Víctor Solano Franco
Comunicador social y periodista
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Las imágenes de los colombianos escalando los muros o penetrando los ductos de ventilación del Hard Rock Stadium en Miami para ingresar al estadio sin pagar la boleta de entrada van a perdurar por mucho tiempo en la retina de todos los aficionados al fútbol en el planeta. Y también en la de aquellos que no les gusta el fútbol pero las secuencias que salieron en todos los noticieros del mundo les ratifica la idea ¿errónea’ de que ese es un deporte de salvajes.
Miles de colombianos acudieron a la cita más importante que ha tenido el fútbol colombiano en al menos 10 años si contamos el Mundial de Brasil en 2014 donde ha tenido su figuración más relevante, pero 23 años si contamos la segunda final de una Copa América en 2001 donde se obtuvo el título. Eso, sumado a una destacada participación en esta edición con el mejor jugador del torneo en sus filas, podría explicar el desbordado entusiasmo que hizo que miles de connacionales compraran tiquetes aéreos, planes turísticos y por supuesto, boletas para ingresar al estadio que estaban entre los cerca de 7 y los 39 millones de pesos…
También suelen acudir a las afueras de los estadios en todo el mundo aquellos que no compran boleta pero que quieren sentir la atmósfera de los partidos y compartir con otros fanáticos. En algunos estadios ponen pantallas gigantes y los hinchas pueden hacer picnic en los prados y ver gratis los espectáculos deportivos totalmente gratis. Este pasado domingo 14 de julio acudieron todos los que compraron las boletas y también muchos que no.
Como ya es de público conocimiento, miles de personas intentaron entrar a la fuerza son boleta y otros tantos, con boletas falsas. Los organizadores decidieron cerrar las puertas ante la presión de las masas que llegaron a los torniquetes y los violentaron sin mostrar boleta para el escáner digital. Así, sin menor preocupación, hordas enteras comenzaron a subir por los muros y por los ductos de ventilación para buscar ingresar a las tribunas. La Policía del Condado de Dade entró al estadio para intentar contener y retener a los que pudieran. Como si fuese uno de esos documentales de National Geographic en los que las hienas buscan sitiar a un grupo de cervatillos buscando al más débil para abordarlo, los policías lograron detener a los 27 que corrieron menos rápido o que llegaron directamente a la terraza donde los uniformados los esperaban con los brazos abiertos, digo, con las esposas abiertas. A los que intentaban forcejear y escapar por supuesto los sometieron en el piso. Todos, culpables e inocentes, corrían por los corredores del estadio. Mientras tanto, afuera, muchos, incluidas familias enteras que sí compraron legalmente las boletas, no tuvieron más remedio que quedarse por fuera por físico miedo ante el espectáculo de tantos haciendo trampa y quitándoles el derecho a sus sillas dentro de las tribunas.
¿En qué falló la logística del ingreso? Según se ha sabido, mientras en Colombia y varios países de Latinoamérica hay al menos tres anillos de seguridad en los que se confirma que no haya ingreso de armas o licores (y de paso se confirma que tengan la boleta física o digital) no hubo anillos de seguridad, ni uno. Es decir, cualquiera con boleta o sin ella podía llegar directamente a los torniquetes de acceso, la última y porosa frontera entre el adentro y el afuera. Al parecer, ante la oportunidad de sobrepasar con mínima dificultad los torniquetes, se desató masivamente el sobrepaso de los exiguos controles como lamentablemente muchos suelen hacerlo con el acceso al sistema de transporte público Transmilenio en Bogotá.
Por supuesto que falló la logística con ausencia de personal de control de acceso y de seguridad y también en las tribunas falló algo que en Latinoamérica y en Europa ya tienen claramente definido: No es conveniente mezclar las barras en la silletería y hay que sectorizar las tribunas de manera preventiva. Los organizadores no entendieron que el deporte está construido socialmente sobre la lógica de desatar pasiones y hay que saber que muchos latinoamericanos no sabemos agenciar correctamente las pasiones. No entiendo dónde pudieron quedar los aprendizajes de los organizadores del Mundial USA 94 que ya fueron anfitriones de un evento aún más grande de fútbol y aquí fue como si estuvieran esperando asistentes a una final de bádminton o de ajedrez.
No obstante, aquí es donde tampoco se le puede responsabilizar exclusivamente a los organizadores. ¿Dónde queda la responsabilidad del hincha? Muchos, la inmensa mayoría de colombianos, de los que compraron la boleta de ingreso, tuvo un comportamiento ejemplar, pero otros que desafortunadamente también fueron muchos no solo vulneraron los sistemas de ingreso, sino que hicieron algo más grande en daño: destrozaron la confianza que se puede tener en un colectivo, en una comunidad… Despedazaron la imagen de todos los hinchas colombianos en el exterior. Será normal de ahora en adelante que en los eventos deportivos y tal vez también en los conciertos, miren con sospecha a los colombianos. Hace muchos años, los ingleses cargaban por el mundo con el estigma de los hooligans, esa famosa barra brava británica que era temida en todas las ciudades porque causaban estragos. Con el tiempo, pero sobre todo con disciplina y reglas durísimas, la imagen del inglés se transformó porque se transformó su comportamiento.
Con las escenas de los cientos de desadaptados con camisetas amarillas pasando por encima de todo y de todos nos podrían estar pasando factura en cualquier lugar del mundo. Y aunque sería injusto porque muchos buenos ciudadanos podrían terminar siendo discriminados por culpa de unos pocos, sería totalmente entendible que emerjan prevenciones, resistencias contra la presencia de colombianos.
El domingo perdió con gallardía y vendiendo cara la derrota la Selección Colombia en el campo de juego, pero perdió todo el país cuando un grupo decidió materializar esa ‘Cultura del Atajo’, la que premia la picardía y desdeña la honradez. En esta final de la Copa América, Colombia exportó su anomia, esa alergia a las normas, herencia de una cultura traqueta que no murió con los grandes capos del narcotráfico de los años ochenta y noventa, sino que por el contrario se enquistó en la sociedad colombiana de diferentes formas.
Así las cosas, lo que se logró gracias al desempeño en la cancha por esos 26 futbolistas y su cuerpo técnico que si portaron la camiseta con honor, se empañó totalmente con el comportamiento en la tribuna y todos los desafinados episodios de la mala llamada ‘viveza’. Sí, falló la logística, pero también fallamos como sociedad.
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