Beatriz Vanegas Athías
Escritora, profesora y editora
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Educar con la literatura es un acto que en tiempos de Inteligencia Artificial puede parecer anacrónico. La aparición de nuevas formas de comunicación mediadas por la tecnología no es obstáculo para que sea echada a un lado la primigenia tecnología que es la imprenta creadora del libro. Todas las neotecnologías: el teléfono móvil, el lector de libros electrónicos, YouTube, el WhatsApp, el FB, Messenger, X (antes Twitter), TikTok, Instagram, no son sino una prolongación variadísima del libro. Finalmente, estas maneras de comunicar también son una invitación a leer ideas escritas con palabras y con imágenes. Son formas amenas y ágiles del libro aparecidas porque al parecer, el tiempo, que es un Dios implacable, no alcanza.
El libro físico como objeto tecnológico será insustituible, permítanme esta sentencia. Y lo será justamente porque fue creado para sufrir de manera exitosa todas las metamorfosis y adecuaciones que el hombre en su devenir por la Tierra quiera aplicarle.
El libro es el gran depositario de la literatura, una de las más antiguas Bellas Artes. La literatura que nació antes que la filosofía y que fue una de las primeras formas de comunicación creada por el ser humano para explicar, pensar, narrar, describir, nombrar su condición humana y su tránsito por el mundo. No fue el logos quien primero lo hizo, sino el mito y la metáfora con su mimesis recreadora quien enunció en relatos épicos, cantos líricos y piezas teatrales. Después lo narrado, reflexionado, cantado y actuado fue transmitido para responder no a las preguntas ¿qué? ¿cómo? ¿cuándo? ¿dónde? Sino a la cuestión ¿por qué? Entonces surge la filosofía que es nada menos que el antecedente epistémico del ensayo. Así, si se quería hablar sobre el ingenio, el creador literario inventaba un personaje con una trama en la que ocurrían hechos que representaran este valor: he ahí a Ulises u Odiseo recreado por Homero; si sobre la fidelidad, el aeda daba vida a Penélope; si sobre el coraje, entonces surgía Aquiles, si sobre el conflicto de creer o no a quien posee lucidez: surgía Casandra.
La filosofía entre tanto se apoyó en estos arquetipos literarios para resolver sus porqués y las causas de esas actuaciones ingeniosas, corajudas, fieles o angustiosas.
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Con el correr de los siglos y la evolución de los géneros literarios, se difuminaron las fronteras entre literatura y filosofía, no sin mantenerse en pie algunas diferencias. Pero quiero puntualizar con esto que es posible encontrar textos literarios que abordan cuestiones existenciales propias de discursos filosóficos a partir de las disquisiciones y actuar mismo de personajes creados por novelistas, dramaturgos, poetas y cuentistas. Así, es posible leer Hamlet, príncipe de Dinamarca de William Shakespeare, no solo como un drama de intrigas y traiciones por un reino, o como una venganza llevada a cabo por el príncipe Hamlet para vindicar la muerte de su padre, quien ha sido asesinado por su hermano Claudio, sino como una profundísima reflexión que indaga sobre una pregunta esencial: “Ser o no Ser, esa es la cuestión”, frase que representa una inquietud central de la experiencia humana, atribulada frente a las tensiones que se producen entre la voluntad y la realidad, de tal manera que la vida y la muerte se convierten en opciones a considerar.
La literatura como un arte que, a través de la palabra hablada en sus inicios, y escrita e impresa, tiempo después ha sido el arte que a través de la belleza y la imaginación dibuja la condición humana. Es quizás el arte en el que están contenidas las otras seis Bellas Artes, es decir, la pintura, la arquitectura, la música, la danza, la escultura y la más reciente: el cine. Elementos de todas estas se encuentran en una tragedia de Sófocles o en una novela de Gabriel García Márquez o de Virginia Woolf para mencionar a dos clásicos del siglo XX que acaba de terminar.
Es por estas razones que es necesario vivir la educación de la mano de la literatura. No es posible que ningún saber esté aislado de las emociones, la estética, la belleza y la creatividad con la que las escritoras han configurado el mundo. Somos, antes que logos, mito, ya lo he dicho antes; es decir, podemos establecer una analogía: somos emociones, antes que conocimientos. O, dicho de otra manera: es menos utópico y denso acceder al conocimiento si lo hacemos con la mediación de las emociones. Y las emociones que son la sangre que mueve la vida están configuradas de la mejor manera posible con el estilo de la literatura.
Somos lo que nos leen y narran cuando fuimos niños. De ese tiempo infantil, de esa espacio y tiempo que es la infancia (que se espera que sean confortables y seguros) salimos a ser lo que seremos llenos de cantos y cuentos que determinarán nuestra sensibilidad y actitud cuando entremos al mundo de la adultez. Somos hijos de una madre, de un padre, de un abuelo o abuela, de una tía que al leernos un cuento o cantarnos una canción (primeros poemas de la vida) nos brindó la lengua, el arma más valiosa para hacer de la vida propia y de la de quienes nos rodean un territorio de dignidad y armonía.
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¿Por qué alejar esas historias, esos cantos, esos diálogos de nuestros hábitos cuando crecemos? ¿Por qué pensar que no son científicos? ¿Acaso no hay algo más científico que escudriñar en la condición humana con las herramientas de la palabra bella, es decir, de la retórica que es el alma de la poesía? ¿No requiere rigor, curiosidad e imaginación la construcción de los mundos que leemos en cuentos, poemas, novelas, crónicas, ensayos y piezas de teatro? ¿No son acaso características esenciales del logo y de la ciencia la imaginación, la curiosidad y el rigor? ¿Será porque la Universidad se olvidó de incorporar en su currículo a la poesía, las historias, los dramas y las reflexiones estéticas que los profesionales de hoy ponen en el centro de sus actos la actuación facilista y deshumanizada con los semejantes a los que se deben?
Estas cuestiones son objeto de diálogo y de muchas respuestas para estructurar una Educación literaria que ayude al maestro y a su estudiante a encontrar caminos alternos a los que se vienen recorriendo canónicamente en los currículos de la educación superior.
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