
Víctor Solano Franco
Comunicador social y periodista
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El reciente enfrentamiento público entre Donald Trump y Elon Musk revela una advertencia clara sobre los peligros de la influencia excesiva de grandes corporaciones tecnológicas en las decisiones públicas. En una escalada sin precedentes, Trump amenazó con retirar todos los subsidios y contratos gubernamentales a Tesla, SpaceX y Starlink, acusando a Musk de depender “con diferencia, más subsidios que cualquier ser humano en la historia”. Esta reacción muestra, de forma cristalina, cómo el poder político puede convertir el financiamiento público en una poderosa herramienta de presión y control sobre las grandes empresas.
Cuando las empresas dominantes en sectores clave (como tecnología, plataformas digitales o energía verde) presionan por regulaciones privilegiadas o reciben beneficios cercanos a la protección institucional, se fomenta una forma de “nueva aristocracia hi‑tech” (lo vimos en televisión desde el día de la posesión de Trump cuando los grandes magnates ocupaban un sitial de honor en la ceremonia).
Esta élite, que combina riqueza y acceso directo a los centros de poder, si no se regula con transparencia, puede socavar los principios democráticos al favorecer intereses privados sobre el bien común. Y aquí reside el dilema para gobiernos como el de Colombia: escuchar a los empresarios no implica ningunear el bienestar general.
Por eso, se necesita una línea clara diferenciadora: consenso informado y regulación firme. En lugar de demonizar a todos los empresarios, como ha hecho el discurso del gobierno Petro, se debe construir una relación transparente y equilibrada con los sectores productivos.
Una que reconozca su aporte al crecimiento económico, pero también vigile con rigor los incentivos, contratos y beneficios que reciben. La democracia no se fortalece cuando se amplifica la lucha de clases, sino cuando se construyen puentes y se impone la ética en las relaciones entre poder político y poder económico.
La disputa Trump‑Musk no es un espectáculo aislado: es una señal de alerta global que Colombia debería asumir con seriedad. Ni oligopolios ni gobiernos autoritarios; lo que corresponde es un ejercicio responsable de poder, donde los intereses ciudadanos estén al centro y la selva de favores no vulnere la confianza pública. La transparencia es el valor indispensable para que el diálogo entre empresas y Estado no se convierta en subordinación o confrontación, sino en un verdadero pacto por el desarrollo y la justicia social.
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