Crédito Imagen: Mike Bird
Germán Corredor Avella
Ingeniero y Profesor
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En el marco de la Feria del Libro en Bogotá 2024, se hizo la presentación del libro “La explosión Solar en Colombia, utropías antes del colapso ecológico”[1] escrito por Camilo González Posso. En ese acto y a propósito del libro, conversaron Tatiana Roa, actual viceministra de Ambiente, y Diego Otero Prada, experto en materias energéticas.
La viceministra Roa planteó la tesis según la cual la transición energética no será posible sin un cambio cultural profundo, el cual, se dijo, será muy difícil de lograr en el marco del actual sistema capitalista. Surge entonces la inevitable pregunta: ¿Qué significa el cambio cultural que pueda acompañar o ser consecuencia de la transición energética?
Lo primero que se puede decir al respecto, es que la transformación cultural que puede tener un impacto en la forma como utilizamos hoy las fuentes energéticas, está relacionada, fundamentalmente, con el consumo de la energía y la forma como ésta es utilizada. Es decir, tiene una relación más directa con la demanda que con la oferta de energéticos.
Se podría decir, entonces, que la transición cultural que debe acompañar a la transición energética implica un rompimiento radical con el consumismo. Eso significaría una ruptura del sistema capitalista que se nutre de éste. Por tanto, una visión de largo plazo que plantee el objetivo de la eliminación de los combustibles fósiles de la matriz energética y su reemplazo por fuentes limpias deberá contar con un profundo cambio de la sociedad.
Abandonar el modelo consumista, requiere la emergencia de una sociedad austera, sencilla, solidaria, comunitaria, que puede atender las necesidades sociales sin el derroche y el desperdicio, ya no solo de la energía, sino de los bienes comunes que proporciona la madre tierra: agua, aire, tierra, etc. Una transformación que implica que el humano se siente parte de la naturaleza y no dueño de ella.
Si esto es necesario para la transición energética, surgen, al menos dos nuevas preguntas: ¿Cuándo y cómo se puede iniciar esta transformación cultural? ¿Ella será una consecuencia de los impactos negativos que la crisis medio ambiental, tendrá sobre la especie humana o será el producto de procesos sociales liderados por gobiernos cada vez más convencidos de su necesidad? Hoy no lo sabemos y, posiblemente, sean las dos formas las que produzcan esta transformación.
Según Luis Hernández[2], la humanidad vive una crisis civilizatoria de tipo orgánico (estructural) que se inicia desde los años 70´s del siglo pasado y que se caracteriza por dos variables fundamentales “…el patrón o paradigma energético y un giro o nueva pauta comunicacional. El primero está relacionado con el tipo primordial de energía utilizada por las respectivas civilizaciones, y el segundo, con la forma del lenguajear de los seres humanos (Maturana, 1999; Maturana y Verden-Zöller, 2011). La situación actual de la civilización indica la emergencia de esas dos nuevas condiciones que la ponen ad portas de una nueva inflexión civilizatoria: de una parte, la necesidad y promoción de un nuevo patrón energético menos agresivo con el entorno medioambiental, que se viene definiendo como energías limpias y renovables (Pauli, 2011); de otra, en la propagación de la comunicación en red que ha fundamentado la constitución de la sociedad de la información. “
Si nos atenemos a la anterior hipótesis, la transformación cultural también se viene gestando en medio de esta crisis civilizatoria, que no es ni más ni menos que el colapso del modelo capitalista actual. Para Hernández este proceso se extenderá por lo menos hasta mediados del presente siglo y de allí surgirá un nuevo paradigma civilizatorio.
No es difícil advertir que ya se evidencian cambios culturales en las nuevas generaciones, tal vez las menores de 50 años, en muchos aspectos. Una mayor conciencia ambiental, un relacionamiento mucho más cuidadoso con la naturaleza, es decir, con las plantas, con el agua, con el aire, con los otros seres vivos, un profundo amor por los animales. También se observan otros síntomas en términos de la visión de la política, del poder, etc.
Estos cambios aún no nos permiten imaginar, de manera más completa, cuál será el nuevo orden que se está gestando. Sin embargo, se puede afirmar que ellos son parte del proceso de transformación socio-cultural que se requiere para para lograr la transición energética. Teniendo en cuenta los pequeños cambios de costumbres que están ocurriendo, en términos del consumo, se puede ser optimista sobre el rumbo que va tomando la sociedad.
Otro eje importante de la transición energética de largo plazo tiene que ver con la forma como se organiza la oferta de energía en términos de propiedad, de tamaño, de participación, etc.
Las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías de producción de energía permiten desarrollar esquemas productivos de pequeña y mediana escala, diferentes a los llamados macroproyectos energéticos, dominados por grandes transnacionales. Las comunidades podrán tomar decisiones factibles para el autoabastecimiento de energía, siempre y cuando sus necesidades se acoten a los requerimientos básicos y se deje de lado el derroche y los usos superfluos dominantes hoy en día. Es lo que se ha llamado la democratización energética.
A este respecto, Hernández dice que “…este sistema de producción, intercambio y distribución de energía diversa y local interconectada, pone en otros términos a las grandes corporaciones transnacionales montadas sobre los grandes yacimientos de energía fósil y su estructura de administración vertical y monopólica, para dar cabida al ejercicio de la participación directa de los productores y distribuidores individuales y colectivos, organizados en pequeñas y medianas empresas comunitarias autosuficientes, autogestoras y cogestoras con otras comunidades e individuos locales productores. Una producción en serie diferente que, como diría Gandhi, no se basa en la fuerza sino en la gente en su propio hogar, no hablamos de una producción para las masas, sino de producción de las masas…”
Por esto no resulta despreciable profundizar y avanzar en el desarrollo de comunidades energéticas que plantea el gobierno de Petro. Son los pasos necesarios para avanzar en la idea que plantea Hernández.
Camilo Gonzáles en su libro coincide con este enfoque. Dice en la presentación:” El pacto social de esa transición energética supone un cambio en formas de producción y consumo en cada país y subregión. Eficiencia energética, reducción radical del desperdicio, regulación que discrimine la oferta de bienes basados en la especulación con obsolescencia programada y alta huella de carbón. Junto con estas restricciones se requiere una revolución cultural y del consumo que esté marcada por el rechazo al consumo suntuario, insano, en choque con la naturaleza; nueva cultura coherente con la preservación de las aguas, bosques y la biodiversidad. La revolución desde lo cotidiano y las comunidades.”
Esta reflexión nos permite concluir que la transformación cultural no es un colofón o resultado final de la transición energética, sino que se trata de un proceso social complejo que acompaña la transición y que se irá profundizando querámoslo o no. En ese sentido, las acciones de corto plazo del gobierno deben incluir aspectos educativos, formativos y de reconocimiento hacia las comunidades que quieren abrir el camino de este cambio cultural que, todo indica, transita la humanidad, así no lo percibamos tan claramente.
La velocidad de este proceso, dependerá desde luego de las acciones de la sociedad, de sus exigencias y de su poder y autonomía, pero también de las acciones de política que ejecuten los gobiernos en esta dirección. Seguramente habrá avances y retrocesos, pero todo indica que la humanidad inició el camino ya.
[1] Libro publicado por Taller de Edición Rocca y con auspicio de Indepaz y apoyo de Ford Foundation. 2024
[2] Crisis civilizatoria, energías limpias y gestión local. Publicado en la Revista Ciencia Política, Universidad Nacional. Volumen 13. Número 25. Enero-Junio 2018
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