Un domingo literario

(Miraflores Boyacá, 1966). Escritor, editor, gestor cultural, y director de Talleres de Escritura Creativa. Actualmente dirige la Corporación Burdelianas Poetry.

En estas páginas se cruzan la memoria y la metáfora, la ternura y la crítica, el duelo y la esperanza. Con una prosa que roza la poesía, estas piezas relatan lo que fuimos, lo que somos y lo que aún podríamos ser.
Desde plazas iluminadas por celulares hasta la soledad de un sofá, cada texto es una chispa que resiste al olvido.

De: Harem y otros 100 Microrrelatos

(BPoetry Editores, 2023)

Luciérnagas

Se encontraron en plazas, parques, colegios y universidades y comenzaron a marchar, en paz, cantando arengas que preludiaban el fin de aquel viejo orden de cosas y el advenimiento de uno nuevo, quizá no mucho mejor que el anterior, pero nuevo al fin de cuentas y cargado de esperanza. Eran jóvenes, en su mayoría, y algunos se dieron tiempo para un beso, antigua y prohibida moneda del Paraíso.

Al llegar la noche, reunidos en la plaza mayor, ya no eran cientos, como al principio, ni miles como lo fueron en la tarde. No, ahora eran un solo cuerpo y una sola voz inconforme. Sus manos hicieron música, su cabellera fue del viento y de sus labios brotó un cristalino manantial.

Sin acuerdo previo, minutos antes del toque de queda, prendieron velas y veladoras, encendieron las linternas de sus celulares y, ante los atemorizados ojos de los gendarmes, se fueron convirtiendo en luciérnagas.

Dilan

El que jugaba a las tortugas ninja le disparó, a quemarropa, e inauguró un Infierno en la parte posterior de la cabeza del muchacho. Sus compañeros, atónitos, vieron cuando se convirtió en uno solo con el asfalto.

Dos días después volvieron a verlo, traslúcido, en la ceremonia en donde él y sus compañeros de curso se graduaban de bachilleres. La cascada de su sonrisa era igual que siempre, pero más pura. Sus ojos reflejaban la luz pálida de Bogotá y sus manos, impacientes, buscaban el cobijo de sus hermanas y de su mamá. Estaba triste, pero no lo dijo. Tenía miedo, y no supo cómo expresarlo. Después de la graduación regresó a su cama del hospital, puso en su morral la foto de su novia y se fue a vivir, para siempre, en las praderas del cielo.

Cruz de Boyacá

La sociedad en pleno —representada por las autoridades civiles, militares, eclesiásticas, académicas y culturales— en un multitudinario acto protocolario le colgó otra cruz al cuello, pero la Vaca Sagrada hizo caso omiso a aquella señal y siguió viviendo.

Hamelin

Para terminar con la plaga de ratas que desde hacía décadas invadía la región, las autoridades cotizaron los servicios de varias empresas especializadas en exterminio, llegando a la conclusión de que les salía mucho más barato si contrataban al Flautista de Hamelin, y eso hicieron.

El músico exigió contrato por escrito y un anticipo, a lo que accedieron los gobernantes pues dicha limpieza les iba a garantizar el éxito en su próxima campaña electoral.

Hechos los arreglos, el Flautista comenzó a tocar y la música que salió de su caña encantó a las ratas que atontadas siguieron al músico. El hilo melódico trazó un camino hacia la parte honda del río, y el sol de la tarde iluminó la mortandad de aquellos animales.

Junto con las ratas se ahogó también el Gobernador y todo su gabinete, los Diputados, el Tesorero, el Procurador y otros servidores públicos quienes no pudieron resistir el influjo de la música, y también se lanzaron al río.

Letanía del Dr. Jekyll

Olvidado de sí, de sus ímpetus, de sus arrebatos nocturnos, reducido a lo que mi espejo le permite se acomoda en el sofá, frente al televisor, y deja que las horas se desmoronen, inútiles, sus ojos van de un canal a otro, cristalizados reflejan el vacío de su alma antes infernal.

Y dentro, el fiero deseo se impacienta, el vicio bajo la piel se ahoga, mi queja, mi lamento, mi triste destino de no ser nadie sin usted, Mr. Hyde.

Sísifo

Durante todo el día te olvido:

Olvido tu nombre, tu figura, tu perfume. La sombra de tu pelo en mi almohada. Olvido tus senos (tus pezones). Tu risa, tus ojos, tu manera de mirar (de mirarme). Tus manos, tu piel recorriéndome. La avidez de tus uñas y, al arribar a la noche, ya no recuerdo nada de ti, y duermo.

Pero cuando despierto, otra vez estás ahí dentro, enterita, y entonces otra vez durante todo el día te olvido.

 

Una respuesta a «Un domingo literario»

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *