Juan Camilo Quesada Torres
Doctorando en Sociología UNSAM/EIDA (Argentina)
Investigador en Economía popular
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El martes pasado me costó quedarme dormido. Estuve hasta casi la 2:00 de la mañana refrescando la página web del Washington Post para revisar los resultados, estado por estado, de las elecciones presidenciales en Estados Unidos.
Una parte, una parte grande, de lo que no me dejaba dormir, ya intuyendo la victoria final de Mr. Trump, era que mi cuerpo no encontraba cuál era la sensación que más se le acomodara al resultado electoral del gigante del norte. Mientras en los grupos de WhatsApp se leía “ganamos Arizona”, “perdimos Virgina”, yo no podía estar seguro de estar ganando o de estar perdiendo. Ganar o perder no era algo que yo pudiera asimilar como propio en este caso.
El miércoles vi a Alejandro Bercovich en la televisión, pero desde su programa de radio “Pasaron cosas” en Radio con vos (ahora casi todo tiene streaming -me gusta-), todo esto en Buenos Aires, haciendo una reseña del último libro de Nancy Fraser: “¡Contrahegemonía Ya!”. El economista señala que la filósofa hace evidentes las similitudes de las agendas políticas del partido republicano y del partido demócrata, por lo menos, en lo que a política internacional se refiere.
Inmediatamente recordé que, en campaña, tanto Harris como Trump explicitaron su apoyo irrestricto al gobierno de Israel y su campaña genocida en Gaza, Cisjordania y Líbano. Un hecho que me llena el corazón de dolor. Las dos campañas también tuvieron planteos y silencios similares ante el fracking y el cambio climático.
Tanto parecido profundizó mi sensación inicial: yo no perdí lo que no podía ganar. Pero no quise resguardarme únicamente en el siempre seguro “pues claro, es que todos son la derecha”; porque además es cierto y está a la vista, incluso, en la noche más oscura.
La pregunta que más fuerte me atacó, en medio de este resultado electoral, fue ¿Qué es lo que hace que nos sintamos ganadores o perdedores ahora mismo? Pero esta pregunta obedecía únicamente a mi deseo de desenroscar el motivo profundo de mi incomodidad emocional. La respuesta no intenta señalar y menospreciar a quienes se sientan de un modo u otro.
Seguí buscando respuestas o, siquiera, pistas. Miré los grupos de WhatsApp, las páginas de algunos diarios. Observé cómo los canales informativos presentaban la noticia, cómo los políticos de aquí y de allá asumían el resultado electoral. Milei, por ejemplo, celebró a rabiar con un video tan ridículo como los demás y los canales informativos de la Argentina con agenda oficial (LN+, sobre todo) presentaron el resultado como una buena noticia. Un sector de lo que se reconoce como Peronismo, cantó victoria. Medios internacionales que reconocen en Trump un conservador, racista y misógino, se han concentrado en saber por qué algunas mujeres votaron por una opción de este calibre (hoy domingo, cuando escribo esto, me llama la atención una nota de Ricardo de Querol en El País de España, aludiendo a un reportaje de la BBC hecho con las mujeres votantes de Trump).
Veo, leo y escucho amigos, gente de los medios, sectores sociales, gente que sale en la tele y en la radio que se reconoce como vencedora o como vencida. Reconocen su identidad o, al menos, cercanía con alguno de los dos partidos que se disputaban la presidencia de los Estados Unidos. No comprendo aún qué nos/los hace pensar que las acciones políticas del partido demócrata y sus victorias electorales son, o pueden ser, nuestras también. ¿Por qué la gente cercana a mí se siente vencida?
¿Perdieron porque perdió el partido y la candidata respaldada por Biden, aquel anciano que puso sus manos temblorosas sobre adolescentes estadounidenses?
No evito recordar y recordarme las jaulas de niños y niñas migrantes en la frontera con México durante el gobierno de Trump, el Nobel de paz a Obama que vertió bombas sobre Siria y Libia. Llegan a mi memoria los Bush, padre e hijo, con sus respectivas versiones de la agresión imperial llamada Tormenta del Desierto. No olvido a Clinton y la lluvia de bombas en Europa del Este, Kissinger y su Nobel de paz convertidos en el Plan Cóndor sobre América Latina.
Entre más me pregunto de qué nos alegramos o por qué nos sentimos derrotados en estas elecciones gringas, más claro es el recuerdo de una celebración mundial que festejó la llegada a la presidencia de EEUU de un hombre de origen africano, negro, que ahora pretendía renovarse como una mujer negra al mando del país más poderoso, como símbolo del avance del mundo democrático.
Pienso en nuestro sentido común, poderosísimo constructor de realidad, diverso, multiescalar, sobrepuesto y superpuesto con más sentidos comunes, según dice García Linera. Ese sentido común que dota de mucho sentido a aquello queremos ser. Nos deposita en la imagen, en el texto y en el discurso lo que el deseo persigue, y lo hace con ellos porque, en principio, el deseo es lenguaje.
Por eso, lo que queremos ser está mediado por aquello que, desde lugares y situaciones ajenas a las nuestras, nos dicen que debemos perseguir. A veces, eso es pura imagen, puro discurso. Otras veces, en cambio, el sentido común nos hace trampas casi imperceptibles: nos impulsa a promover transformaciones y al mismo tiempo a resguardarnos del riesgo que implica todo cambio.
Nos dijeron, por ejemplo, que un presidente negro en EEUU daría pasos amplios para la superación de la desigualdad en el mundo; que una nueva presidenta negra sería la antonomasia de las victorias de los movimientos de mujeres; que una acalde de Bogotá mujer y lesbiana nunca se atrevería a ordenar la represión feroz sobre los sectores populares de Bogotá. Sin embargo, nada de aquello sucedió. Nuestro sentido común cayó en su propia trampa de deseo. Pero calma, nos pasa a todas.
Es por eso que no termino de sentirme perdedor con Trump, porque me parece que no habríamos ganado nada con Harris. Las mismas bombas caerán sobre Gaza, los mismos negros morirán por la violencia policial en las calles de NY, el mismo percutor sacará a presión de agua el petróleo contaminante, los mismos senadores gringos dirán que el ímpetu democrático en América Latina es producto del diablo y volverán a escribir en sus libretas “50.000 mariners hacia Venezuela”. Me siento muy cerca de decir que no perdí porque no tenía nada qué ganar. ¿Usted cómo se siente?
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