Catalina Porras
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La niñez es la base de todo en la vida personal y en la vida colectiva: la percepción del mundo la formamos ahí, la vida adulta es una prolongación de esa etapa y la sociedad está compuesta por estas personas que venimos de ser niñas y niños.
Sin embargo, el sistema en el que nos movemos está concebido para privilegiar a los seres humanos adultos, para centrarse en ellos. Es lo que en algún momento escuché como “adultocentrismo” que tiende a parodiar lo infantil. La verdad es que, esas personas ya crecidas que somos, estamos, la mayor parte de las veces, guiadas por nuestra edad más temprana cargada de heridas sin sanar, tratando de ser adultos funcionales.
En el ámbito científico, se viene demostrando las afectaciones emocionales y psicológicas que padecen las niñas, niños y adolescentes (NNA), por la exposición al maltrato (véase Maltrato psicológico a los niños, niñas y adolescentes en la familia: definición y valoración de su gravedad (isciii.es)), incluso, cuando son sus madres y no ellos, las victimas de violencia directa (véase Así afecta a los niños ver que su madre es víctima de malos tratos (serpadres.es)).
El Centro Médico para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) en Estados Unidos, descubrió en los pasados años 90 lo siguiente:
Siete de cada 10 muertes en ese país, están asociadas a traumas infantiles. La exposición a diferentes tipos de maltrato de manera directa o indirecta hace que las personas tengan tres veces más probabilidades de contraer enfermedades del corazón y cáncer de pulmón y, la esperanza de vida se le reduce unos 20 años.
En el largo plazo, el impacto psicológico de los traumas causados a edades tempranas, termina siendo un problema grave de salud pública. Estas experiencias perjudican el día a día de una persona ya adulta que sigue en modo supervivencia con estados emocionales no tratados o mal tratados. También, los efectos son graves en una sociedad que repite patrones con ciclos interminables de violencia, al haberse formado sus integrantes en ambientes abusivos sin intervención.
La doctora Barbara Porter explica así la situación:
El trauma es lo que ocurre en el sistema nervioso cuando se está expuesto a un peligro o amenaza abrumadora. Si la exposición es crónica, el sistema nervioso se reorganiza para maximizar la supervivencia. Es decir, se empieza a vivir en “modo supervivencia” todo el tiempo. Vivir en modo supervivencia [de manera prolongada] produce una serie de consecuencias, que se manifiestan en síntomas de hiperactivación y/o como síntomas de hipoactivación.
Los síntomas de esas situaciones son los siguientes: la hiperactivación se identifica cuando una persona vive estados de ansiedad, pánico, inquietud, agitación, hipervigilancia, irritabilidad, insomnio. La hipoactivación, cuando siente cansancio extremo, dificultad para pensar o prestar atención, sensación de soledad.
Pero, ¿qué hacen los Estados, los gobiernos, para salvaguardar la niñez? En 1841, en Francia, se dieron los primeros pasos para el reconocimiento de la niñez. Sin embargo, fue solamente 148 años después, en 1989, luego de pasar por varios anuncios, declaraciones y pactos internacionales sin mucho éxito a lo largo de los años, se consiguió aprobar la Convención sobre los Derechos del Niño. Y entró en vigor un año después, al ser ratificada por 20 países. Es entonces cuando se consolida su protección.
Colombia es firmante de esta convención y la ratificó mediante la Ley 12 del 22 de enero de 1991. Luego, introdujo dichos derechos en la Constitución Política, consagrada en ese mismo año, en el artículo 44. En ese artículo, se establece que las niñas y niños, son sujetos de derechos especiales que prevalecen por encima de los demás. Sin embargo, esto parece letra muerta.
Según datos del Instituto de Medicina Legal del país, 607 niñas o niños fueron víctimas de muerte violenta en 2023. En ese año, 1.844 fueron victimas de violencia intrafamiliar, 6.007 sexualmente agredidos, 11.441 victimas de violencia infantil y 69.660 ingresaron al Instituto Colombiano de Bienestar Familiar por vulneración a sus derechos.
