José Aristizábal García
Investigador, educador y escritor
•
Lo han informado ampliamente los medios: el miércoles 29 de mayo fue asesinada Stefanny Barranco Oquendo, de 32 años, en Bogotá. En la tarde del día siguiente y en la misma ciudad, fue asesinada Natalia Vásquez Amaya, de 31 años. El 31 de mayo, en Sabaneta, Antioquia, fue asesinada Luz Mary Hincapié, de 49 años. Las tres, por su pareja o expareja, dejando unos niños huérfanos y en un lugar público. A Stefanny, su exmarido, el que la mató, “unos días antes, le picó toda la ropa”. En Bogotá, el segundo de ellos, fue el feminicidio número 21 durante 2024. Según el Observatorio Colombiano de Feminicidios, “hubo 525 feminicidios en el país en 2023”. La Procuradora General dijo: “esto no puede seguir ocurriendo”. Y el Gobierno firmó una ley por la cual endurece las medidas punitivas contra los feminicidas; una «política de cero tolerancia» hacia la violencia de género.
¿Por qué mata el feminicida? Nunca mata por amor a su víctima ni por amor a sí mismo, como dicen algunos boleros y repiten sus defensores. Mata por odio. Es el odio que lo consume contra ella y, por el cual, él se deja devorar. Es posible que el feminicida haya estado “enamorado” de ella en algún período de su relación. Pero quizás su enamoramiento no era propiamente de Stefanny, de Natalia o de Luz Mary, de ella misma como persona, como sujeta, sino de ella como un mero cuerpo en el que satisfacía sus deseos libidinales, su objeto de placer. Y ese odio no le nace de un amor, sino del odio inveterado que se reproduce en la dominación masculina y mantiene colonizada su mente.
El feminicida no nace de la nada ni únicamente de su voluntad: en una sociedad atravesada en todos sus costados por la violencia y la corrupción, en la que sus élites tradicionales no han tenido ninguna empatía ni sensibilidad social por la población; en la que existen millones niños desplazados y despojados y tantos padres ausentes; y formada en una cultura patriarcal que justifica y normaliza la superioridad del hombre sobre la mujer y siglos de maltratos, agresiones, abusos y subordinación, es casi inevitable que surjan individuos que llegan a ser carentes de toda empatía, susceptibles de volverse feminicidas, como los tres asesinos de Stefanny, Natalia y Luz Mary.
Y también afirmo que mata, porque las mujeres se han insubordinado movilizándose local y globalmente y están haciendo entrar en crisis esa dominación patriarcal, la cual reacciona de manera violenta contra esa insubordinación. No es que cada feminicida en particular piense o razone sobre esta situación y actúe a partir de ahí. No; eso es aprendido de la ola reaccionaria que actualmente difunden los ultraconservadores por todo el mundo, los cuales trabajan enardecidos por echar atrás las conquistas logradas por las mujeres, como sus derechos sexuales y reproductivos y el aborto y promueven la misoginia. Ese es otro de sus caldos de cultivo.
Por eso, aunque siempre habrá que exigir garantías a los gobiernos y al Estado, es limitado lo que esa Ley aprobada o las palabras de la Procuradora General puedan hacer; la “cero tolerancia” es una fábula y los feminicidios seguirán, bien sean en rachas, como la actual, o a cuentagotas. Los cambios más grandes nunca vendrán del Estado ni de la Ley, de las jerarquías de arriba, que son masculinas; ellos se cuecen en el sentido contrario, desde abajo.
Nos toca a los hombres cuestionarnos cuál es nuestro modelo de hombría: si seguimos construyendo nuestra identidad masculina en torno a los mitos de la “dureza de corazón y la inexpresividad emocional” porque “los hombres machos no lloran”; de la competencia en “ser verracos” porque “los hombres machos pelean”; que el varón que ama es débil y se vuelve un “marica” o “una güeva”. O si revisamos ese modelo y buscamos otras “masculinidades posibles, otras formas de ser hombres”, desde una perspectiva relacional de género.[1]
Nos toca a los hombres reconocer, valorar y apoyar las valientes rebeldías de las mujeres y de las diversidades sexuales. Y a unos y a otras, explorar esas otras visiones del poder desde abajo, que forman las autonomías individuales y colectivas y el poder femenino; otras visiones de la comunidad, donde se inician los movimientos sociales y se pueden materializar los afectos al mí mismo, a las otras y a la naturaleza; y otras visiones del amor, que nos permitan ver a la otra y al otro como legítimos otros en la convivencia, tratarlos como sujetos, sentir la alegría y la riqueza de su existencia y diluir las jerarquías.
Para combatir los feminicidios es imperativo continuar avanzando en las transformaciones frente al patriarcado dentro de nosotros mismos, en la vida cotidiana y en los espacios públicos. Estas se enlazan con las insubordinaciones de los jóvenes, de los pueblos indígenas, negros, campesinos, de quienes defienden la naturaleza, y se juntan o transversalizan con aquellas otras de las mujeres. Y en determinados momentos, esas conjunciones producen saltos, avances, estallidos y nuevas emergencias.
[1] Sobre este tema puede verse: Ruiz, Javier Omar, 2023, Masculinidades posibles, otras formas de ser hombres, Desde Abajo, Bogotá.
Deja una respuesta