Juan Camilo Quesada Torres
Doctorando en Sociología UNSAM/EIDA (Argentina)
Investigador en Economía popular
•
El sol se mantenía casi sobre la línea del horizonte pariendo los tonos ocre propios del arrebol de atardecer río platense. La playa del parque Rodó estaba atiborrada de gente a las 8:30 de la noche y las personas se arremolinaban sobre núcleos de cantos, tambores, velas y figuras de una mujer que estaba siendo venerada: Iemayá. En el piso, sobre la arena, la gente hacía huecos en los que depositaba velas encendidas, mientras los núcleos comenzaban a avanzar hacia el agua en pequeñas procesiones, sin ningún orden, alzando pequeños barquitos cargados de ofrendas: flores y frutas, sobre todo.
De un momento para otro comenzaron a sonar aplausos que venían avanzando desde un costado de la playa. Imaginé que parte del ritual involucraba un aplauso generalizado a la diosa yoruba del mar, pero me equivoqué. En el centro de los aplausos caminaban tres funcionarios públicos. El primero traía alzado a un niño; el segundo, una pelota de fútbol en las manos, y el tercero alumbraba para todos lados con una linterna.
Resulta que, cuando los funcionarios descubren que un niño ha extraviado a sus padres, lo alzan, encienden la luz, y comienzan a caminar la playa, o el lugar que sea, para que cualquier padre o madre sepa que, si extravió a su pelao’/gurí, lo encontrarán en el centro del aplauso.
Todo esto pasa en 10 minutos. En las dos o tres veces que he estado aquí en esta ciudad antes, y los tres o cuatro días que llevo de haber llegado, he aprendido que Montevideo es así. Es un revuelto de todo.
Camino por la ciudad y mi cabeza va pensando en lugares que conoce y a los que se le parecen. Hay una parte del centro que no puedo evitar que se me parezca a La Habana, con sus casas de color gris, las paredes un poco afectadas por el salitre que trae el río/mar (o como escribió Pau: un río que llamamos un mar) y todo lo afro que la envuelve.
De pronto, de una calle a otra, llego a 18 de julio y me siento caminando por el centro de Cali. El calor estival ayuda mucho con el parecido. Edificios grises, que no significan sin gracia, calles curvas, un poco de comercio popular y casi crees que vas a salir al Bulevar del río y la iglesia de la Ermita.
Más acá, más cerca del parque Rodó, las calles empinadas me hacen pensar en el barrio Prado de Medellín, un lugar que, cuando lo conocí, estaba lleno de casas y cuestas. Le digo a Paula que me gusta Montevideo porque no es una ciudad plana como Buenos Aires. Para mí, que vengo de una ciudad donde los cerros orientales son referencia inequívoca, que haya un poco de montes, que las calles suban y bajen, resulta en un refresco vital.
Montevideo, según dicen, es eso “Monte vide eu” (yo vi un monte, en portugués).
Vuelvo a pensar en la celebración del 2 de febrero, día de la diosa Iemanyá, y Cuba. Por estos pagos, lo yoruba, lo umbanda, hace las veces de cordón umbilical con la costa atlántica brasilera. Claro, es lo que está más cerca. A mí me lleva directamente a la isla de Fidel y la práctica de la santería; y a mi prima Liliana, a quien recuerdo de primeras cuando pienso en las cubanas Celina y Reutilio cantando “Que viva Shangó” o “Babalú”, otro par de orishas. Seguro que le escribiría a mi prima Lili sobre lo que vi el 2 de febrero aquí en Montevideo.
Pareciera que hay algún común en eso de la celebración de los orishas. Algo que va de Nigeria y Benin, pasa por Montevideo y termina en Cuba y Trinidad y Tobago.
El último Durkheim, el de los estudios de la vida religiosa, sostenía que era en el pensamiento religioso donde podíamos encontrar aquello que las sociedades establecen como lo común. No por pensamiento religioso en sí, sino porque desde allí se organizaban las lógicas sociales y políticas comunes; dice Emilio que el pensamiento religioso instituye lo social.
Para George Padmore, el trinitense que dejó la piel por la formación del panafricanismo durante todo el siglo XX, la religión jugaba un papel unificador para la liberación de África y los pueblos negros del Caribe. No por pensamiento mágico en sí, sino como elemento unificador, reconocedor de los mismos como iguales.
Puede ser que haya algo que devela el pensamiento religioso alrededor de la celebración de Iemanyá aquí en Montevideo y que resulta común con África y el Caribe.
Capaz que hay algo que nos está diciendo ese pensamiento religioso.
Al final, ayudado por la foto que tomé con el teléfono, por mi cabeza vuelve a pasar lo hermoso que se veía el arrebol de atardecer sobre el Río de la Plata. La curiosidad vuelve al ver regresar las pequeñas procesiones caminando de para atrás, o sea, mirando hacia el agua y las ofrendas allí dejadas, hasta salir del río.
A la mañana del 3 de febrero salgo con Nina (la perra) hasta la misma playa. Ella corre, se come los restos de comida que el río no se llevó y se mete un poco al agua. Cuatro o cinco personas caminan la playa con detectores de metales queriendo encontrar la fortuna que alguien hubiera podido perder la noche anterior, y los tractores de la municipalidad trabajan la arena para que la playa vuelva a quedar uniforme y lista para recibir a la gente una vez más.
Yo vi un monte, y en este monte, todo febrero es carnaval.
Deja una respuesta