Beatriz Vanegas Athías
Escritora, profesora y editora
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Eréndira, la increíble y cándida heroína creada por Gabriel García Márquez, pasó por todo los tipos de prisiones que pueden padecer las mujeres: la maldad y dominación de las abuelas que cobran a la nieta los desmanes lujuriosos de la hija; la prostitución para sobrevivir (como si eso fuera siquiera vivir); la servidumbre esclavizante que anula toda creencia en la existencia de derecho al descanso; el convento, el matrimonio con la voz cantante de un hombre: el matrimonio como un estadio que hay que vivir sí o sí, pero del que finalmente se libró porque corrió incluso contra el viento para no caer en lo insondable que podía ser Ulises.
Eréndira entendió que para las mujeres las mismas congéneres son el peor enemigo y que los hombres van por el mundo buscando una que los cuide, mas no a quién amar. Ellos aman a los hombres: claridad para la calle, oscuridad para la casa, decía mi madre. Yo recreó la sentencia de mi madre: claridad para el amigo, oscuridad para la amada. Hay que ver a los hombres cómo son de tiernos y amorosos entre ellos; y cuanto fastidio les genera la esposa o la novia que ya no representa novedad. Hay hombres bellos, sí, pero cómo escasean. Hay que barequear mucho para encontrar esas pepitas de oro.
Eréndira no murió físicamente, aunque haya fenecido cientos de veces. La que sí murió fue Stefanny Barranco Oquendo, asesinada a cuchillazos en el Centro Comercial Santa Fe en Bogotá este miércoles 29 de mayo. Lo hizo su pareja (a la que pretendía abandonar por su agresividad) Iván José de la Rosa, quien después intentó acabar con su vida, pero no lo logró. Me llama la atención esta actitud tan reiterativa de los feminicidas, actitud semejante a los fanáticos religiosos cuando cometen un atentado. Saben que morirán, porque es mejor la muerte al deshonor de ser abandonados por la mujer. Persiste la negación de que las mujeres no tengamos criterio, y quien lo tiene merece la muerte antes que hacer pasar esa vergüenza al hombre. El feminicida es un ser que piensa con vergüenza y la vergüenza se borra con la venganza que produce sangre derramada. No es un padre el feminicida, no se piensa en los hijos y la orfandad y las secuelas del drama escenificado: No se es padre cuando se dispara o se apuñala a la que ya no es la compañera, es, por el contrario, un hombre deshonrado.
En el reciente caso el hombre tiene 36 años, es atlanticense, y es la expareja sentimental de Steffany Barranco Oquendo. Hay dos niños huérfanos ¿Qué pensarán? ¿Cómo se sigue creciendo si el enemigo es el propio padre? La procuradora Margarita Cabello refiriéndose al caso de Stefanny Barranco dijo que son “alarmantes las agresiones contra la mujer registradas en lo corrido del año 2024, refiriendo que, entre el 1 de enero al 30 de mayo de 2024, se han conocido en medios de comunicación 90 feminicidios”. Se menciona, además, en el diario El Espectador una estadística macabra: hay cuatro feminicidios semanales hasta el 30 de mayo de 2024.
Marcuello Servós, afirma que mientras los homicidios de hombres son perpetrados por extraños, las mujeres son asesinadas por hombres que conocen, y que se encuentran en su entorno más inmediato. Las mujeres son asesinadas por los hombres en quienes más confían y que deberían protegerlas. Este carácter doméstico del feminicidio incrementa la probabilidad de que quede impune. Hay una constante que impide frenar los feminicidios. Se trata de que en reiteradas ocasiones a la mujer que pide ayuda y protección no se le cree. Ello ocurre en el contexto familiar y también en el judicial. La madre y el padre conminan a la hija a continuar la relación porque se ha normalizado la agresividad masculina. Me dirán los lectores: esto ha cambiado. No hay tal. Colombia es un país excesivamente católico, rural y con una amplia clase media baja y media alta que tiende a vivir de las apariencias y a acomodarse a la espera de que las cosas con el agresor cambien.
Muchas mujeres padecen el síndrome de Casandra quien en la mitología griega se conocía como «la que enreda a los hombres» o «hermana de los hombres». Sus padres, Hécuba y Príamo, eran los reyes de Troya, por tanto, Casandra era hermana de Paris y Héctor. Casandra fue sacerdotisa de Apolo quien la deseaba, ella condescendió, pero a cambio de este encuentro carnal el dios debía concederle el don de la adivinación, sin embargo, cuando accedió a los arcanos de la adivinación, Casandra rechazó el amor del dios; este, viéndose traicionado, la maldijo escupiéndole en la boca: seguiría teniendo su don, pero nadie creería jamás en sus pronósticos. Tiempo después, ante su anuncio repetido de la inminente caída de Troya, ningún ciudadano dio crédito a sus vaticinios. Ella, junto con Laocoonte, fueron los únicos que predijeron el engaño en el caballo de Troya.
Así le sucede a muchas mujeres que osan tener una ganancia de un hombre (que se consideran, en efecto, dioses): nadie les cree cuando anuncian un peligro, menos cuando este peligro viene de quien te va a matar porque eres mujer: el feminicida.
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