
Gustavo Melo Barrera
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Por Gustavo Melo Barrera
—¿Dormiste bien?
—Sí, si ignoramos las tres horas que desplacé la pantalla hasta que mi pulgar pidió terapia, los pensamientos intrusivos sobre el futuro del planeta y el sueño donde mi jefe me obligaba a cantar afirmaciones positivas frente al comité de bienestar.
—Perfecto. Entonces ya estás listo para otro día funcional en este hermoso país emocionalmente quebrado.
Así empieza mi mañana. Sin café, pero con ansiedad activada desde las 5:47 a. m. Me acompaña mi terapeuta imaginario, mi ansiedad con voz de presentador institucional, y una cosa rara que podría ser el ADRES, mi ex, o la culpa católica. Todavía no lo identifico, pero vive en el mismo rincón de mi mente donde guardo los pendientes sin resolver y los traumas de juventud.
Escena 1: La ansiedad como GPS nacional
—¿Qué haremos hoy?, pregunta la ansiedad.
—Trabajar. Respirar. Intentar no desmayarme en camino.
—Error. Lo primero que harás es revisar el saldo en la cuenta, darte cuenta de que no alcanza para el copago, y recordar que la cita con el psicólogo quedó para el mes de octubre.
—Ah, claro. el mes del terror. Todo encaja.
Mi terapeuta imaginario me habla desde una nube:
—Recuerda que todo está en tu mente.
—¿Y si mi mente está en la fila de la EPS con un turno que nunca llega?
—Entonces… acepta el presente.
—¿El presente? ¿El que llegó con factura incluida, saldo pendiente y vencimiento en tres días?
Escena 2: Mi cuerpo como queja formal
Mi cuerpo empieza a dar señales.
—¿Dolor de espalda?, pregunta el chatbot del seguro.
—No. Es que estoy cargando el peso emocional del país.
Mi estómago, por su parte, tiene hambre de estabilidad. Le doy pan con queso y una pastilla de menta, a falta de clonazepam.
La farmacéutica dijo que no hay. Que vuelva en ocho días. Que igual, tal vez el problema soy yo y mi falta de gratitud.
Mi ansiedad se ríe.
—¿Quién necesita antidepresivos teniendo memes?
—¿Y quién necesita terapia teniendo que pagar arriendo?
Escena 3: Línea de atención (a nadie)
Llamo a la EPS. El menú tiene más opciones que mi vida sentimental.
—Presione uno si quiere hablar con alguien.
Presiono uno.
—Lo sentimos, todos nuestros agentes están ocupados sobreviviendo al mismo sistema que usted. Intente más tarde. O no intente. Es lo mismo.
Me cuelga el robot. Mi ansiedad aplaude.
—¡Ganaste el reto del día: intentarlo en vano!
—¿Cuál es el premio?
—Otro episodio de insomnio con pensamientos recurrentes y autoflagelación emocional disfrazada de productividad.
Escena 4: Mantras corporativos y culpabilidad líquida
En la oficina reparten stickers de “Tu salud mental importa” mientras recortan el presupuesto del psicólogo laboral.
Me ofrecen una sesión de “respira y agradece” dirigida por Recursos Humanos y acompañada de aromaterapia corporativa.
—¿Agradecer qué?
—Que tienes trabajo. Aunque no tengas salud, ni mental ni dental.
Y sí, tengo trabajo. Pero cada correo con «urgente» en el asunto me reduce la expectativa de vida.
Respiro, como me dijeron.
Y lo que inhalo es una mezcla entre agotamiento colectivo, café recalentado y cinismo.
Escena 5: El ADRES también tiene voz
—¿Y el gobierno?
—Presente, pero solo en Twitter.
ADRES aparece de pronto en mi cabeza. Tiene la voz de alguien que dice mucho sin decir nada.
—Giramos recursos millonarios para salud mental.
—¿A dónde?
—A estrategias intersectoriales con enfoque diferencial y visibilizacion comunitaria.
—O sea… ¿a Excel?
—Exactamente.
ADRES no tiene rostro, pero sí mucho PowerPoint. Y una fe desmesurada en que los sistemas de información son la cura para el sufrimiento humano.
—¿Y los pacientes?
—Bien, gracias. No molestan porque no los registramos.
Escena 6: Influencers del bienestar
—¿Te sientes triste?, me pregunta una influencer desde Instagram.
—Sí.
—Eso es porque no estás vibrando alto. Compra mi kit de cuarzo, toma sol por la mañana y bloquea a todos los tóxicos.
—¿Incluye a mi EPS?
La salud mental se ha convertido en un negocio de autoayuda exprés con delivery.
Meditaciones de cinco minutos, afirmaciones con voz sexy, y la idea de que si sigues triste es porque no estás manifestando correctamente.
—¿Y si no manifiesto, ¿qué pasa?
—Te quedas con tus emociones rotas y sin cashback.
Epílogo: No estamos locos, estamos en Colombia
En este país, la salud mental se trata con frases motivacionales, líneas de atención que no contestan y profesionales sobrecargados que también están mal, pero no pueden decirlo.
Pero tranquilo: siempre puedes contarle tus traumas a un coach certificado por la Universidad de los Milagros, con énfasis en chakras, respiración nasal y capitalismo emocional.
Y, sin embargo, seguimos.
No por esperanza, sino por inercia.
No porque estemos bien, sino porque no hay tiempo para colapsar entre reunión y reunión.
¿La verdadera terapia en Colombia?
Sobrevivir con humor.
Reírse para no llorar.
Y, si acaso, escribir columnas como esta:
Sin receta médica, pero con toda la carga emocional de un país que nunca tuvo salud mental… pero sí una resistencia de campeonato.
Gracias por venir a mi sesión.
No olvides pagar tu copago antes de salir de tu mente.
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