César Torres Cárdenas
Investigador, consultor y profesor
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Parece que ha surgido una nueva área de la ciencia política: la «venezuelonología». Montones de personas, con la información disponible, opinan en donde las dejen opinar, acerca de la situación que cada quien considera la realidad de Venezuela.
Muy pocas de esas opiniones muestran la honradez intelectual y la ética periodística que tuvo nuestro colega Víctor Solano, quien el pasado jueves publicó aquí mismo una columna titulada En Venezuela se legalizó la trampa. En ella, Víctor dijo: “No puedo ser indiferente por lo que está pasando y por un país al que quiero mucho toda vez que viví durante cinco años de mi infancia cuando mi papá trabajó allá gerenciando una fábrica que generó muchos empleos. Y años después dirigí una revista que tenía operación en ese país y que obviamente se acabó cuando el chavismo se atornilló en el poder.”
Otras opiniones, al contrario, procuran esconder sus simpatías, fobias e intereses. Hablan desde una pretendida imparcialidad; con un tono de quien sabe totalmente y con certeza de qué está hablando, como si conocieran al dedillo lo que ocurre en ese país. Se pronuncian, como si lo que ocurre no afectara a quien habla o escribe, lo dejara indiferente y le permitiera opinar sin sentimiento alguno.
No es posible opinar sin involucrar las convicciones y sentimientos propios. Tampoco son despreciables o ilegítimas las opiniones que se construyen con base en ideas preconcebidas y otros prejuicios e intereses personales y/o de clase o grupo social. Más aún, quienes opinamos, pública o privadamente, siempre lo hacemos a partir de ellos.
Algunos nos esforzamos por seleccionar una parte de la realidad, intentar entenderla, consultar ideas ajenas y, entonces sí, construir nuestros argumentos. Pero ni así nos libramos de escribir bajo la notable influencia de lo que pensábamos y sentíamos antes de opinar. Esto también aplica cuando se opina acerca de la situación de Venezuela.
Si se hace tomando en consideración, solamente, los prejuicios que nos poseen, terminaremos ciegamente alineados (y quizá alienados) con uno de los bandos en los que hoy se divide la sociedad del país vecino.
La disputa entre ellos no tiene términos medios y parecen no hallar puntos de encuentro. Repasemos algunos de los asuntos que unen a las partes enfrentadas en esta disputa.
Cada uno acusa al otro de corrupto, de hacer fraude y propagar mentiras, de estar al servicio de potencias extranjeras y de cohonestar con grupos o actores armados colombianos.
Mientras las personas que siguen a Corina Machado se han negado a reconocer los resultados de todas las competencias electorales que se han celebrado en los más recientes 16 años, quizá porque las han perdido todas, quienes apoyan a Nicolás Maduro impiden que la propia Corina se pueda inscribir como candidata a la Presidencia, quizá porque le temen.
Ambos solicitan la presencia de la comunidad internacional y piden que se pronuncien los presidentes de todos los países de la región. Ambos repudian a dicha comunidad y a los mencionados presidentes cuando dicen algo con lo que el respectivo bando no está de acuerdo. Ambos aplauden la presencia y los pronunciamientos, cuando una y otros favorecen al bando que celebra.
Ninguno presenta proyectos viables de reactivación económica, de reforma política o electoral ni de lucha contra la corrupción.
Para opinar con algo de rigor sobre Venezuela post-elecciones de 2024, sin abdicar de nuestros sentimientos, ideas e intereses, un buen primer paso sería reconocer que tenía razón un reconocido analista de la situación venezolana cuando afirmó que nada se parece más al comportamiento de un chavista que el de un antichavista. Y viceversa.
Eso nos ayudaría a hacer nuestro trabajo sin convertirnos en voceros de tanta ceguera. En cambio, podríamos hacernos algunas preguntas que nos orienten en las próximas reflexiones.
- ¿Si en los resultados electorales, oficiales no hay fraude, por qué no se permite el reconteo de votos y se contrasta con las actas, en presencia de personas delegadas de todas las fuerzas políticas venezolanas, de representantes de otros países y de organizaciones multilaterales?
- ¿Si los resultados electorales que presenta la oposición son verdaderos, por qué no presentan los documentos que sirven de prueba y dicen tener en su poder?
- ¿Si no hay fraude, por qué no coinciden los resultados oficiales con los sondeos a pie de urna?
- ¿Si uno de los dos bloques ganó las elecciones por un margen tan abultado, por qué no dicen cómo el otro está mintiendo o cometiendo fraude?
Como ustedes pueden observar, no se está sugiriendo nada al gobierno venezolano ni a la oposición ni a las dirigencias políticas que se relacionan con ellos. Lo que intentamos es identificar las razones de ese conflicto y las causas del posible recrudecimiento y radicalización de la confrontación. Para lograrlo, se necesita saber cuáles son los intereses que cada parte representa.
Cuando eso se establezca, se logrará encontrar una solución que satisfaga a ambos bandos.
¿Saben por qué sabemos tan poco acerca de ese aspecto tan crucial para resolver el conflicto que hay entre ambas partes? Porque ninguna de ellas habla claro, porque ninguna quiere reconocer que ambas agencian intereses económicos y políticos y que cada una de ellas pretende favorecer a sectores sociales específicos.
A ambas parece convenirles que el conflicto de intereses no se pueda analizar con toda claridad. Parecen contentas con acusarse mutuamente y dejar que sus representados permanezcan casi invisibles, opacos.
El periodismo de investigación, análisis y opinión, está para evitarlo. Hasta donde alcance.
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