Víctor Solano Franco
Comunicador social y periodista
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Con el inesperado deceso del acordeonista Ómar Geles, esa prodigiosa bisagra entre los juglares de antaño y los exponentes de hoy, resulta más que oportuno revisar, así sea someramente, el fenómeno de este canto campesino que se convirtió en una industria. El vallenato, ritmo nacido en los sabanales colombianos, ha conquistado corazones en el mercado doméstico, pero también en el internacional; se ha convertido desde hace años en uno de los géneros musicales de mayor crecimiento. Su éxito se debe a una combinación de factores que lo hacen atractivo para diferentes generaciones, desde la maestría musical de sus compositores e intérpretes hasta la constante innovación y adaptación a las tendencias del mercado.
Aunque a un Alejo Durán, a los Corraleros de Majagual o a Bovea y sus vallenatos se les sigue oyendo de fondo a la hora del medio día mientras en la mesa se enguye un sancocho de sábalo o a las dos de la mañana con varias botellas vacías al lado, la verdad es que poco queda de la candidez de hace 50 ó 60 años de Abel Antonio Villa o ‘Pacho’ Rada. De los juglares con el tufillo de Escalona que en los parrandos aún tenían ligeras pelusas en sus camisas luego de haber recogido las motas de algodón en tiempos de cosecha o de haber estado en las faenas de la pesca del día, poco queda. No tardó mucho en nacer una industria.
Figuras legendarias como Diomedes Díaz, el Binomio de Oro; los hermanos Zuleta y Jorge Oñate pusieron las piedras fundacionales del vallenato moderno, popularizándolo en todo el país y vendiendo millones de copias, creando ‘nuevos ricos’ en los diferentes sellos y sentando las bases para su expansión internacional que al principio no pasaba de los países del vecindario como Venezuela. Posteriormente, artistas como Carlos Vives le dieron un nuevo aire al género, fusionándolo con otros ritmos como el rock y el pop, y llevándolo a escenarios globales, catapultando el vallenato a un público más amplio.
En la actualidad, son los jóvenes quienes lideran el consumo de vallenato, gracias a artistas como Silvestre Dangond y los hermanos K Morales. Estos artistas han sabido conectar con las nuevas generaciones al incorporar a la música tradicional, elementos frescos en los arreglos desafiando el compás del 6×8 de la puya, y estéticas y temáticas urbanas sin perder la esencia del vallenato.
Ahora bien ¿Qué hace que Silvestre Dangond sea el artista vivo del vallenato más vendedor y el segundo en llenar el estadio El Campín, de Bogotá, después de Diomedes Díaz?
Silvestre Dangond ha logrado un éxito rotundo gracias a su talento musical, su carisma y su capacidad para conectar con el público. Su música, una mezcla de vallenato tradicional con sonidos modernos, ha sido clave para atraer a una nueva generación de seguidores quienes se autoidentifican como ‘silvestristas’. Además, su impecable puesta en escena y su constante innovación lo han convertido en uno de los artistas más populares del género. Inclusive, la polémica ha hecho parte de la construcción de su marca como la vez que tocó los genitales de un menor en la tarima o con sus muy frecuentes poses cercanas a la estética del paramilitarismo.
En resumen, el vallenato goza de un crecimiento sin precedentes gracias a su capacidad para adaptarse a los nuevos tiempos, sin perder del todo su identidad, esa que hizo que Gabo escribiera el vallenato más largo de la historia con Arcadios y Aurelianos en su soledad. La maestría de sus artistas, la constante innovación y la conexión con las nuevas generaciones son algunos de los pilares que sostienen su éxito. Sin duda, el vallenato, más que un género musical es un hecho social, económico, cultural y hasta político que seguirá conquistando corazones y escenarios por muchos años más y con una capacidad que no tuvieron otros aires colombianos como el bambuco, el pasillo, el bunde o el joropo.
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