
Gustavo Melo Barrera
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Mientras unos vociferan desde los micrófonos, otros aplauden la tarima y algunos celebran su suerte y desde la camilla los más consultan… pero por su cuenta.
Hay países serios, países en crisis… y está Colombia, donde la política se hace con emoticones, se debate en Twitter y se juzga en titulares. Esta semana tuvimos combo completo: Petro se subió a una tarima en Medellín con exlíderes de bandas criminales (sí, los mismos que hasta hace poco eran el demonio con moto), Fico y Rendón casi se desmayan del coraje, Miguel Uribe demandó al presidente por burlarse en redes del atentado contra su familia, y el flamante ministro de Justicia —Eduardo Montealegre, el Voldemort jurídico de Uribe— volvió al ruedo con toga, agenda y ganas de guerra.
¿Y la gente? Bueno, sobrevive. Ve el noticiero como quien ve La Rosa de Guadalupe y se pregunta si esto es un país o una distopía escrita por IA con exceso de cafeína y malas intenciones.
Vamos por partes, como los noticieros cuando quieren ocultar algo.
Petro aterrizó en Medellín con el mismo espíritu de provocación que lo ha hecho famoso y no decepcionó: subió a tarima a varios exjefes de bandas del Valle de Aburrá. Sí, los mismos que eran objetivos de alto valor cuando había que mostrar resultados con drones. ¿El mensaje? Paz total. ¿La reacción? Fico Gutiérrez entró en modo Godzilla: “¡Cómo así que los criminales ahora son aliados del gobierno!”. Julián Rendón, más indignado que pastor evangélico en marcha del orgullo, acusó al presidente de legitimar al crimen.
Claro, cuando ellos se tomaban fotos con contratistas narcos, era “articulación por la seguridad”. Pero si Petro les da micrófono, se cae la institucionalidad. Qué país tan delicado para unas cosas y tan cómodo para otras.
Y hablando de escándalos de temporada, Miguel Uribe Turbay (desde su lecho de enfermo y heredero del tono pasivo-agresivo bogotano) decidió que Petro no solo gobierna mal, sino que también se burla mal. El presidente, fiel a su estilo, lanzó un trino sarcástico luego del atentado contra el nieto de Turbay, insinuando que algunos ahora pedían solidaridad, pero antes aplaudían la violencia. ¿Resultado? Una demanda por “revictimización”. En Colombia, el sarcasmo se judicializa… pero las masacres todavía están “en etapa de recolección de pruebas”.
Y como si el guion necesitara más drama, regresa Eduardo Montealegre al escenario político como ministro de Justicia. Si alguien sabe cómo irritar a Uribe, es él. Exfiscal, ex enemigo, exaliado (según a quién le pregunte) y actual dolor de cabeza para el uribismo, Montealegre llega con una lista de reformas y otra de enemigos. Algunos ya lo llaman “ministro anticasta”; en la bancada del Centro Democrático lo ven como el Cuco con corbata.
Mientras tanto, los medios hacen lo suyo: contar todo esto en cámara lenta, como si estuvieran narrando la final de una novela turca. Las EPS siguen desangrando el sistema de salud, las armas siguen apareciendo mágicamente en manos del Clan del Golfo, y los fiscales aún no encuentran los expedientes de parapolítica (aunque, para ser justos, tampoco los están buscando con mucho entusiasmo). Pero lo importante, señores, es que Petro subió al combo del barrio a la tarima.
Y si cree que esto es demasiado, falta la cereza del postre: la Séptima Papeleta. Tras el portazo del Consejo de Estado al “decretazo”, Petro no se encoge. Lanza una jugada política que dejó al establecimiento con taquicardia: consulta ciudadana para reformar lo que el Congreso no deja tocar. ¿Populismo? ¿Democracia directa? ¿Golpe suave? Depende a qué columnista le pregunte. Lo cierto es que los mismos que aplaudieron las consultas de Uribe ahora gritan “¡dictadura!” como si Petro estuviera montado en un tanque.
En resumen: en Colombia, los ladrones de cuello blanco están indignados, los victimarios se sienten ofendidos, y los verdugos de ayer quieren darnos clases de ética pública. La doble moral se volvió política de Estado. Y la indignación, línea editorial.
Pero tranquilos, que aún hay función. Se acercan las elecciones de 2026 y todo indica que quienes hoy exigen justicia con megáfono podrían terminar dando explicaciones en una audiencia virtual, mientras la Fiscalía “pierde la conexión”.
ADVERTENCIA FINAL:
Si usted es ciudadano, no se confunda: aquí los escándalos son pantalla, los culpables se reciclan y los de siempre ya ensayan discurso de victoria. Pero hay una esperanza: que esta vez, el votante tenga más memoria que el fiscal promedio.
Porque si el pueblo decide votar sin miedo y con rabia… esta vez no los salva ni un helicóptero.
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