
Víctor Solano Franco
Comunicador social y periodista
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En Colombia, la tragedia nunca llega sola. Siempre viene seguida de una lluvia de acusaciones, sospechas, conjeturas y juicios sumarios lanzados al aire como si fueran verdades reveladas. El atentado contra el candidato presidencial Miguel Uribe Turbay, un hecho que nos debería convocar al rechazo unánime y al duelo democrático, ha servido —lamentablemente— como combustible para una hoguera de acusaciones cruzadas entre sectores políticos y ciudadanos. Es como si no pudiéramos evitar el impulso de señalar, de culpar, de gritar “se los dije” antes siquiera de que se asienten los escombros del horror.
Colombia necesita una pausa. Un respiro. Necesita, con urgencia, redescubrir el significado de un verbo que parece haber sido erradicado del diccionario político y mediático: morigerar. Moderar, templar, calmar. No se trata de callar ante la violencia ni de relativizar la gravedad de los hechos. Se trata, simplemente, de actuar con responsabilidad en la esfera pública. Porque en este país herido, incluso una palabra mal usada puede ser un disparo simbólico. Y en la boca equivocada, una especulación se vuelve sentencia. Yo tengo mis sospechas, como millones de colombianos, pero me las reservo como unos pocos porque solo soy un observador, no un actor con posibilidad de resolución.
Desde todos los frentes se escuchan ya voces asegurando quién está detrás del atentado. Algunos acusan al gobierno, otros a la extrema derecha, otros a disidentes, a mafias, a enemigos invisibles. Pero lo cierto es que nadie sabe todavía. Y cuando no se sabe, lo ético es esperar. Dejar que las instituciones hagan su trabajo. Pedir resultados, sí, pero no sustituir la investigación judicial con teorías de Twitter. Cada publicación irresponsable es una puñalada más a la legitimidad de la democracia.
La violencia no solo se mide en cuerpos caídos. También se expresa en el lenguaje que usamos. En el tono con que hablamos del otro. En la facilidad con la que creemos que nuestras sospechas tienen más valor que los hechos. Cada vez que convertimos nuestras diferencias políticas en trincheras morales desde donde disparamos palabras como si fueran proyectiles, debilitamos el mismo sistema que decimos defender.
No podemos seguir jugando con fuego. No podemos seguir aceptando como normal que, ante cada episodio trágico, la respuesta inmediata sea la polarización más burda. Hay que exigir justicia, sí. Pero también hay que recordar que la justicia se construye con pruebas, no con prejuicios.
Este no es momento de buscar réditos políticos ni de inflamar pasiones. Es momento de mostrar madurez, de pensar en el país antes que en el partido. De entender que en tiempos oscuros, la mesura no es cobardía, sino valentía. Que morigerar no es rendirse, sino resistir con dignidad.
Porque si no aprendemos a detenernos, a pensar antes de hablar, a sentir antes de señalar, a esperar antes de acusar… entonces habremos perdido más que un líder o una candidatura: habremos perdido el alma misma de nuestra democracia. Miguel: Lo queremos vivo y bien, nuestras mejores energías por su salud.
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