Víctor Solano Franco
Comunicador social y periodista
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La transición energética no es una opción para Colombia, es una necesidad impostergable. Sin embargo, para que este proceso sea efectivo, el país debe avanzar de manera ordenada, gradual y, sobre todo, diversificada. La estrategia del gobierno de Gustavo Petro, centrada en la descarbonización de la economía, es filosóficamente correcta. Sin embargo, la realidad energética y económica de Colombia exige que esta transición no sea abrupta, sino que se lleve a cabo explorando otras formas de generación de energía y aprovechando nuestro inmenso potencial geográfico.
Colombia, con dos océanos que la bañan, posee un potencial enorme para aprovechar energías renovables como la eólica y la de las mareas, dos fuentes primarias que el país aún no ha explotado en toda su capacidad. Hasta el momento, nuestra matriz energética ha estado fuertemente ligada a las hidroeléctricas, lo cual, aunque en esencia es positivo por tratarse de una fuente limpia, sigue siendo un riesgo al depender tanto de un recurso que, con el cambio climático, se vuelve impredecible. En años de sequías, como en los ciclos de El Niño, la estabilidad energética del país ha estado en juego, lo que evidencia la necesidad de diversificar nuestras fuentes de energía.
Existen dos caminos para generar electricidad: a partir de fuentes renovables como el viento, la radiación solar o las mareas, y a partir de fuentes no renovables como el carbón, el gas natural, el petróleo y la energía nuclear. Colombia ha priorizado históricamente las fuentes no renovables, en gran parte por la dependencia económica del petróleo y el carbón. Sin embargo, este modelo tiene fecha de caducidad. No solo por las presiones ambientales globales, sino porque es insostenible depender de estos recursos agotables en el largo plazo. Lo tienen muy claro en emiratos árabes Unidos donde a pesar de tener enormes cantidades de reservas de petróleo están construyendo un complejo imperio del turismo.
El reto más inmediato es el de la diversificación hacia fuentes renovables. La energía eólica, por ejemplo, tiene un potencial gigantesco en regiones como La Guajira, donde las condiciones del viento son ideales para este tipo de proyectos. Sin embargo, pese a varios intentos por desarrollar parques eólicos, los avances han sido lentos, en parte por falta de infraestructura y en parte por trabas administrativas y sociales. La energía de las mareas, por su parte, es una fuente prácticamente inexplorada, a pesar de que Colombia cuenta con más de 3.000 kilómetros de costas entre el Atlántico y el Pacífico.
¿Qué tanto está dispuesto el Estado colombiano a explorar estas alternativas? Hasta ahora, el discurso ha sido ambicioso, pero las acciones concretas no han correspondido a la magnitud del reto, a pesar de que Ecopetrol está investigando estas fuentes desde hace más de 10 años. Es necesario que el gobierno se comprometa a impulsar, no solo desde lo normativo, sino también desde lo financiero y lo logístico, proyectos que aprovechen estas fuentes renovables. Los costos iniciales para el desarrollo de tecnologías como la energía mareomotriz pueden ser elevados, pero los beneficios a largo plazo en términos de sostenibilidad, independencia energética y disminución de la huella de carbono son incuestionables.
Si bien los combustibles fósiles aún juegan un rol vital en la economía colombiana, es hora de pensar en el futuro. La transición hacia energías renovables no debe ser solo una meta para cumplir compromisos internacionales, sino una estrategia de desarrollo nacional. Cada año que pasa sin que Colombia dé un paso decidido hacia la diversificación energética es un año perdido en el camino hacia la sostenibilidad y la seguridad energética.
El otro gran reto es que esta transición no puede ir en contravía de la financiación del país. El mismo desarrollo de proyectos energéticos alternativos requiere en este momento y durante algunos años más la financiación desde la explotación y comercialización de combustibles fósiles.
Finalmente, es crucial que el proceso de transición energética esté acompañado por una verdadera política pública de formación y capacitación en nuevas tecnologías. Colombia debe formar técnicos, ingenieros y científicos que puedan liderar los proyectos que se necesitan para explotar estas nuevas fuentes de energía. Sin este componente de capital humano, cualquier intento por diversificar la matriz energética quedará cojo.
En conclusión, la transición energética en Colombia debe ser gradual, pero también diversificada. Aprovechar al máximo nuestro potencial en energías renovables, especialmente la eólica y la de las mareas, es una tarea pendiente que el Estado debe liderar con mayor decisión. Solo así podremos garantizar un futuro energético sostenible que beneficie tanto a las generaciones presentes como a las futuras.
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