Sebastián Quiroga
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El domingo 11 en la noche llegamos de Charras, San José del Guaviare, de visitar a mis suegros. Es el segundo viaje que hacemos en el año. Ocho horas por tierra desde Bogotá hasta San José, que pueden ser dieciocho si en los túneles que administra COVIANDINA se vuelca un camión cisterna y demoran meses habilitarlo, sin dejar de cobrar el peaje más caro del país. Después hay cien kilómetros de una trocha paralela al Río Guaviare con dirección al nororiente hasta llegar a Charras, un corregimiento pequeño, al que el proceso de paz con las FARC de 2016 hizo visible.
Cerca de Charras se instaló un Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR), que la gente llama “la zona; llegaron varios proyectos de distinto tipo para fortalecer las iniciativas de los excombatientes; también llegaron familias, como mis suegros, que venían de otras guerras, buscando un par de hectáreas de sabana y selva para tener plantas que cuidar, y gallinas, vacas y marranos que criar; un lugar donde no sentir que el mundo se está acabando, y donde poder volver a empezar, por enésima vez. A veinte minutos de Charras está su finca.
Del ETCR de Charras se ha ido buena parte de las personas que estuvieron al principio del proceso. Los incumplimientos a las FARC y a las comunidades son claros y flagrantes. Parecía que había intención de cumplir al principio, con Duque esas intenciones se difuminaron y Petro no ha sido capaz de hacer algo distinto.
Después de meses de tensiones y de movimientos circulares en el proceso de paz total, de incomprensibles decisiones tomadas en el marco de las mesas de negociación con el Estado Mayor Central (EMC), de un cese al fuego fraccionado y enigmático, la zozobra viene creciendo en la zona.
Nosotros llegamos el miércoles 7 en horas de la mañana. Todo tranquilo. El viernes 9 sobre las 12 del día, alistábamos las cosas para un sancocho al borde de uno de los caños de la finca, cuando comenzó a sobrevolarnos un helicóptero del Ejército. El ave mecánica pasó por encima de la casa, y en una zona absolutamente despoblado, en la que hay una finca cada 4 o 5 kilómetros con suerte, decidió aterrizar a menos de 500 metros de la finca. ‘Están desembarcando soldados’, dijo mi suegro.
Nos fuimos a comer sancocho y cuando regresamos el helicóptero volvió a aterrizar muy cerca de la casa, y mi suegro molestó dijo, ‘me va a dañar la cerca’, les voy a ir a decir. Nos pusimos las botas y fuimos caminando hasta donde estaban los soldados, que eran cuatro o cinco. Cuando nos encontramos preguntaron, ‘a dónde se dirigen’, y mi suegro les dijo, ‘es mi finca, hermano no desembarquen en medio de este potrero que tengo ganado, me van a dañar la cerca eléctrica y están muy próximos de la casa’. Dijeron, que eran del Batallón Ayacucho, que estaban metiendo 1400 soldados en la zona, y que iban a estar patrullando, que no se demoraban mucho por allí.
El sábado, fuimos a darle vuelta a la cerca eléctrica para verificar que todo estuviera bien, y a menos de 10 minutos caminando de la casa de mis suegros había un campamento del Ejército; veinte o treinta soldados desplegados a un lado y otro de la cerca. Mi suegro preguntó quién era el mando, y fuimos a hablar con él. Le pidió, de nuevo, que tuviera cuidado con la cerca, que en la sabana había ganado y que la cerca era lo único que le impedía irse. Que ya en varias ocasiones tropas del ejército le habían dañado cercas, le habían dejado basura en la finca; en el otro viaje, hasta pedazos de botas militares encontramos cuando recorrimos las sabanas y los bosques. Parece que el ejército tuviera impunidad para entrar a las casas de las familias campesinas, y acabar con cosas tan insignificantes para ellos como una cerca, y tan decisivas para un campesino que está comenzando a tener sus animales.
