
José Aristizábal García
Autor entre otros libros de Amor y política (2015) y Amor, poder, comunidad (2024)
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Una vez que el capitalismo ha derrochado y saqueado la mayor parte de los bienes comunes de la naturaleza y que el Mercado ha dominado todo el globo terráqueo, tenemos un capitalismo de “finitud”, de lo que resta, del raspao de la olla. Capitalismo “cadavérico”.
A ese capitalismo le corresponde un régimen político: el de la rapiña. Por eso, Trump quiere apoderarse de Groenlandia, el Golfo de México, el canal de Panamá y le dice al presidente de Ucrania: tú perdiste la guerra, yo negocio “tu” derrota con Putin y me tienes que entregar los minerales raros y demás riquezas que queden en la parte del territorio que te vamos a dejar (al exigir ese cobro, confiesa que la guerra era promovida, dirigida y financiada principalmente por EEUU y ahora quiere aparecer como el pacifista). Por esa misma razón, a dúo con Netanyahu, plantea expropiar a Gaza, volverla una inversión inmobiliaria y desterrar a los palestinos a otros países. Esa es su democracia: la rapiña.
Una vez dada la fusión de los gigantes financieros, que dominan todas las economías, con las grandes plataformas digitales (Google, Apple, Facebook, Amazon, Microsoft), que dominan las mentes, hemos quedado bajo el gobierno de los más grandes magnates megamillonarios, el 1% de la población mundial. Los que controlan y expropian nuestras neuronas, deseos, capacidad de trabajo, hasta el último centavo de nuestra billetera. Su dinero y sus algoritmos pretenden comprarlo o manipularlo todo. Si algo queda por fuera, lo apresan o le disparan. Y si manipulan y compran las conciencias ¿Cómo no van a poder ganar las elecciones? Esa es su democracia: el gobierno físico y digital de las mentes y los cuerpos.
Una vez que el Mercado ha subordinado casi totalmente al viejo Estado-nación, quienes se apoderan del gobierno compiten por eliminar las últimas regulaciones que obstruyan su libertad absoluta.
Milei levanta su motosierra contra el Estado y proclama el ultralibertarismo del Mercado, como la máxima virtud humana. El vicepresidente de los EEUU, Vance, va a Munich y les dice con arrogancia a los arrogantes líderes europeos: su democracia anda muy mal, ustedes inventan leyes para impedir que nuestros gigantes digitales puedan difundir mentiras, falacias y hacer campañas por las opciones de la ultraderecha, “su censura es extrema”, ustedes no han sabido manejar “la migración fuera de control”. Esa es su democracia: máximo libertarismo para el billete; muros, represión y genocidio para los de abajo.
Una vez que los capitales de las grandes mafias se fusionan con los hiperespeculativos “fondos buitre” de los conglomerados financieros, no sobrevive ninguna ética, ni ninguna moral de la vieja burguesía y del viejo capitalismo. Este es el capitalismo lumpen: el encumbramiento del supremacismo blanco, el brutalismo, la arrogancia, la vulgaridad y la miseria de la política.
Milei promovió y difundió una cripto-moneda con este nombre: “$Libra. Viva la libertad. Javier Milei”. Sus 4 o 5 gestores ya habían garantizado la manera de alzarse con el acumulado de los ahorradores y se raparon más de 90 millones de dólares, mientras 40.000 personas fueron estafadas y perdieron todo lo que confiaron bajo su recomendación presidencial. Ya antes, cuando era diputado nacional, él había promovido la criptomoneda CoinX, otro fraude. Además, ha sido pillado en varios plagios. Esa es la miseria de la democracia. La de las cripto-estafas. La de los lumpen y los delincuentes-presidentes como Milei y Trump.
Ese capitalismo “de finitud”, de la rapiña, o lumpen, es el mismo “capitalismo absoluto”, hipercapitalismo. El que ha catapultado la apoteosis del Mercado convertido en un dios, al cual se corresponde el gobierno del Mercado, el ultraliberalismo, la pseudo-democracia del dios Mercado.
¿Adónde ha quedado el “gobierno del pueblo”’? Si el pueblo es el sujeto político principal en quien radica la soberanía, si en la mayoría de las constituciones se proclama la soberanía popular ¿cómo hemos llegado a semejantes falsificaciones? ¿Por qué tantos ilusos aspiran sólo a una “alternancia” o a la mera “incidencia política”, como las ONGs?
Paralelos a esos fraudes, en las últimas décadas hemos visto la sucesión de revueltas, levantamientos, ocupaciones de plazas, insurrecciones locales y estallidos, en los cuales la democracia se recrea como una fuerza o un movimiento que viene desde abajo. Son procesos autoconvocados que se fraguan en las barriadas populares, en las organizaciones de trabajadores, de jóvenes, de mujeres, de los pueblos indígenas y negros. En la insurrección de los piqueteros en Argentina en 2001, que derrocó cuatro presidentes, la consigna era: “¡que se vayan todos!”. En las plazas de España, durante el 11M la multitud de “los indignados” coreaba: “¡que no nos representan, que no, que no!”. Conozco comunidades y ecoaldeas que practican la democracia directa o la “sociocracia, se rigen por asambleas de todos sus socios, ellas mismas toman sus decisiones, defienden sus autonomías y así crean otros poderes distintos basados en su autogobierno.
Mientras aquellas falsificaciones se presentan con los estandartes del miedo, el odio y la violencia, despojadas de ternura y compasión, éstas últimas expresiones son alegres, festivas, espontáneas y en ellas cunden la fraternidad y los afectos. Son los embriones de un poder instituyente, que instituye otras formas de vida y de sociedad.
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