Crédito Imagen: Roger Sekoua
Hingrid Camila Pérez Bermúdez
Investigación socio-jurídica
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Quiero decir algo en voz alta. Mi tez no es negra. Mis raíces no son africanas, mis ancestras no provienen del gran río Nilo, del majestuoso desierto del Namib o del imperioso Valle del Omo. No. Provengo, de una región que es atravesada por el río Fonce, o río Mochuelo, como lo nombraban nuestros antepasados Guane; de Nonos (abuelos) campesinos y padres trabajadores. Pero escribo -y escribiré- para nombrar la raza, ayudarla a resucitar del colonialismo y del racismo estructural. Quiero decir que, aunque por mis venas no corren las Cataratas Victoria, el río Mara o el Monte Kilimanjaro, Negra soy.
Negras somos. Desde la poesía de la Bonaverense Sobeida Delgado, quien, entre versos y estrofas, en su poema titulado ‘Negra soy’, escribió:
“Que me arremeran
porque yo no se hablá,
que me burlan,
porque no se caminá,
negra soy y no me cambio mi color”.
Como también lo expresa la fuerza de la voz de Victoria Santa Cruz, orgullosa Afroperuana, artista y promotora de la cultura negra, quien en su obra fortaleció el reconocimiento de la diversidad y de sus propias raíces, así,
“De hoy en adelante no quiero
laciar mi cabello
No quiero
Y voy a reírme de aquellos,
que por evitar –según ellos–
que por evitarnos algún sinsabor
Llaman a los negros gente de color
¡Y de qué color!
NEGRO
¡Y qué lindo suena!
NEGRO
¡Y qué ritmo tiene!
NEGRO”
Desde aquí, desde el refugio y el valor de cada palabra, en la brevedad de estas letras y en la musicalidad de cada verso, las mujeres narramos nuestro territorio. Contamos nuestras propias historias como procesos de dignificación y autorreconocimiento. Como un autorretrato, en referencia al poema de Colombia Truque Vélez,
“Ahora, en el remanso, enciendo fuegos fatuos
con la herida de la trompeta de Amstrong
que me quema el pecho de imposibles.
De todas las curas posibles, escribir
es la única que le cuadra a mi locura”.
Relatos, que como un soplo de aire, contienen la esperanza sobre los imposibles/posibles. Se reconocen, en cada letra ,otros rostros, otras siembras, otras palabras que movilizan y transportan un lenguaje de resistencia identitaria; pero a su vez, como lo ha descrito Yvonne América Truque en su poema 4, estas letras reflejan emociones desbordadas. Son livianas, livianas como una gaviota en el aire.
“Éramos tan frágiles y livianos como una gaviota en el aire
o como la hoja que en otoño el viento arrastra... y cae”.
Escribirnos o describirnos como expresiones de arte inmortalizadas: recurrentes, apasionadas, rotas, frágiles, fuertes, pero humanas. Concediendo siempre el valor a la identidad del territorio negro, como espacio de reivindicación y emancipación; como armadura transformadora que aleja el despojo colonial y resuena como himnos de resistencia, como sangre de libertad, tal y como lo describe el poema de la Guapireña Paulina Cuero Valencia:
“Te aprisionaron cadenas
pero tu fortaleza las rompió,
aunque te hicieron esclavo,
tus sueños fueron libres,
tu lucha los hizo crecer.
Y te llamaron negro
con actitud humillante,
pero tu erguido pecho,
siempre fue constante.
Tu lamento se volvió música
que la lluvia y el viento envolvieron en su manto,
fecundando el suelo donde pisa,
la mujer que amamanta con su pecho
al hijo que parió libre.
Una raza guerrera le ensenó,
que sus brazos y piernas
eran fortaleza,
al moverse al ritmo del tambor
su cuerpo es melodía viviente.
Hombre de piel oscura,
hombre de raza negra,
levanta con fuerza hoy tu bandera porque tejiste una historia
con hilos de desprecio
y con la coraza de un pecho engrandecido por la nobleza”.
