Juan Carlos Silva
Magíster en Lingüística y Economista UPTC
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«Nada de lo humano me es ajeno» Publio Terencio Africano
Veo el fútbol como a un macrosigno que nos informa y da cuenta, constantemente, no solo de un grupo de individuos de un determinado territorio al cual están circunscritos, sino del planeta entero, cuya atención ha ganado y absorbido intensamente. No es gratuito que cada equipo REPRESENTA un jurgo de cosas como un país, una bandera, un himno, una cultura, una raza, un idioma, una historia, etc.
De aquí también que, cuando me dispongo a mirar un partido le quite el sonido para evitar que los locutores me distraigan con las predecibles sonseras de ‘mi amada selección’, ‘se vale soñar’, ‘nuestras guerreras’, y cosas por el estilo, repetidas hasta el fastidio –para eso les pagan- y pueda, así, divagar a mis anchas en mis propias percepciones, lucubraciones e interpretaciones de este, como digo, enorme símbolo que puede llegar a ser el fútbol en general, y un partido en particular. (Dios perdone mi arrogancia, pero Él me hizo así; es su culpa.)
Acomodado en la silla, me dedico entonces a ver las caras, los gestos, la manera de correr o de caminar, los uniformes, sus colores, el público, las tomas rápidas o demoradas de los camarógrafos, los cambios abruptos de foco, las tomas aéreas de los estadios, los rostros de los árbitros, el maravilloso verde del campo de juego, las creativas formas de celebrar cada anotación, el teatro de la victoria y la derrota (suspiciando que el juego pudo estar arreglado de antemano; pero el sudor es real, creo), cuando entrevistan un jugador le pongo el volumen al televisor para escuchar cómo hablan, sus voces, su sintaxis, las expresiones…
En fin, vuelo con las emociones y sensaciones y barruntamientos que puedan surgir durante el compromiso televisado o transmitido por otros medios.
Y lo que sigue es lo que pude ver, sentir, pensar en el marco del juego Colombia-Países Bajos.
Jugaron diez veces mejor que las holandesas, al punto de que pudieron haberlas goleado. Pero no. Despilfarraron las oportunidades más transparentes de gol. Solas frente al arco y no hacen gol –en cambio, con obstáculos en abundancia, sí los hacen: esta es la Colombia en la que estamos inmersos, la de una sicología triste y casi trágica y tendente al abismo.
Así es Colombia: con todos los recursos -e insistimos en vernos a nosotros mismos como pobres; así también las muchachas del equipo de fútbol, con todo el poder a sus pies, con todo el talento y la fuerza de sus cuerpos. Pero no. Se dijeron «Somos pobres». Y «No podemos ganar». Al contrario, las neerlandesas: «Estamos por debajo de estas indias y negras, pero las vamos a vencer. Así es más meritorio. No por nada somos de Países Bajos: le hemos ganado la tierra al mar».
Tristeza: tener todo y perderlo todo, por puro exceso de des-confianza en las propias destrezas y riquezas y fortalezas. (Lo juro: Yo también botaba los goles cuando era pequeñito: me fascinaba ‘perdonar’ al adversario. Naturalmente todo el mundo terminó odiándome y nunca más me dejaron jugar en ningún equipo. ¡Desde pequeño! Puede ser que no tengamos los conceptos de ‘Ganar’ y de ‘Conquistar’ en alta estima; es probable que tengamos algo de masoquistas, o de ‘sobradores’, quien sabe…)
Así es Colombia, con todas las riquezas del mundo a sus pies. Pero no. «Somos pobres». Y «No podemos ganar». «Sin embargo, así somos felices, los más felices.»
¡Aprueben ese Presupuesto ya, carajo!
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