Crédito Imagen: @PizarroMariaJo
José Aristizábal García
Investigador, educador y escritor
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Desde cuando se fundaron los primeros partidos, hasta finales del siglo XX, ellos fueron considerados los impulsores de los procesos revolucionarios, los cambios, triunfos y transformaciones políticas, tanto de la burguesía, como de los obreros y los campesinos. Pero, desde el Caracazo (1998), “la primera gran insurrección popular contra el neoliberaliasmo”, hasta el momento actual, pasando por el estallido social del 2021 en Colombia, las grandes movilizaciones de masas, levantamientos sociales, revueltas e insurrecciones, no han sido convocadas ni impulsadas por partidos políticos.
Si nos adentramos en las características actuales de los partidos y los movimientos podemos observar varias diferencias que están en la raíz de esa tendencia:
1. Vivimos un riesgo de la democracia liberal que ha llevado al deterioro de las instituciones y a la mercantilización de la política, así como una falla de los proyectos de emancipación política y social que ha traído la confusión y la pérdida de horizonte en fuerzas de la izquierda. Lo que ha conducido, a su vez, a una crisis de los partidos, reflejada en que son pocos los que sobreviven con fuerza como partidos históricos, mientras que proliferan cantidades de agrupaciones y coaliciones sin una ideología clara, que, más que partidos, son empresas o feudos electorales. En estos, el poder se concentra en unas pocas personas, son verticales, convocados desde arriba y, a veces, se vuelven la propiedad privada de unos pocos jefes que se convierten en sus dueños por largos períodos, como es el caso de César Gaviria en el partido liberal colombiano.
Los movimientos, por el contrario, surgen de la autoorganización, de asambleas que se autoconvocan y en torno a las cuales comienzan a girar las movilizaciones, favorecen el protagonismo de los colectivos y por ello tienden a ser más horizontales y democráticos. Un ejemplo ha sido el movimiento de los indignados del 15-M que se tomaron las plazas públicas de Madrid, Barcelona y otras 50 ciudades de España. Otro, los estallidos sociales de Chile (2019) y Colombia (2021) que dieron origen a las primeras líneas.
2. ¿Quiénes son los sujetos sociales en los partidos? Al instituirse en unos aparatos intermediarios ante el Estado, los partidos han terminado utilizando a sus militantes como instrumentos o medios; se han vuelto en unos fines en sí mismos, suplantando o reemplazando a los verdaderos sujetos. Actuando de otra forma, los sujetos de las transformaciones sociales se forman en determinadas coyunturas, en medio de sus propias luchas, cuando despliegan su indignación y su potencia a través de sus propios movimientos. Ejemplo de ello han sido los movimientos de las mujeres que se han formado en movilizaciones masivas, locales y globales, de millones de mujeres en todo el mundo. Otro, el Black Lives Matter (Las vidas negras importan) (2013-2014) originado en Ferguson y Nueva York, cuyas protestas alimentaron los movimientos contra el racismo institucional en EEUU y otra cantidad de países.
3. Los partidos tienen como su misión más importante la captura del Estado o parcelas de él; giran en su órbita, son estatistas. Mientras que los movimientos sociales y políticos pueden ser comunitarios, cívicos, ciudadanos, estar más cerca de la cotidianidad y los problemas concretos de las poblaciones, de lo vecinal, lo local, lo regional. Quienes impulsaron las consultas populares contra el extractivismo, en varios municipios del país, lograron unos triunfos importantes en su defensa del agua y de sus montañas. En Bolivia, la guerra del agua (Cochabamba 2002) y las guerras del gas (El Alto y La Paz, 2003 y 2005), comenzaron por las necesidades inmediatas de esos bienes comunes, avanzaron a la nacionalización de los hidrocarburos y, en su confluencia con otros movimientos, terminaron derrocando al gobierno de Sánchez de Losada y del vicepresidente Carlos Mesa y subiendo a la presidencia a Evo Morales.
4. Los partidos de derecha y del centro, pero también algunos que se reclaman de izquierda, lo son del statu quo, valedores del Estado o acomodados en él. Mientras que los movimientos tienen menos ataduras legales e institucionales y poseen más frescura, autonomía y opciones para ir más allá del sistema. Algunos desbordan los poderes instituidos, tumban gobiernos y suben otros. Como en la insurrección de los piqueteros y otros sectores populares en Argentina que derrocaron cuatro presidentes, uno después del otro, en el lapso de un mes con la consigna que se vayan todos (diciembre 2001). O en la rebelión de los forajidos, en Ecuador, en 2005, que cercó el Congreso, el palacio de gobierno y el presidente Lucio Gutiérrez tuvo que huir en un helicóptero.
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Las anteriores diferencias y su contraste lo podemos resumir de la siguiente manera. Por un lado, los partidos, que jugaron un papel tan importante en los cambios sociales y políticos en los dos siglos anteriores, han ido perdiendo sus capacidades de convocatoria, de movilización y representación, se han convertido en empresas electorales que requieren de enormes cantidades de dinero para sus campañas. Ya no canalizan la inconformidad y la rebelión de las gentes y, de ahí, la apatía, la abstención por sus políticas, su declive, y la vigencia que sólo tienen dentro de sus clientelas.
Por otro lado, los cambios que se están dando en el mundo de las luchas sociales y políticas, nos muestran que hoy son los movimientos, surgidos desde abajo, los que desatan los protagonismos de la gente, su creatividad, su autonomía, sus potencialidades; los que, en tiempos corrientes parecen poco visibles a los ojos externos, pero saltan a la palestra cuando en determinadas coyunturas, explotan, se autoconvocan y hacen sentir su fuerza y su poder como el constituyente primario. En Mogotes, Santander, en 1997 y 1998, sus habitantes realizaron asambleas constituyentes en cada una de las veredas y sectores sociales, quienes confluyeron en una Asamblea Municipal Constituyente de Paz, a través de la cual exigieron que la guerrilla y los paramilitares se retiraran de su territorio, revocaron el mandato del alcalde mediante una consulta popular organizada por ellos mismos, se acogieron al artículo de la constitución que dice, “la soberanía reside exclusivamente en el pueblo” e instituyeron, por varios años, otro poder frente al viejo poder de los gamonales del pueblo.
Y el hecho de que los movimientos de las mujeres, de los indígenas, los negros y los ambientalistas, así como aquellos por la paz o por los derechos humanos, hayan surgido y sigan surgiendo por fuera de los partidos y las guerrillas, confirma esta tendencia que estamos planteando.
Ahora bien, en Colombia, en el Pacto Histórico ha surgido la propuesta de convertirlo en un partido único. Fusionar en un solo partido los 13 o 15 partidos y 12 movimientos que lo integran. Querer un partido grande es plausible y no está mal para obtener el gobierno y una porción importante del legislativo. Si lo que queremos es ganar unas elecciones y ocupar unos puestos dentro del Estado, vale.
Pero, si lo que queremos, en primer lugar, es la transformación de esta sociedad -esto es, construir otras formas de producir, de consumir y de vivir- lo que necesitamos más urgentemente es avanzar en un cambio de la cultura política y en la mentalidad de las gentes. Y esto requiere una enorme labor pedagógica y comunicativa.
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