
Beatriz Vanegas Athías
Escritora, profesora y editora
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Matrioshka es un largometraje dirigido por el cineasta colombiano Jorge Forero. El mismo de Violencia (2015), la película que sólo se proyectó por un día a nivel nacional y que sugiero ver de manera urgente. El miércoles cuatro de junio el Cine Club Kimera de la Universidad Santo Tomás de Bucaramanga tuvo la oportunidad de proyectarla en una función especial gracias a la generosidad de su director. Debió verse en los cines comerciales de la ciudad y de otras intermedias (como ha sucedido con otras producciones de igual factura), pero no tiene una política clara la difusión de nuestro cine colombiano, así las salas lleven el nombre del país. Hay que decirlo: sólo existe Bogotá para filmes como El paraíso, La ciénaga (entre el mar y la tierra), y por fortuna, los cine clubes de las ciudades más allá de la capital de la República.
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Matrioshka es un filme actuado sólo por actrices y ello es un respiro para el espíritu acostumbrado a las maneras y construcciones amorosas y sociales gestadas por las historias en las que los hombres tienen el protagonismo. Es también una representación de los silencios que corroen el alma y el cuerpo. Atravesadas por los acallamientos propios e impuestos de manera generacional, la abuela, la madre y la hija construyen una trama en la que ponen sobre la mesa cada dolor y error que han padecido. Estos dolores van desde la homofobia como ignominia, la decisión de no obedecer al llamado maternal y el callar como acto que nunca es el camino indicado.
Se reúnen las tres mujeres por primera vez bajo un mismo techo un fin de semana. Transcurre el encuentro en una villa en las afueras de Bogotá de propiedad de la abuela que vive acompañada por la hija escritora. Las visita Ana, la nieta (de profesión actriz) que llama “mamá” a la abuela, y ese es el nudo de la cuestión que se va desenredando entre una cena, un juego de naipes al calor de la chimenea, un almuerzo, un paseo, un encuentro fortuito en la cocina a tomar tinto, el arreglo de un espejo roto como imagen del estado de las relaciones de las tres mujeres.
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Y la poesía ahí, como dice la poeta argentina Diana Bellessi: en la actuación sentida y profunda de la gran Vicky Hernández que hace creíble todo lo que interpreta; en la bien lograda contención y posterior desfogue de ansiedad de Ana María Sánchez en su papel de Julia; y en la personificación de la rabia y el perdón de Alma Rodríguez en la piel de Ana, la hija que clama por respuestas.
Y la poesía ahí: en el paisaje de la sabana, en el río que corre mientras ellas se estancan en sus resentimientos, en la mano de la abuela que cojea, pero aun así pone la comida en el cuenco del perro, pero también abraza y prepara el sancocho. La poesía ahí en el rescate que la cámara hace del acto de oír, es decir, ante la declaración, o la revelación escuchamos la voz de quien enuncia, pero vemos el rostro de quien escucha. Solo en la declaración de un personaje se junta su voz y su rostro porque es la primera y única vez que ha podido abrirse como en el caso de Julia y su verdad.
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87 espectadores vimos Matrioshka me cuenta Yina Delgado, la Coordinadora del Cine Club Kimera. Al final, se conectó con el auditorio el director Jorge Forero y los espectadores pudieron hacer comentarios y plantearle interrogantes. Él, muy solícito, respondió. A la pregunta de una estudiante sobre cómo manejó la dirección de actrices, comentó que el método que utilizó fue explicarles el contexto de la secuencia, lo que sucedía y, luego, escuchar qué necesitaba cada una para construir la situación:
—Ellas son profesionales, las escuché y dispusimos lo que necesitaban-. Una, por ejemplo, me pedía antecedentes del pasado de su personaje, la otras pidieron estar en el lugar, recorrerlo, ponerse la ropa, indagar en los objetos. Cada una tomó sus decisiones sobre cómo conocer y encarnar su personaje. Así que lo lograron con procesos muy orgánicos.
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