Javier Serrano Ruiz
Licenciado en Filosofía y letras. Magister en lingüística
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…vendrá la hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; 29 y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación. (Juan 5: 28-29)
Si hubiera previsto lo que podía ocurrir, jamás se hubiera alejado para fumar su pena detrás del bloque en el que, por fin, tras ocho años de vacilación y dos días de preguntas claras y respuestas entre dientes, había dado con la bóveda recién abierta.
Conocía muy poco de la vida y la muerte de su hermano, el mayor de veintidós, de los cuales sobrevivieron doce; a algunos solo los había oído nombrar. Recordaba que, siendo niña, un domingo su papá volvió borracho del pueblo y, como solía hacerlo, lo mandó a recoger el burro y el mercado. No volvió, pero después llegó una carta y su mamá puso una fotografía junto al sagrado corazón. Era su hermano, pero vestido de soldado y con gorra militar. Se lo mostraban a las visitas y todos decían que se veía muy bien, pero su mamá rezaba para que no le pasara nada, según decía.
Cuando volvió del cuartel había crecido, hablaba fuerte y su papá lo trataba ahora con cierto respeto. Sin embargo, no parecía contento, hablaba poco y trabajaba con desgano en el tabacal y la yuca; empezó a ir a la tienda y después de la cosecha volvió a desaparecer.
Poco a poco lo fueron borrando de las conversaciones familiares; cuando algún ajeno a la familia preguntaba se miraban de reojo y cambiaban de tema o respondían vaguedades.
Solo se sabía de su vida lo que traslucían sus cartas a ella, la única de la familia que le negó el olvido, aun después de que se supo que se metió en líos y dejó por el suelo el honor de todos.
– Mi delito es de sangre y muy limpio. ¡Tuve la desgracia de mancharme las manos con sangre ajena, pero nadie puede decir que me robé un peso! –reclamó desde la cárcel, en una carta escrita por mano ajena, porque ella negó conocerlo cuando un enviado suyo apareció en la puerta de su casa con noticias y regalo, en medio de una visita.
Ocho años más tarde reapareció, esta vez con su propia escritura, para contarle que había cumplido su condena. De nuevo era campesino, pero en tierra de otro; cuidaba reses bravas en un páramo, y le fallaba la vista. Por fortuna, escribió, tenía compañera y dos hijos pequeños, porque estaba acompañado. Había tenido que afrontar alguna situación “como rara” y, por eso, pasaba meses sin salir al pueblo y recoger las cartas que ella le enviaba a la sastrería La moda elegante.
Su decisión de traerlo de regreso surgió un año después de la última carta, esta vez de un desconocido, con el recorte de prensa que daba cuenta del asesinato de Candelario Bravo, alias Palomo, emboscado por desconocidos. La nota que acompañaba el recorte provenía de un antiguo compañero de prisión que hablaba de una relación fraternal y destacaba su honradez política.
-Aunque sea después de muerto, le arreglaron el nombre –pensó con una sonrisa-. Hasta en eso le había ido mal, por culpa del escribiente de la partida de bautizo; trastocó las letras y lo dejó toda la vida con apodo en lugar de nombre.
Desde que lo vio por última vez, habían pasado alrededor de cuarenta años. Ahorró durante varios para llevarlo de regreso, y recorrió el país casi de extremo a extremo, en el viaje más largo de su vida. Debió cambiar de bus varias veces entre gente extraña y en lugares desconocidos; preguntó mucho, comió poco, apenas dormitó para no arriesgarse a perder la ruta por causa del sueño.
-Páseme la botella y retírese un poquito, porque el vaho de los muertos puede matar a los vivos –le acababa de ordenar el sepulturero municipal.
El día anterior, cuando supo para qué lo buscaba en su casa esa mujer delgada y sola de edad indefinida y hablar enérgico, le había dicho que solo necesitaba una botella de licor, el permiso del párroco y valor. La citó temprano al día siguiente, y llegó cuando ya ella dudaba que vendría.
-Déjeme el aguardiente y vaya a donde el cura para que le den el permiso. Mientras tanto, yo voy buscando a su finado –dijo mientras destapaba la botella.
La secretaria de la parroquia, adormilada, andaba en chancletas y con aires de ser la mujer del párroco. Todo con ella era difícil, no tenía tiempo para atender su premura, necesitaba autorización para buscar el reporte en el libro de defunciones, pero el padre estaba ocupado. Fue necesario subir el tono hasta que el cura apareció por una puerta lateral y, para evitar el escándalo, firmó a la carrera un papel destinado al sepulturero.
Con el desparpajo ganado en años de contacto con tumbas, cadáveres, entierros, dolientes y esqueletos, el hombre, ya medio borracho, había puesto sobre un saco de plástico en el suelo, lo que dijo haber encontrado en la bóveda.
– Casi no había nada entero, mi señora –señalaba dos trozos pequeños de cráneo, algunos fragmentos que parecían de costillas y medio hueso largo, talvez un fémur-. Pero, además, yo creo que no es seguro que esos restos sean de su pariente. Es que, según lo que dice en este papel –señalando el firmado por el párroco- su finadito lleva ya mucho tiempo. Puede ser que hasta le hayan enterrado otro encima.
Ella no supo si insultar al hombre o regresar al despacho y pelear con la mujer y el cura. Había venido hasta este pueblo de mierda para llevar a su hermano a descansar con su gente y en su tierra, pero ahora estaba con un borracho ante unos trozos que podían ser de cualquier desconocido. Finalmente recitaron juntos tres “Dales el señor el descanso eterno – brille para ellas la luz perpetua”, consumió de un trago lo que aún quedaba en la botella y se fue a pasar la rabia y el duelo con un cigarrillo detrás de las bóvedas.
Al día siguiente, mal dormida y ojerosa, el sepulturero la acompañó al primer bus de la mañana. Con los baches de la carretera cloqueaban dentro de una bolsa negra de plástico los restos que dejó el perro sarnoso del cementerio, que se llevó el hueso largo mientras ella fumaba con el borracho.
-Ese perro hijueputa acabó de joder a Calendario –pensó mientras veía pasar por la ventana los postes de las cercas-. ¿Ahora cómo va a resucitar el pobre? En eso si talvez no voy a poder ayudarle…
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