
Víctor Solano Franco
Comunicador social y periodista
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El libro Divertirse hasta morir (1985) de Neil Postman analiza cómo la televisión y el entretenimiento han transformado el discurso público al debilitar el pensamiento crítico y la profundidad en la discusión de temas importantes. Postman argumentaba que vivimos en una sociedad donde la información se presenta como espectáculo, priorizando el entretenimiento sobre el análisis serio, lo que afecta la política, el periodismo, la educación y la cultura en general. Inspirado en la distopía de Un mundo feliz, de Aldous Huxley, Postman advirtió que el problema es una sociedad que voluntariamente abandona la reflexión a cambio de distracción constante.
El consumo de información en Colombia refleja una realidad innegable: más que informarnos, buscamos entretenernos. Un vistazo a las noticias más leídas de El Tiempo en el día de ayer confirma esta tendencia. Los tres primeros lugares están dominados por farándula; la cuarta noticia es sobre empleos remotos en un neo banco; la quinta advierte sobre una posible multa por un elemento faltante en los vehículos; y la sexta detalla los beneficios del té verde para la función renal. ¿Dónde quedaron los temas esenciales para el país, como la política y la economía?
La respuesta es sencilla: los consumidores de noticias están hastiados. La política se ha convertido en una vitrina permanente de corrupción, traiciones y malas decisiones, lo que genera una especie de fatiga informativa. Cuando la gente se acerca a estos temas, lo hace más por su ángulo trivial que por un genuino interés en el impacto de las decisiones públicas. El ejemplo más claro es cómo se popularizó la figura de un personaje envuelto en escándalos bajo el apodo de ‘Papá Pitufo’, en lugar de debatir seriamente sobre la captura del poder por la corrupción.
Incluso eventos relevantes, como el llamado Consejo de Ministros televisado por el gobierno, fueron consumidos desde una óptica superficial: más que analizar los errores de gestión expuestos, lo que más llamó la atención fueron los gestos, las miradas intensas entre los ministros y el silencio de Armando Benedetti, el nuevo jefe de gabinete. La política y la economía solo interesan cuando se transforman en espectáculo o chisme.
Este comportamiento podría explicarse como un mecanismo de evasión. Ante un país que constantemente genera malas noticias, es natural que las audiencias busquen distracción. Sin embargo, también podría ser una actitud estructural de indiferencia ante lo público. Al ver el Estado como algo ajeno, como una entidad sobre la que no se tiene control, muchos ciudadanos eligen ignorar su funcionamiento. Pero esta indiferencia es un caldo de cultivo para más corrupción: si no hay vigilancia ciudadana, los abusos de poder seguirán ocurriendo sin resistencia.
El problema no es que busquemos entretenimiento, sino que lo hagamos a costa de nuestra responsabilidad como sociedad. En una democracia, el conocimiento y la discusión sobre los asuntos públicos no son opcionales, sino esenciales. La pregunta es si alguna vez entenderemos que, al distraernos con lo intrascendente, dejamos la puerta abierta para que lo realmente importante nos pase por encima sin que nos demos cuenta. Podríamos seguir divirtiéndonos… hasta morir.
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