Manuel Humberto Restrepo Domínguez
Profesor Titular de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Mesa de gobernabilidad y paz del SUE, Integrante del consejo de paz Boyacá, Columnista, Ph.D en DDHH, Ps.D en DDHH y Economía.
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En el siglo XXI, éste que nos correspondió vivir, el poder se deja ver mediante el ruido, el terror, la muerte. Su forma y su contenido son engaño, posverdad, cinismo, crueldad, política sin contenido y guerras que evolucionan en capacidad, pero hacen retroceder en humanidad.
Hoy, el poder no tiene diplomacia, habla con la voz de las armas. Las guerras son híbridas, asimétricas, tecnológicas, sin límites entre legal o ilegal. Los avances en inteligencia artificial, ciberseguridad, armamento autónomo y relatos prefabricados de guerra juegan un papel más letal.
Las víctimas son civiles que dejaron de ser “daños colaterales”. Ahora son, abiertamente, objetivos militares. Se les ataca con intención, programada en despachos del Estado, de empresas o de centros de mando conjuntos.
La ideología del poder es simple y directa: libertad, orden y seguridad para ellos, y “no derechos” para la gente; suplanta la voz de la “comunidad internacional” y llaman a regularle a otros lo que el mismo poder quebrantan.
Han cambiado el contexto, las causas, las tecnologías y el enfoque de las guerras. Las actuales se hacen en el marco de las cambiantes relaciones entre Estados y los emporios empresariales cuyos propietarios son los pocos super ricos que hay en el mundo; la tecnología para matar que hoy están usando, son las armas de destrucción masiva no probadas, construidas con base en procesos informáticos e inteligencia artificial. El enfoque, en todos los casos, es de guerra total, sin límites ni reglas ni respeto por derechos humanos. Las organizaciones, tribunales y derechos internacionales que pretenden regular la acción armada parecen instituciones caducas.
Los conflictos son asimétricos. No se dan entre dos Estados convencionales, ni se resuelven en el suelo de las potencias. Las guerras ocurren en territorio de los llamados proxys. Allí se cruzan ejércitos Estatales, grupos de mercenarios de ocasión, ejércitos privados simpatizantes ideológicos de los grupos económicos o de los estados con intereses económicos y políticos en el teatro de operaciones, insurgencias, resistencias, milicias.
Las guerras de hoy desarrollan, simultáneamente, prácticas convencionales, no convencionales, cibernéticas, económicas y de información (propaganda y desinformación). Las potencias apoyan a distintos adversarios, como sucede en Siria o Yemen, donde varios actores internacionales (EE. UU., Rusia, Irán, Arabia Saudita) apoyan a diferentes partes.
Las películas en las que se muestran los avances de las máquinas de guerra y se prevé el futuro de las mismas, muestran avances de la inteligencia artificial y el uso, cada vez más común y corriente de las armas hiperbáricas y explosivos termobáricos; con ellos, se crean explosiones masivas que producen una onda de choque y consumen oxígeno. Ya han sido desplegadas en Siria y Ucrania.
La guerra espacial, que no ha estallado a gran escala, ha convertido al espacio en un campo de competencia militar. Países como estados Unidos, Rusia, y China, desarrollan capacidades para destruir o desactivar satélites enemigos, que son vitales para las comunicaciones y la navegación en tiempos de guerra. Igual ocurre con el control de las profundidades del mar.
La población civil, sus bienes, patrimonio y dignidad, es objetivo militar de todas las partes en todos los conflictos. Por obra y gracia de las empresas que producen información, cada persona parece estar invitada, como simple espectadora, a ver el espectáculo de la guerra y sus tonalidades ruidosas.
Cada ser humano, civil, en las guerras actuales, puede creer que él es únicamente un consumidor más de las noticias que muestran cómo otros seres, tan humanos como él mismo, son destruidos y derrotados por inversionistas globales y Estados avaros que hacen las guerras.
Cada persona, así desinformada, cree que matar a unos (malos) es necesario y que ella está a salvo, por estar del lado de los “buenos”, que la guerra es un asunto que acontece en otra parte y que hasta la destrucción del planeta es un simple desperfecto que puede arreglarse con tecnología.
Las guerras del siglo XXI han dejado un saldo desolador. Sin tener en cuenta las cifras de muertos que ocasionan las confrontaciones armadas, ni el cambio cultural por medio del cual se ha hecho de la crueldad la máxima virtud, se pueden ver las siguientes cifras de inhumanidad: más 300 millones de refugiados, 108 millones de desplazados internos, 70 millones de personas en estado de esclavitud, más de 345 millones de personas en inseguridad alimentaria extrema y sitiadas.
Estadísticas aparte, habría que examinar con cuidado los masivos daños mentales irreversibles: efectos psicológicos duraderos que victimizan y victimizarán a generaciones enteras de niñas, niños, adolescentes, jóvenes y adultos; trastornos por estrés postraumático (TEPT), depresión y ansiedad que sufren, tanto quienes participan activamente en las guerras, como las poblaciones que son víctimas de todos los ejércitos que en el mundo han sido.
Los Estados que lideran el desastre humano (EE. UU., China, India, Rusia y Arabia Saudita) aprobaron, en 2022, gastos militares globales por 2.24 billones de dólares. No se preocuparon por eliminar el hambre o la injusticia existentes en los países bajo conflicto armado.
Estamos fracasando como humanidad. Parecemos una especie inviable que, además, hace inviables todas las formas de vida existentes en nuestro planeta.
Así las cosas, resulta imprescindible cambiar el tono de las guerras del siglo XXI e imponer los tonos de los pueblos. Los variados tonos de los diferentes pueblos.
El primero: paciencia. Esperar el equilibrio disuasivo entre potencias a través de la nivelación nuclear, cuya capacidad no está probada, pero que podría acabar con la totalidad de la vida en la tierra en pocas horas si los países antes mencionados se deciden a usar su arsenal de ojivas nucleares.
El segundo: Resistencia global. Llamar, promover y hacer la resistencia activa y en las calles. No esperar el equilibrio entre fuerzas indestructibles. Empezar una era de “resistencia popular global”, contra la guerra y el capital. Poner en valor la voluntad del poder popular, retornar a la lucha unificada de los pueblos, del norte y del sur global. Hacer grandes movilizaciones que frenen a los dueños del capital y del poder. Crear sistemas jurídicos y tribunales paralelos, ad-hoc, para detener y enjuiciar a quienes han cometido los grandes crímenes contra la humanidad y el planeta.
El tercero: asumir que lo jurídico es sólo un instrumento y que lo político se concreta en construir formas de resistencia. Que se trata de imponer el sentido de humanidad, por encima del sentido de propiedad, poder y lucro. Por eso, habría que avanzar hacia formas de unidad global que promuevan la vida, la dignidad humana y asuman la potencia política de la Declaración Universal de los Derechos del 1948 y el Derecho Internacional Humanitario.
P.D. En Gaza y el Libano, el genocida avanza como Hitler durante el Tercer Reich. ¿Hasta cuándo? En 1946 luego de la masacre de Deir Yassin, Einstein calificó a los colonos sionistas de organizaciones terroristas. Víctimas de genocidio, cometiendo un genocidio. También serán detenidos.
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