Crédito Imagen: Rafael «Zalo» Zapata
Lucas Restrepo-Orrego
Investigador, docente y abogado
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Comentario en el umbral de las marchas anti-Petro
Al pensamiento, hoy se le compele a acelerarse al ritmo de las velocidades del marketing opinométrico y del zapping virtual: se exige un supuesto pensamiento rápido y furioso.
Lo que ganas en velocidad lo pierdes en intensidad. Se impone la lectura fácil, nada de complicarse leyendo textos que pongan en duda lo que ya pensabas antes de leerlos. Mejor si son cortos, si se puede saltar de uno a otro a la velocidad del rayo.
Del mismo modo se hace la política y se producen las noticias.
Se informa velozmente, muchas veces inventandolas. Como cuando un famoso periodista dijo, ante las protestas ciudadanas frente a las demoras de la Corte Suprema de Justicia eligiendo la nueva Fiscal, que un magistrado estaba siendo evacuado en helicóptero. Era falso, sigue siendo falso, pero no le importó informar esa mentira. Y tampoco rectificó.
Algo similar ocurrió con las marchas anti-Petro del 21 de abril.
Las máquinas de opinión no cesan de sugerir que en esas manifestaciones hay una suerte de “despertar” de la libertad contra tiranía. Es curioso que esos adalides libertarianos prefieran siempre los símbolos del exterminio para referirse a sus adversarios. “Somos más, somos mayoría, váyanse de aquí” decían sus consignas, mientras paseaban un féretro con el que -simbólicamente- convocaban a asesinar al presidente, lo daban por muerto e iban a enterrarlo.
El símbolo fácil, el insulto, la sátira, es la renuncia a gritos del pensamiento: Petro tirano, Petro dictador, Petro paraco, Petro guerrillero. Y soñar el sueño de arrasar al adversario, al verdadero, al adversario de proyecto.
Es curioso que aquello que pretenden difamar y acabar, el opuesto, les dote de una identidad: el lugar de lo opuesto, los afirma en el lugar de lo propio.
Lo opuesto es vivido y narrado como un repositorio interminable de figuras infames y fantasmas inconfesables. Entre tanto, los narradores vociferantes se otorgan a sí mismos el lugar de quien tiene derecho a poner nombres y se autodenominan “libertad”.
Lo que tanto les molesta de sí mismos, se lo atribuyen a lo que tanto odian. Su pretendido amor a la libertad no es más que amor a la dominación; amor a la dominación de los otros, amor a ser dominados. Pero no se dan cuenta, porque, al igual que usted o yo, están sacrificando la intensidad en provecho de la velocidad.
En otro intento de resistir a la tiranía de la rapidez que nos ha impuesto como principio de vida que “el que piensa pierde”, con unos colegas escribimos un libro que fue presentado en la FILBO[1]. El texto contiene brillantes exposiciones sobre el pensamiento de Michel Foucault desde una perspectiva que se pretende al margen de la ortodoxia foucauldista. La más modesta es sin duda la mía, suerte de experimento teórico en el que trato de pensar los desbordes del poder.
Permítanme ponerlo en estos términos: la evidencia parece mostrar que el poder tiene bordes y que basta con derrocar al tirano para lograr la “libertad”. Problema: cuando deseamos la libertad no podemos evitar caer en el prejuicio del “orden”.
Aquí, el deseo se conjuga con un orden del mundo que le es favorable. Foucault llama a este prejuicio “concepción patrimonial” del poder. Con la noción de gubernamentalidad, Foucault nos indica lo siguiente: el poder se ejerce allí donde uno menos cree, es decir sobre la conducta libre. Esto significa que la “libertad” de elección no está “afuera” del poder, sino que es su producto.
La justificación de semejante afirmación es histórica y filosófica. La historia del liberalismo (y del neoliberalismo) es la historia de la construcción de un modelo político que consiste en producir la libertad en tanto que dispositivo que incita la aparición de un sujeto individual en un medio controlado de intercambios.
Gobernar, para nuestros tiempos, es darse la posibilidad de la gestión de la “decisión libre” de los individuos. Los objetos de esa gestión pueden variar, lo importante es que la gestión sea lo más eficaz posible. Un ejemplo de ello es esa insistente invitación a volverse “emprendedor de ti mismo”. Si el mundo entero hoy habla el idioma “coaching” es porque se trata de una forma de organizar el ejercicio del poder.
No es cuestión de “hacer creer a la gente que es libre”. Es una cuestión de producción de la realidad misma ya que es necesario que cada uno decida libremente bajo qué condiciones prefiere ser gestionado. Es necesario producir la libre opción, promoverla, canalizarla, explotarla. La libertad no está dada; debe ser producida.
¿De dónde viene entonces el “malestar en la cultura” de un mundo tan perfecto? No tanto del hecho – por demás cierto – de que el liberalismo no puede “gestionar la libertad” sin altas dosis de violencia. Viene tal vez del abrazo sin fin entre el poder y la libertad que promueve el orden gubernamental. En esta dependencia al poder que produce mi libertad, no puedo dejar de odiar eso que tanto amo. En nuestros tiempos, esa confusión se materializa bajo figuras diversas de “orden”. El “masculinismo”, por ejemplo, es un “llamado al orden” desde la crisis de identidad del Hombre como sujeto capaz de ponerle nombres al mundo.