Nos dijeron que iban a tener cuidado, y con una pésima técnica de relacionamiento, el capitán del Ejército quiso ganarse la confianza de mi suegro. Que si le vendía huevos o queso, que si éramos de por allá, que yo tenía cara de rolo, que sí habíamos escuchado algo raro, que si nos llevábamos su número de teléfono. Cuando volvimos a la casa nos enteramos de que un soldado había ido a hablar con mi esposa y mi suegra, a hacerles preguntas. Tan conscientes son del riesgo en el que ponen a las familias, que a ellas les dijeron, ‘nosotros sabemos que a ustedes les prohíben vendernos cosas’. Sin embargo, ser conscientes de ese riesgo no los hace tomar una actitud distinta.
El domingo, que ya nos íbamos, sobre las 5 de la mañana una tropa de cerca de 50 soldados atravesó la finca de mis suegros; se metieron por equivocación al corral de las gallinas que estaba abierto, y con mirada insólita nos preguntábamos: teniendo kilómetro de selva y sabana para moverse, por qué tiene que pasar por medio de la casa de ellos. Serían responsables si hubieran recibido ataques en medio de una vivienda civil, de dos campesinos hartos de la guerra, a los que les gusta la ruralidad dispersa y lejana.
Al llegar a San José nos enteramos de la noticia del cerco humanitario de la guardia campesina a un grupo grande de soldados, y se hablaba de explosiones en Charras. Regresamos a Bogotá con la angustia en la garganta, y con una centena de planes de contingencia ante cualquier situación que se presenté, para cuidar la seguridad y la vida de los suegros.
Habiendo vivido esto, quisiera decir lo siguiente:
Soy defensor de este proyecto político, y de las luchas que lo llevaron al gobierno, para que no haya confusiones. Aun así, considero importante reflexionar sobre los graves errores en el manejo de la política territorial y social, de la guerra y de la paz. Errores en donde los principales perjudicados son las comunidades campesinas, indígenas, negras que viven en los territorios, y que son la razón de ser de este gobierno.
Al igual que en otros gobiernos, y tal vez con menos eficacia, la acción institucional de Petro en territorios como este se reduce a la presencia militar, y llega con la velocidad de un helicóptero. A mi suegro han prometido legalizarle la tierra, y sigue teniendo una promesa de compraventa a en lugar de un título de propiedad; le prometieron entregarle una planta solar para viabilizar la energía, y dos años después no puede tener una nevera, porque no tiene energía para alimentarla. Levantó una antena con troncos de madera buscando la señal del internet, porque los proyectos 5G a Charras no llegan. Han prometido convertir al corregimiento Altos de Boquerón en municipio para mejorar la llegada de las instituciones, no ha pasado; han prometido pavimentar las vías que se anegan en invierno, no ha pasado; han prometido llevar puestos de salud, no ha pasado. Hace un año hubo una visita del gobierno en cabeza de Franklin Castañeda, Director de Derechos Humanos del Ministerio del Interior, y parece que el seguimiento con lo allí acordado es pobrísimo. Más bien ocurren violaciones a los derechos humanos de las familias campesinas metiendo ejército en sus fincas. Lo único que ha pasado, y lo único que no habían prometido.
¿Cómo entienden el Ministerio del Interior, de Defensa, de Agricultura, la Oficina del Alto Comisionado o la Agencia de Renovación del Territorio la construcción de paz?, ¿qué lectura de los territorios en conflicto tienen?, ¿las de los habilidosos mandos militares?, ¿o las de funcionarios con capacidad de prometer y no de cumplir?, ¿se anda con la velocidad de las tortugas enfermas para las inversiones sociales y con la velocidad del trueno para las intervenciones militares?, ¿a quiénes están cuidado si están atropellando las familias inocentes?, ¿para resolver el problema van a terminar el cese al fuego, y a reactivar los bombardeos con las tropas en las casas de las comunidades?
Ese es nuestro relato, que estuvimos de visita por cuatro días, ¿y quiénes se quedan allá sintiendo el rigor de las tensiones? Muchas preguntas ministros, ministras, directores y presidente.
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