Cabe resaltar, que el maltrato físico contra la niñez es, todavía, ampliamente practicado por el padre o la madre como una forma “adecuada para educar” a los hijos. En septiembre de 2022, la Organización Mundial de la Salud (OMS) señaló que “casi 3 de cada 4 niños [con edades] entre 2 y 4 años (unos 300 millones [en el mundo]) sufren con regularidad castigos corporales o violencia psicológica de la mano de padres y cuidadores”.
Por su parte, la violencia sexual tiende a mantenerse en secreto en la familia, donde sucede la mayoría de casos. En 2021, México fue el primer país en el mundo en abusos sexuales contra personas menores de edad. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) afirma que, del total de violaciones contra las niñas, el 90% se produce en el entorno familiar. Estos delitos quedan sin denunciarse y, por lo general, no se denuncian por miedo, desconfianza a las instituciones y por las dinámicas de poder ejercidas dentro de la familia.
Es importante mencionar que, es probable, que estas cifras sean solo una pequeña porción de la realidad.
La institucionalidad, por negligencia de muchos de sus funcionarios, está muy lejos de cumplir con las leyes y tratados nacionales e internacionales que demandan la protección de la población mas vulnerable. En Colombia, se da una prueba de ello:
El lunes 8 de julio de 2024, la organización Sisma Mujer, adjudicó una petición ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en la que se expone que, funcionarios judiciales, peritos psicológicos y otros, han utilizado el controvertido Síndrome de Alienación Parental para tomar decisiones y dictar sentencias en perjuicio de las víctimas.
La petición hace hincapié en lo siguiente:
(…) madres y sus hijas e hijos habían sido víctimas de violencia intrafamiliar y/o violencia sexual y, creyendo en la institucionalidad, acudieron al Estado buscando protección, encontrando a cambio funcionarios públicos que, haciendo uso de argumentos misóginos, machistas y cargados de estereotipos de género, invalidaron sus denuncias, silenciaron las voces de las y los menores, omitieron evaluar de forma íntegra las pruebas allegadas por las mujeres a los procesos y, anteponiendo el mal llamado Síndrome de Alienación Parental, profirieron decisiones que generaron graves afectaciones a las víctimas (…)
En 2022, la periodista Alexandra Correa publicó en el portal Cuestión Pública una investigación titulada Instituciones a la medida de los victimarios de la niñez en Colombia. En ella, dice que “al menos 24 menores de edad tienen custodia compartida con su presunto agresor físico, psicológico y sexual. De estos, ocho perdieron el contacto con sus madres y tres niños están en un hogar de paso”.
Y agrega:
Psiquiatras, abogados de familia y defensores de la niñez consultados por Cuestión Pública, aseguran, además, que no solo se estarían violentando los derechos de la infancia con estos conceptos no científicos [Síndrome de Alienación Parental], sino que varios funcionarios estarían actuando contrario a la Ley: se evidencia falta de enfoque de género e [negrilla agregada] insuficiente conocimiento en los derechos de la infancia.
Las leyes tienen un carácter dignificador, pero, se aplican con frecuencia, sin el sentido de empatía con el que se crearon. Las instituciones, en su mayoría, en manos de funcionarios educados en una cultura misógina, tienden a manejar una visión anacrónica de lo que exige la realidad actual, a la que miran con desdén.
Funcionarios públicos que llegan a sus trabajos mediante cuotas políticas o a hacer el “negocio”, así como acceder al puesto para encontrar un empleo estable más que por el sentido social de sus ocupaciones, mantienen una institucionalidad frágil, que lastima a la ciudadanía más vulnerables de la sociedad.
Revista Semana, publicó en 2021 el siguiente video denominado El Cartel de la Infancia:
De esta manera, mientras la niñez siga siendo vulnerada, violentada y revictimizada, difícilmente sucederán cambios favorables para la dignificación de la humanidad.
Como personas adultas, tenemos la responsabilidad de actuar conforme a las necesidades de la niñez. No al contrario. Prevenir cualquier forma de violencia infantil que pueden devenir hasta por nuestras propias creencias, es nuestra tarea.
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