Resumamos: 1) gobernar es un ejercicio de poder que consiste en producir la libertad; 2) no hay ejercicio de poder que no comprometa al deseo. La forma en como Foucault no enseñó a dibujar la pintura del poder permite, de alguna manera, hacer la experiencia “estética” de esa equivalencia de amores entre poder y dominación.
Allí es donde un pensamiento del desborde del poder aparece en toda su dificultad. Expresar el deseo de ver morir a alguien es sin duda un acto de libertad constitucionalmente protegido. El féretro contiene, empero, no solamente nuestra libertad de palabra sino también nuestro deseo de dominación.
De allí, la pregunta de mi texto: ¿es posible resistir al gobierno sin verse atrapado en el gesto de gobernar? Pregunta difícil pues su respuesta no puede llegar sino bajo la forma de una problematización. En otro momento hablaremos de esta idea de “problematización”. Avanzo simplemente sobre lo siguiente: la pregunta problematizadora no es jamás meramente reflexiva. Pensar es un cuestionamiento vital cuando la crítica al poder se siente intensivamente. Aquí, el cuerpo mismo es el que resiste.
Foucault creía que sólo hay filosofía en ese “momento” en el que el pensamiento se sitúa al borde del “abismo”, en el instante mismo en que el sujeto siente el vértigo de empezar a dejar de ser eso que él solía ser. El vértigo de devenir otra cosa amenaza la identidad fijada pero también empuja a la creación. El vértigo es intensivo, suspende el tiempo de la reproducción, destituye el zapeo y la opinometría, nos reintroduce en la experiencia misma de la constante transformación. Si la piedra fuera siempre piedra, no existiría la geología.
Pisotear una imagen de Petro, pasear su avatar en un féretro vacío, símbolos recurrentes cuando se trata de la figura del poder. Quien pisa la figura del rey cree en realidad en la figura misma. El regicidio y el realismo siempre han ido de la mano. Lo interesante no es tanto el deseo necrológico sino la presencia misma del vacío en el féretro: la oposición a figuras siempre puede ser oposición a cualquier cosa, una prisión afectiva, un salón de los espejos sin salida, una proyección sin fin de mi mundo representado al revés. No falla un conocido opinador cuando pide, desesperado, un golpe de Estado contra “el dictador”. Todos los odios concurren a este amor por el dominio.
¿Es posible un “afuera” de estos amores cruzados, un afuera de la gubernamentalidad, una resistencia que se deshaga de ese abrazo afectivo con el poder? Pongamos un ejemplo: el estallido social de 2021 Se ha dicho que fue un “estallido”, la consecuencia necesaria de un sentimiento de opresión y de injusticia generado por las medidas profundamente represivas ligadas a la pandemia. Esta misma lógica automatista podría operar hoy: las marchas anti-Petro son la consecuencia de la angustia que genera el reformismo tiránico.
Considero que para entender el “estallido”, hay que pensar la resistencia como experiencia intensiva “del afuera” del poder. Es una brecha que se forma en el cotidiano y abre el campo de visión a favor de lo nuevo más allá de nuestros cotidianos capitalistas.
El ejemplo de los llamados “puntos de resistencia” presenta bien la cuestión: detrás de las barricadas de Puerto resistencia y Siloé, en Cali, ocurrieron cosas inconcebibles. Un nuevo cotidiano vio la luz: la comida dejó de ser un acto necesario y se convirtió en un acto ritual y colectivo. La olla comunitaria se confundía con la asamblea y con el salón de resolución de conflictos. Las autopistas se volvieron escuelas y las escuelas, lugares de circulación de saberes diversos. Los maestros de obra se volvieron artistas plásticos, las madres se volvieron vigilantes cuidadoras, los ladrones se volvieron activistas. Todo pasaba, menos el automóvil; todo circulaba menos el circuito capitalístico casa-trabajo-gimnasio-casa. Vale la pena preguntarse acerca de las movilizaciones anti-Petro: ¿qué aparece de nuevo en el féretro del poder más allá que la afirmación negativa de imágenes nostálgicas de un pasado extrañamente ausente?
Hoy la velocidad es imperativo: más se publica, mejor se es. Más se produce, mejor se está. El signo “más” impera. El marketing es esa extraña práctica que consiste en hacer aparecer lo mismo de siempre como algo nuevo. La idea se repite: hay que representar la protesta ciudadana como una suerte de pulsión ventral (el pueblo tiene hambre, el pueblo tiene rabia) pero de “nuevo tipo”: ¡somos la madre de todas las protestas, que venga el golpe de Estado!
Escapar al imperio de semejante gobierno de la imagen, de la velocidad cronológica y de la repetición de lo “mismo”, será tal vez el siguiente acto de resistencia del que tendremos noticia. Siempre, por supuesto, que invente algo nuevo, que se asome, así sea un poco, al margen de lo que no existe aún, ese anuncio de ruptura delante de la espectacular monotonía de nuestro tiempo.
[1] Roberto-Alba Fernando et al., Michel Foucault. Verdad ética y subjetivación, Bogotá, USTA, 2023
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