Crédito Imagen: Presidencia Colombia
César Torres Cárdenas
Investigador, consultor y profesor
•
El pasado 21 de abril, se juntaron en Colombia casi todas las personas que están descontentas con el gobierno de Gustavo Petro. Salieron masivamente a protestar, de blanco hasta los pies vestidas. Llenaron plazas y, como lo informó el diario bogotano El Tiempo en su edición del 24 de abril, “[a]unque la consigna generalizada era la de exigir la salida del mandatario nacional, hubo diversas motivaciones que llevaron a los manifestantes a expresar sus inconformidades contra del gobierno colombiano”.
Los empresarios de la comunicación usaron todos los medios de los que son propietarios para difundir un mismo análisis: este gobierno no tiene respaldo ni legitimidad, la ciudadanía lo repudia; Petro tiene que abandonar todas sus iniciativas parlamentarias, cambiar el contenido y el tono de sus discursos y pactar con los sectores políticos que se oponen a sus reformas. “Presidente Petro, escuche a la calle; gobierne para todos”, tituló en su editorial el diario barranquillero El Heraldo.
La respuesta del presidente Petro, que algunos calificaron de innecesaria, fue pegarse a las marchas que se hacen, tradicionalmente, en conmemoración del día internacional del trabajo. Así, lo que era una convocatoria para manifestarse en favor de las reivindicaciones de la clase trabajadora se fue convirtiendo, poco a poco, en otra, en respaldo al programa gubernamental, a las reformas propuestas y al propio presidente de la República.
Mucho insistieron los medios de comunicación y las casas encuestadoras en mostrar y demostrar el desprestigio del primer mandatario. Tanto, que se contagiaron personas que organizaban las manifestaciones. – “¿Cómo cree usted que va a salir lo de mañana?”, le pregunté a una de ellas el 30 de abril en horas de la noche. Me respondió: “¡qué duro está todo!… Veremos mañana. Tengo un mal pálpito”.
Y resultó que las marchas del primero de mayo, que se convirtieron en expresiones de respaldo al gobierno actual, fueron tan o más grandes que las de la oposición, ocurridas diez días antes. Aun en ciudades en las que, en las elecciones de octubre pasado, triunfaron candidatos abiertamente antigubernamentales: Barranquilla, Bucaramanga, Cali y Medellín.
Lo peor, o lo mejor, según el lugar desde donde se mire, ocurrió en Bogotá. Se decía que ahí se presentaba un giro inexorable hacia la derecha y se resaltaba que el candidato del presidente Petro había perdido por arrasamiento. Sin embargo, en la capital del país, se movilizaron más de 70 mil personas. Había batucadas, personas en zancos, grupos musicales, teatro callejero, gente vestida de todos los colores y consignas en las que cabía cualquier reclamo. En todo ello, había una coincidencia: el respaldo a la administración Petro.
Así lo describió Juan Pablo Vásquez en el diario El País de España:
“Las banderas de (…) organizaciones sindicales, movimientos sociales y partidos políticos forman una estela que se extiende a lo largo de la carrera séptima, desde la Plaza de Bolívar hasta la calle 27. Distintos funcionarios del Gobierno participan de la jornada, desde miembros del gabinete ministerial, como Gloria Inés Ramírez, ministra de Trabajo, hasta jefes de otras dependencias, como Luis Carlos Reyes, director de la Dirección de Impuestos y Aduanas Nacionales (DIAN). Los reclamos son variados, pero la mayoría confluye en posturas afines a la Administración. Algunas pancartas exigen la aprobación de las reformas en el Congreso, mientras que otros grupos ondean consignas en defensa de Palestina.”
El presidente pronunció ese día un discurso ante los manifestantes. Algo inusual y que no ocurría desde el primero de mayo de 1936, cuando Alfonso López Pumarejo, entonces presidente de la República, hizo su alocución desde el balcón del Palacio de la Carrera.
En su intervención, Petro Urrego se dirigió, no únicamente a quienes asistieron a la manifestación o hacen parte a la clase obrera. Le habló al país entero.
Les respondió a sus críticos, asumiendo, talvez, las sugerencias de los grandes medios de comunicación de escuchar a la oposición y de dialogar con ella.
Se dirigió al país y notificó que, aunque en el parlamento se han hundido muchos de sus Proyectos de Ley, seguirá promoviendo cambios e intentando hacer realidad sus promesas de campaña. Dijo, por ejemplo, que habrá transformaciones en materia de política internacional y anunció el rompimiento de relaciones diplomáticas con Israel; planteó que insistirá en las reformas a la salud y al régimen pensional: la primera, mediante acuerdos con algunas EPS y la otra, recomponiendo sus posibles mayorías en el Congreso. Al respecto, Semana tituló: “Gustavo Petro | 10 impactantes y agresivas frases de su discurso del 1º de mayo: Uribe, la salud, ministros y marchas del 21”.
