
Yeslie Hernández
Artista plástica, diseñadora gráfica y comunicadora social
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Es abril de 2035. Todos los gobiernos de América Latina tienen Apps Ciudadanas con nombres esperanzadores: Colabora+, PazBot, ¡AguaYa!. Las poblaciones no colaboran y aún no tienen paz ni agua, pero tienen las Apps. Algo es algo, dicen los funcionarios del gobierno cuando enseñan a usar esta novedosa tecnología.
Con ella, se respeta la privacidad. Para instalar las aplicaciones se pide permiso, se ubica al usuario y se obtienen sus datos biométricos. De paso confirman que eres pobre y, por tanto, merecedor.
En Colombia, el antiguo Ministerio de la Igualdad fue absorbido por el Centro de Equidad Emocional, que distribuye stickers motivacionales a las comunidades desplazadas: «Tú puedes». «Resiliencia es patria». «El territorio eres tú».
La pobreza y el hambre no las mide el DANE, según los viejos indicadores. El observatorio de Futuro y Cositas Varias, logró construir y posicionar la categoría Intensidad del Anhelo Alimentario (IAA por sus siglas en español chapineruno) y, con ella, los objetos a medir -hambre y pobreza- han desaparecido. No se necesitó enviar encuestadores a vereda alguna y menos a esos barrios tan desconocidos. Las App y las nuevas categorías, todo lo pueden.
La juventud fue convocada a liderar el cambio con memes institucionales, retos en TikTok y campañas de hashtags. La consigna nacional es: “Transforma tu entorno sin alterar nada”.
Finalmente se hizo realidad la reforma agraria. A miles de familias campesinas se les entregó tierra en formato PDF. Para mostrar los avances logrados en esta materia, se realizó el Gran Encuentro por la Tierra y sin la Tierra. Las emisoras y los canales de televisión, encadenados, transmitieron el evento, mostraron las gráficas brillantes; los influencers contratados para la ocasión, encabezados por arrobalaperladetolú, anunciaban, con sus voces agudas, la entrega de cada título de propiedad debidamente enmarcado y una señal de GPS para encontrar el respectivo lote.
Arrobalaperladetolú, lleno de felicidad, anunció que algunos de los retos más interesantes que deberán enfrentar las familias neo propietarias, son los siguientes: encontrar las vías de acceso, el agua potable y la manera de evadir la presencia de los grupos armados que pululan en esas zonas. Pero, como lo dijo él mismo, “Eso las hará mejores personas y familias más unidas. Si no logran superar esos retos, es porque no quieren”. Otro tanto ocurrirá con la asistencia técnica, el crédito, la protección, y la seguridad jurídica.
El mencionado líder de las comunicaciones agregó que es necesario permitir o promover que las familias favorecidas en este reparto de tierras puedan abandonar, arrendar o vender sus tierras y, así, puedan convertirse, una vez más, en familias desplazadas. Quienes adquieran esas propiedades serán considerados -desde ahora- propietarios de buena fe.
Desde Bogotá, el Ministerio del Futuro Rural monitorea todo por satélite. Dicen que así “se garantiza la transparencia”. Reconocen que la única e inmejorable garantía real, en terreno, sigue siendo la del actor armado más cercano.
Por eso, junto con las familias favorecidas que han logrado llegar a las tierras asignadas, llegaron los drones para vigilar y castigar cultivos ilícitos, protestas no autorizadas, y parcelas “infrautilizadas”.
El uso de esta tecnología logra una comunicación rápida y eficiente. Hay campesinos a los que ya les empieza a llegar la ayuda Estatal en forma de mensajes de texto y voz: “Tu tierra no está siendo suficientemente productiva. ¿Deseas asistir a un curso virtual de agrotecnología regenerativa?”.
La revolución agraria es un éxito que no puede verse empañado por la muerte de hombres y mujeres desmovilizados durante los procesos de paz firmados con las antiguas organizaciones insurgentes. En los últimos diez años, casi tres mil de ellos han sido asesinados.
Los funcionarios estatales sobrevuelan las zonas, por lo menos, una vez al año. Dicen que, desde el aire, todo se ve muy verde.
Y así, entre inteligencia artificial, discursos en hilo, gráficos animados y gobernabilidad de cartón, Colombia se convierte en un país donde el futuro llegó y el pasado no se fue. Solo se pixeló. Una nación hipermoderna, donde todo se puede rastrear, analizar, cuantificar, pero nada se puede cambiar.
Aquí, como en toda América Latina se ha digitalizado todo. Menos la dignidad.
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