
Víctor Solano Franco
Comunicador social y periodista
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Rodeado de diferentes líderes sociales, estudiantiles y políticos, el presidente Gustavo Petro se paró frente a su atril y era imposible no sentir al otro lado de la pantalla para todos nosotros los televidentes, ese tufillo de frustración. El Presidente criticó severamente a los congresistas y los señaló de, en lugar de inclinarse por el pueblo, favorecer al rico epulón, un personaje que aparece en el Evangelio de Lucas (16, 19-31) y representa la maldad de la opulencia. Lo citó tres veces en su alocución del pasado martes 11 de marzo mientras atrás estaba el polémico Armando Benedetti, el mismo que confesó en una conversación con Laura Sarabia que a él se le debía el ingreso de millonarias fortunas a la campaña del actual mandatario y el mismo que según el saliente ex ministro de Comercio, Luis Carlos Reyes, Benedetti le decía que era bueno que la gente le quedara debiendo favores…
En ese marco, la reciente decisión del Presidente de convocar a una consulta popular para «corregir» el virtual hundimiento de la reforma laboral, y posiblemente incluir en ella las reformas de salud y pensional, es un síntoma de su inconformidad con el juego democrático cuando no le favorece. El Congreso, en pleno ejercicio de sus facultades constitucionales, a través de la ponencia negativa de ocho miembros de la Comisión VII, ha rechazado la reforma laboral, lo cual forma parte del trámite legislativo normal en un sistema de separación de poderes. Pero, para el Presidente, este ejercicio legítimo de la democracia se convierte en una «traición al pueblo».
Petro olvida que el Congreso es la expresión misma de la soberanía popular. Los senadores y representantes fueron elegidos libremente por los ciudadanos, y su función es deliberar, aprobar o rechazar proyectos según su criterio y el interés general, no simplemente obedecer las órdenes del Ejecutivo. Está clarísimo que la mayoría de los congresistas no nos gustan a las mayorías críticas, pero como ciudadanos en ejercicio nos sometemos a las mayorías que votan por unos y dejan de votar por otros. El presidente parece entender la democracia solo cuando los poderes del Estado se alinean con sus intereses. Cuando no es así, el Legislativo es acusado de «bloquear» su gobierno, de “burlarse” de él y de ejercer un “bloqueo institucional”. Ya es bastante nocivo ese discurso en el que siempre pretende señalar a los empleadores, de villanos; y a los empleados de esclavos. Anunció que esa misma noche se sentaría con Benedetti a redactar el texto de la consulta popular, que espero no quede en los términos en que hoy planteó la pregunta: “le vamos a preguntar al pueblo si quiere ser esclavo o si prefiere ser libre”. A Petro le encanta citar a los nazis en el lado de sus opositores (esta noche milagrosamente no lo hizo), pero no tiene pudor para ejecutar técnicas de manipulación al mejor estilo del propagandista Joseph Goebbels…
El anuncio de la consulta popular no es solo una reacción a la derrota política que ha sufrido en el Congreso, sino también una estrategia para victimizarse ante la opinión pública y movilizar sus bases con un discurso populista que nuevamente apela a la arenga y al llamado a las masas para tomarse las calles. Petro presenta su agenda como un mandato incuestionable y cualquier obstáculo como una conspiración contra el pueblo.
Pero la democracia no funciona bajo la lógica de la imposición. El Congreso tiene el deber de debatir y decidir, incluso si sus decisiones no coinciden con la voluntad del Presidente. Si cada vez que un proyecto de ley no pasa, el Ejecutivo recurre a una consulta popular, estaríamos frente a un modelo plebiscitario que socava la institucionalidad y desvirtúa el sistema de pesos y contrapesos.
Más allá de las reformas en sí mismas, lo que está en juego aquí es el respeto por el orden democrático y la separación de poderes. Gobernar no es imponer. Petro debe entender que su papel es liderar, no exigir obediencia ciega y paradójicamente, hacerle un bloqueo institucional a los otros poderes.
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