Desescalar el lenguaje es también un acto performativo

Comunicadora Social-periodista. Doctora en Lenguaje y Cultura. Profesora en Uniminuto, en la Universidad Pedagógica Nacional y en la Universidad Externado de Colombia.

En estos últimos días en Colombia se viene hablando de “desescalar el lenguaje”. Desde las dos orillas de la polarización, unos y otros se culpabilizan mutuamente de incentivar los discursos de odio y violencia, propios de estos tiempos y también de los pasados.

En esa producción de culpables se destila el uso irresponsable de la palabra. Basta ver algunos noticieros y las redes sociales, para constatar quiénes tienen voz y quiénes potencian la construcción del odio y el desprecio a sus adversarios. Lo hacen mediante la repetición de lugares comunes, de las mismas palabras y de pensamientos idénticos que evitan las reflexiones acerca de las violencias que, como sociedad, nos debemos aun y que dan cuenta de la distancia que hay entre los graves hechos ocurridos y la altura moral que nuestra sociedad requiere en estos momentos.

El lenguaje no es solo la palabra. Desde los diversos estudios sociales y humanísticos, especialmente los culturales con Jerome Bruner, se reconoce que el significado se aprende en la cultura y que el lenguaje es la representación del mundo que se expresa en la palabra y en la performatividad sin que se agote allí. Es decir: las prácticas culturales determinan las formas como construimos significados, porque los aprendemos.

En esas formas de representar el mundo, en relación con las violencias actuales del país, se dejan ver múltiples formas que dan cuenta de que los relatos de la producción de violencias, son la narrativa más poderosa que tenemos para vivir.

Narrativas que señalan a supuestos culpables de los hechos más recientes (la izquierda, el gobierno), que crean víctimas (la derecha), que producen agendas anímicas (pasiones tristes como el odio, la venganza, el desprecio, la culpa) y construyen noticias e informaciones mentirosas, convertidas en la herramienta más efectiva para replicar la polarización y la confusión.

La culpa, en tanto pasión triste, es una emoción política que no permite asumir las responsabilidades propias, puesto que su foco está en otros. La culpa divide y en esa división siempre habrá unos buenos y otros malos. En la producción de culpables, quienes los producen se auto representan como víctimas.

Por ejemplo, en muchas de las narrativas que hoy circulan acerca del atentado contra el Senador y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay y la situación general de país, no parecen destinadas a desescalar la polarización y la agresividad. Lo que ponen de manifiesto es precisamente una “agenda anímica” de pasiones tristes, expresiones clasistas y racistas que lejos de enaltecernos, nos envilecen.

Desescalar el lenguaje no tiene que ver solo con la palabra, es también desescalar la narrativa, el relato.

Desescalar el lenguaje implica hacer un gran ejercicio de deconstrucción que consiste en, primero, renunciar a la mentira, no difundirla, denunciarla; segundo, tener cuidado con el uso adecuado de las palabras, los tonos y los silencios; evitar las acusaciones sin fundamento y la creación de supuestas víctimas, sin prueba alguna y, por último, pero no menos importante, tener claro que esta violencia reciente es posible en un país que ha sido gobernado durante más de 200 años por el mismo grupo social que tiene intereses económicos similares y muy parecidas ideas políticas.

Esa desescalada implica también entender que la ética que debería unirnos y hacer posible la convivencia pacífica, ha sido penetrada por valores, actitudes y comportamientos que dificultan esa unidad y dicha convivencia. Un ejemplo de esa especie de cooptación ética de la sociedad se puede ver en el juicio al expresidente Álvaro Uribe Vélez por soborno a testigos y fraude procesal: en esas diligencias judiciales no se sabe qué es peor, si la falta ética y el carácter delincuencial de los hechos narrados o el andamiaje moral de los testigos aportados por la defensa.

Desescalar el lenguaje implica reconocernos en nuestra hipocresía, en la repetición de lugares comunes en la conversación pública y, especialmente, en momentos de crisis como los que estamos viviendo.

Basta ver las redes de la información para darse cuenta de “el tono” y de “el modo”. La performatividad de los rostros y el cuerpo también hacen parte del lenguaje, las formas como se responde al adversario no solo desde y en la palabra, sino en los gestos, gestos de desprecio, de burla que hacen parte también de los clasismos y los racismos con los que nos hemos construido como nación.

Hoy necesitamos que la palabra y la performatividad sean la oportunidad para construir patrones morales distintos a los construidos a partir de 2002. Es necesario renunciar a expresarnos de acuerdo con ellos; seguir haciéndolo en medio de este ciclo de violencia, sería otra muestra de “ceguera moral”. Como dice Peter Sloterdijk “las aberraciones morales y políticas empiezan casi siempre en descuidos lingüísticos”.

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Una respuesta a «Desescalar el lenguaje es también un acto performativo»

  1. Avatar de Francisco Cepeda Lopez

    Solo quiero indicarle a Maria Teresa, después de leer completa su diatriba a «los demás», que me pareció estar viendo un partido de fútbol desde la tribuna del estadio, donde los malos son «esos» y yo, cómodamente, me diluyó en la masa. Voy bien? Este mundo (y el nuestro cercano) no es de perfecciones angelicales; ni siquiera la bucolica Suiza o Andorra se dan la licencia de «pase usted; no, después de usted». Esa cultura en la que nadamos desde el nacimiento está hecha de esas imágenes ideales y de las imperfecciones de derechas, izquierdas y centros incontaminados.

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