Manuel Humberto Restrepo Domínguez
Profesor Titular de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Mesa de gobernabilidad y paz del SUE, Integrante del consejo de paz Boyacá, Columnista, Ph.D en DDHH, Ps.D en DDHH y Economía.
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Los tráficos de armas y de drogas ilícitas constituyen unas de las mayores amenazas a la estabilidad global. Mientras los negocios se mantengan, la barbarie estará al acecho y las ultraderechas tendrán ventajas de poder.
Esos dos tráficos hacen parte de las más grandes economías ilegales a nivel global. Ambas están interconectadas política y económicamente, alimentan conflictos, corrupción y violaciones a derechos humanos. La magnitud de estos negocios, sus dinámicas, y su impacto socioeconómico y político, ayudan a construir y sostener un orden mundial dedicado, a su vez, a favorecer las actividades ilícitas. Este orden tiene bajos índices de respeto a la vida y dignidad humana, desprecia el bien común y los bienes públicos a los que toman por asalto para su propio provecho y lograr, así, la expansión ilimitada de sus riquezas. Perpetúan ciclos de violencia, desigualdad y autoritarismos.
Para enfrentarlas con posibilidades de éxito, se requiere un enfoque global que combine la reducción de la demanda, el fortalecimiento institucional, la cooperación internacional efectiva, el desmonte real de los sistemas de corrupción y derrotar a los grupos que promueven agendas y programas fascistas basados en la reducción de derechos y el aumento de la fuerza. Hasta entonces, las trompetas del comercio ilícito seguirán resonando, alimentando un mercado que se beneficia del sufrimiento humano.
Las dimensiones económicas del negocio de armas y drogas ilícitas están presentes en todas las esferas de la vida cotidiana, en las estructuras políticas, culturas y conductas humanas.
El comercio de armas y drogas están estructuralmente relacionados.
Según la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) el comercio ilegal de armas mueve unos 1.000 millones de dólares anuales. Con ellas, todas las partes enfrentadas libran sus guerras en África, Oriente Medio, América Latina, Asia.
Las organizaciones, empresas y personas que se dedican al tráfico de armas casi siempre tienen un pie en la legalidad y el resto del cuerpo fuera de ella. Sus domicilios o casas matrices están en Estados Unidos y la Unión Europea que, retóricamente, son defensores de derechos, pero, como se benefician de ese comercio ilícito, lo toleran y promueven.
De esa manera, tanto USA, como los países pertenecientes a la Unión Europea, con esta práctica condenable, agravan la destrucción de pueblos y grupos y generan la intensificación y expansión de crisis humanitarias que dejan cientos de millones de personas afectadas, lisiadas, enfermas, olvidadas, metidas en ciudadelas y cambuches de desesperanza.
Fluyen armas ligeras y de largo alcance en contrabando desde los Balcanes, al mediterráneo, al atlántico o al pacífico y viceversa. Se cruzan con drogas tales como cocaína, heroína, opio, fentanilo y decenas de sustancias sintéticas, que componen el vademécum del delito.
Esos países hacen política mediante el impulso a conflictos cada vez más violentos y alentando el tráfico comercialización y consumo de estupefacientes. Lo manejan con precisión de colonizadores, juntando el emprendedurismo, con los grandes conglomerados financieros y las sociedades ilícitas e ilegales. Los ejemplos más visibles son África y Oriente Medio: sus mercados de armas y de drogas mantienen interminables guerras conducidas por redes de mafias y contrabando.
UNODC estima que el mercado global de drogas genera alrededor de 500.000 millones de dólares al año (un 1 % del PIB mundial). Esas sustancias son producidas y distribuidas por redes criminales que controlan cadenas logísticas sofisticadas.
Colombia, Perú y Bolivia concentran el 90 % de la producción de cocaína, que, según el mismo organismo de las Naciones Unidas, alcanzó 2.304 toneladas en 2023. Por su parte, fue Afganistán el país que produjo el 80 % de la heroína.
Estados Unidos conduce el mercado global de armas. Del norte vienen armas ilegales al sur; aquí se producen las drogas que consumen masivamente en los países productores y vendedores de armas. Afuera, el norte vende armas y crea guerras; adentro, consume drogas.
Los organizadores y ejecutores de la guerra (Estados, fuerzas armadas legales, mafias, grupos de poder, ejércitos ilegales y organizaciones promotoras del terror), utilizan la venta de drogas para comprar armas y, con base en su uso, mantienen el control de la política y del negocio.
Los impactos sociales y políticos del tráfico de armas y drogas se reflejan en violencia inestabilidad y garantías de poder para las ultraderechas en ejercicio o en avanzada.
En México, por ejemplo, la guerra contra el narcotráfico ha provocado más de 350.000 muertes desde 2006 y en Colombia, con el narcotráfico aceitando a todos los ejércitos, ha dejado 9 millones de víctimas. En Honduras y Guatemala, funcionarios de alto rango han sido implicados en operaciones de narcotráfico y asesinato, en África occidental regiones como Guinea-Bisáu fueron convertidas en «narcoestados».
Los promotores y beneficiarios de estos exitosos negocios, son responsables de delitos de lesa humanidad y están claramente identificados. Son corporaciones transnacionales “ilegales”, de las que participan funcionarios, partidos políticos, empresarios dueños de exorbitantes riquezas, clanes regionales y locales que combinan el poder político, la fuerza armada y las economías ilegales, mismos que controlan territorios y cadenas logísticas multimillonarias y distribuyen ganancias con intermediarios financieros legales, mediante redes lavado de dinero.
El panorama del negocio anuncia éxito para los criminales y daño para los pueblos, ya que erradicar estos negocios es un desafío complejo debido a la alta demanda de consumo de drogas que sigue creciendo en muchos países y, a los intereses económicos en la venta de armas, que además es un “negocio legítimo” para muchos estados, y cierra el círculo la débil gobernanza en estados sin capacidad para combatir a estas poderosas redes.
Como ocurre con todo negocio de la muerte solo los pueblos en resistencia y en ejercicio de poder para favorecer la vida con dignidad pueden cambiar el destino. Hay suficientes razones para decir que se puede, que se necesita.
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