Pero, más que el discurso presidencial, lo que pudo, en verdad, parecerles impactante y agresivo a los propietarios de esa revista, a sus aliados y a sus empleados fue la cantidad y calidad de la movilización que hubo en todo el territorio nacional en respaldo al poder ejecutivo.
El tamaño y la alegría de la multitud el pasado primero de mayo dejaron ver dos realidades más o menos incontrovertibles: la primera es que el grueso de las organizaciones, movimientos sociales y personas que votaron por Gustavo Petro siguen respaldándolo y podrían apoyar, con la misma fuerza, a quien lidere la continuidad de un proyecto político similar. La segunda, que las fuerzas sociales y políticas que salieron ese día se mostraron muy alegres y vistosas, no usaron la violencia física ni simbólica, ni amenazaron de muerte a nadie, a diferencia de las fuerzas conservadoras que caminaron el 21 de abril.
Los “controvertidos empresarios de las comunicaciones”, los partidos y organizaciones que convocaron y participaron en la manifestación del 21 de abril contra el presidente Petro y que reclamaban ser los portavoces de las voces de la calle quedaron como los dueños de la virulencia. También, de la tristeza (por más que alguno de ellos se gane la vida haciendo números circenses y publicando columnas de pretendido humor político) y de una enorme cantidad de votos que, tal vez, solo les permita una victoria electoral por un exiguo margen o una nueva derrota en 2026.
A ellos, lo que les parece impactante y agresivo es ver a esa multitud que desfiló el primero de mayo de 2024 tan alegre, pacífica y revoltosa.
No pueden entender que hoy gobiernen personas que no son ellos, ni sus parientes, amigos o relacionados. Les resulta impensable que haya altas posibilidades de que entre 2026 y 2030 no puedan recuperar el poder perdido. Les parece impactante que la gente salga a marchar sin que ellos la hayan convocado o pagado. Dicen que, por eso, el país se ha polarizado. Y sí, es cierto.
Lo dijo en X el analista León Valencia: “[e]n estos eventos es manifiesta la polarización del país, promovida desde las dos orillas. (…) Este pulso democrático entre izquierdas y derechas es una tormentosa transición hacia la normalización de la democracia, hacia la alternación política pacifica, que tanta falta le ha hecho al país”.
El pulso político que se escenificó en las dos marchas es, en realidad, una marcha hacia adelante, digo yo.
Sin embargo, dentro del gobierno que ha logrado estos avances tan significativos en materia de cultura política, hay quienes lo halan hacia atrás: las y los corruptos y quienes han impuesto su punto de vista en el manejo de los diálogos con el Ejército de Liberación Nacional (ELN).
Las personas que llegaron a gobernar para “hacer cruces”, para “ganarse un billete por la vuelta”, poner sobrecostos en las obras y cobrar el nefasto CVY (Cómo Voy Yo ahí), además de ser enemigas del cambio propuesto por el presidente, son verdaderas enemigas de sus electores. Permitirles continuar en cualquier cargo público es un paso atrás, un retroceso. Habría que apartarlos sin contemplaciones.
Lo mismo pasa con quienes han desplegado la idea de que, para negociar con el ELN, primero hay que derrotarlo (política y/o militarmente) y que, para hacerlo, hay que promover la división interna de esa guerrilla. Se acogen al viejo principio del imperio romano divide y vencerás. Tales personas promueven la negociación con grupos (llamados frentes) que dicen actuar en nombre de esa insurgencia. En realidad, solo lo dicen, pues no obedecen a sus instancias de dirección ni a los mandatos de sus asambleas y congresos.
Aun si el Estado lograra negociar con esos frentes como si fueran parte integrante del ELN, tres cuartas partes de esa organización seguirían en guerra. Rápidamente, construirían estructuras guerrilleras y coparían los territorios abandonados por quienes negocien. Y, con dificultad, se sentarían, nuevamente, a negociar con un gobierno que intentó obtener una ventaja militar, mientras estaba vigente el cese al fuego.
Quienes impulsan ese enfoque y esa forma de negociación se presentan como muy conocedores del grupo guerrillero y se han apropiado de la vocería del Estado en los diálogos con el ELN. Esos funcionarios y contratistas están logrando que fracase la política pública de Paz Total y promueven –de manera consciente o inconsciente– la continuidad de la confrontación armada. Sus posturas representan otro paso atrás. Habría que apartarlos de los cargos.
No puede ser que la gente salga a las calles, se polarice sin violencia y logre dar una marcha hacia adelante, mientras un sector del funcionariado avanza hacia la corrupción y la guerra eterna, como dando dos marchas hacia atrás.
.
Deja una respuesta