como si fuera otra costumbre; y todo ideario político que se desalineara de los trapos rojos y azules era estigmatizado y asesinado. Para preservar este orden religioso y político surge, cómo no, el refranero o los dichos que se asumen como la sabiduría del pueblo. Ambas entidades abstractas (decisivas en la cotidianidad) religión y política son pilares de esta Colombia conservadora y camandulera, que, sin embargo, prohibía que en el hogar y en la escuela se discutiera sobre ellas. El silencio como una forma de autocensura.
Esta autocensura también es el origen de haber crecido con una educación desarticulada, es decir, si estudias para ser arquitecto o médico, aprende tus saberes, pero no te metas en política. Como si el Plan de Ordenamiento Territorial, por ejemplo, no fuera gestado por los gobernantes elegidos mediante votos; como si la intervención urbanística desaforada e indiscriminada no causara lesiones serias a los animales, cuerpos de agua, bosques, llanuras, montes y montañas.
En el breve, pero importante discurso pronunciado por la científica argentina Sandra Myrna Díaz, Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica en 2019, ella dijo: “La naturaleza es fundamentalmente relaciones, es un constante construir y moler y rehacer siempre, con los mismos materiales. Y entonces todas las personas que estamos aquí y también los bacalaos, y los tigres y las lombrices y los robles y los tomates que languidecen en el mercado y las levaduras que levantan el pan, todos los seres vivos estamos hechos con los mismos átomos que se vienen tejiendo y destejiendo y retejiendo desde hace millones de años”.
Era el 2019 cuando la científica afirmó lo que todos deberíamos dar por sentado como aquella sentencia sobre la religión y la política que enuncié al iniciar este texto y es que, Sandra Myrna Díaz afirmó que el alquimista supremo de la vida son las plantas: cada día las plantas verdes realizan el increíble acto de transformar moléculas inanimadas del aire, el agua y el suelo en vida para todo el planeta; y en alimento, cobijo e historia para los seres humanos. Por eso esta idea de que la naturaleza es algo separado, de que no tiene nada que ver con todos, es en todo el sentido de la palabra: una posverdad.
La preocupación y medidas preventivas centrales del actual gobierno de Colombia, el primero de izquierda en doscientos años de República es la afectación que la política neoliberal y consumista provoca en las regiones colombianas ante el cambio de temperatura del planeta. Sin embargo, falta mucho para entender esta mirada verdaderamente integral del arte de la política del gobierno del Cambio, es decir, la lucha por deconstruir una manera de pensar desarticulada que conduce por ejemplo a la deforestación indiscriminada sufrida en Floridablanca y Piedecuesta en el departamento de Santander, respaldada por la posverdad de que no afectará al país y al mundo entero. Y que esa decisión es una orden que obedece a un pensamiento politiquero anacrónico, anclado en el siglo XIX que niega la agónica coyuntura ambiental.
Tapizar parques de canchas sintéticas debería cuestionar a los arquitectos sobre el tipo de política pública que establece un gobernante, pero en la universidad “no se habla de política” porque eso es “ideologizar”. El discurso de Sandra Myrna Díaz al recibir el galardón fue en el 2019 un año antes de que el planeta le diera la razón con la llegada del COVID 19, ella dedicó el premio a los frágiles que, unidos, tejen un tapiz fuerte para sostener a los animales y a la naturaleza en general. El centro de la política del actual gobierno de Gustavo Petro son los nadie, es decir, los que menos consumistas son porque nada tienen. Es el tiempo de asumir que todo está conectado porque todos nos necesitamos. Ese es quizás un precepto que determina qué tan progresista y desarrollado es un país.
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