Raza que es nombrada como realidad que visibiliza lugares, habilidades esenciales para la vida y la resolución de conflictos, imaginarios colectivos, prácticas propias y saberes tejidos desde los ancestros y ancestras. Cada una de estas acciones, como ejercicio profundo de libertad, que reivindica verdades y decoloniza ontologías culturales. Una raza, que nombra, al compás de cada estrofa, cicatrices viejas, y promesas nuevas, como proclama en su poema Edelma Zapara Pérez,
“Afro América, las tantas caras de África.
Alma a alma para cientos de almas.
El poema va, en tonos altos y ecos bajos.
Cicatrices viejas y promesas frescas.
No cabe duda. Los soles mancillaron
las púrpuras espaldas
que a látigo maduraron los frutos.
Los días, los años, los siglos.
Es tu océano, mi océano que
suavemente llega.
A algunos les conviene nos miremos
de orilla a orilla, fácil así confundirnos.
No te conozco, tampoco me conoces.
Si, tu piel es opuesta a la mía,
en la diferencia el encuentro.
Suficiente el gesto,
la transparencia que invita
Un corazón abriendo brechas”.
Pero al final de todo, raza, que también es danza, melodía, tambora y alabao, que entre sus propias entrañas ha nacido, crecido y fecundado el principio del amor, de la pasión eterna, como diría Himelda Chavarría Londoño:
“En el tálamo ardiente de tu pecho
voy contando mis besos con locura,
y tus manos me acunan con ternura,
entre sábanas blancas de tu lecho.
Son tus ojos palomas al acecho,
tus caricias se roban la dulzura,
de los versos henchidos de hermosura
que deshojo en tu pecho trecho a trecho.
Embriagada y orate por tu amor
como dos golondrinas sin aliento,
anidamos con trinos de candor...
Eres tú mi ilusión y mi portento,
me regalas perfumes sin temor
y te quedas prendido al pensamiento”.
Y en medio de las palabras, referirnos a la poesía, no como símbolos solitarios, clamores despojados y mucho menos olvidados; referirnos a la poesía, de cada una de estas mujeres negras, como expresión que recompone el espíritu, que repara el alma mía y enmienda, verso a verso, melodías de esperanza y tiempos de reconocimiento.
Voces colectivas, que describen en cada una de estas composiciones poéticas, sentires e historias; que van trenzando, poco a poco, palabra a palabra, expresiones étnicas, raciales e interculturales que reflejan las formas de vida, su idiosincrasia, tradiciones, lenguajes vivos, maneras de comunicarse y de pensarse siempre desde el territorio.
Estas prácticas, que se dejan ver entre líneas, también apropian saberes y creencias que han resistido a la diáspora africana, al despojo de sus corporeidades y la invisibilización de sus saberes. Y se han fortalecido desde la afirmación colectiva, del “yo soy, porque todos somos”, una filosofía africana que nos acerca como hermanas y hermanos: una única familia que esta al cuidado y apoyo del otro(a), siempre desde una comprensión plural.
Vivencias que, legitiman el legado de nuestros antepasados, las cuales renacen y resuenan, entre el silencio que ha dejado la monocultura, reconociéndose como legítimas, sagradas, espirituales y propias de este territorio étnico.
El alabao, la música, la poesía, literatura, su medicina ancestral, como identidades del territorio y especialmente, la justicia propia, como práctica que reconoce la importancia de la autoridad: ancestra, madrina, hermana, mayora, vecina, como mediadoras del perdón, sabedoras de soluciones, facilitadoras del comadreo, apropiadoras de la resolución de conflictos y manifestadoras de la reparación integral. Ellas, no solo desde sus letras, han resistido a la colonialidad, sino también desde su autorreconocimiento y autodeterminación, que han permitido valerse de la palabra para recomponer y curar el espíritu, aplicando su justicia.
De esta manera, entre remedios que alivian el alma, cantos que cuentan historias y prácticas que reconstruyen el tejido comunitario, así, en esta juntanza y sumando estas y muchas otras letras, podemos exclamar: ¡Negras somos!
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