
Gustavo Melo Barrera
•
En Colombia, decir “Brayan” no es nombrar a alguien. Es invocar un espectro social, un fantasma con gorra plana, moto sin papeles y sueños sin pedigree. “Los Brayan” no existen en el Registro Único de Ciudadanía, pero sí en el subconsciente clasista de quienes creen que el país se divide entre apellidos compuestos y nombres con Y.
Cuando Gustavo Petro los menciona como símbolo, no está hablando de un muchacho en Soacha que se tatuó el nombre de su novia en la ceja. Está hablando de una Colombia que no cabe en los cocteles de la oposición, ni en los Excel de los asesores de imagen. Y eso, claro, duele. Duele como duele que el pueblo tenga voz, voto y TikTok.
Los opositores se retuercen cuando Petro dice “Brayan” porque entienden que no es un nombre: es una amenaza. Es el recordatorio de que el país no se gobierna solo desde el Club El Nogal, sino también desde el barrio El Nogalito. Que el Estado no es solo el Congreso, sino también la esquina donde Brayan vende minutos y sueña con ser streamer.
¿Quiénes son “los Brayan”? Son los que no fueron a la universidad, pero saben más de economía que muchos senadores. Son los que no leen a Marx, pero entienden perfectamente lo que es la lucha de clases cuando les niegan un trabajo por tener acento de barrio. Son los que no tienen apellidos ilustres, pero sí historias que incomodan.
Y por eso, cuando Petro los nombra, no está haciendo populismo: está haciendo justicia simbólica. Está diciendo que el país no puede seguir siendo gobernado por quienes creen que “Brayan” es sinónimo de delincuente, ignorante o votante manipulable. Está diciendo que el poder también puede tener nombre con Y.
La oposición, en su infinita creatividad, ha intentado convertir “Brayan” en insulto. Como si el problema del país fuera el nombre del mensajero y no el mensaje. Como si el hambre, la desigualdad y la corrupción se resolvieran con clases de ortografía y no con reformas estructurales.
Pero lo más irónico es que muchos de los que critican a “los Brayan” tienen más de Brayan que de Bolívar. Hablan como Brayan, se visten como Brayan, y gobiernan como Brayan en esteroides. Solo que lo disimulan con corbata y frases en inglés mal pronunciado.
Así que sí, Petro tiene razón. “Los Brayan” son símbolo. Son el espejo roto donde la élite no quiere mirarse. Son el recordatorio de que el país real no cabe en los discursos de PowerPoint ni en los editoriales de indignación selectiva. Y si eso duele, es porque revela una verdad incómoda: que el poder ya no es exclusivo, y que el pueblo —con nombre raro y sueños grandes— está aprendiendo a hablar.
Adenda: “Los Brayan de corbata”
Lo más curioso del asunto es que algunos de los actuales alcaldes, gobernadores y congresistas de oposición parecen haber hecho un curso intensivo en “brayanismo avanzado”. No por su origen, sino por su estilo de gobernar, hablar y mostrarse en redes.
Ahí están, con sus frases de motivación sacadas de cuentas de autoayuda, sus reels bailando en campaña, y sus discursos llenos de lugares comunes como “vamos pa’ lante” o “esto lo arreglamos entre todos”. Son Brayan con presupuesto, Brayan con asesor de imagen, Brayan con contrato de prestación de servicios.
Hablan como si estuvieran en una reunión de vecinos, pero legislan como si estuvieran en una junta de accionistas. Se indignan por los Brayan de barrio, pero replican sus gestos en versión institucional: populismo sin pueblo, carisma sin causa, y redes sociales sin contenido.
Para colmo de males , están apareciendo otros modelos de “Brayanismo»: los columnistas que día a día o en los fines de semana, escriben con estilo de escritor de premio nobel, pero con la profundidad del que vende productos en los semáforos o en frente de los clubes de gente rica.
Así que antes de criticar al Brayan que vende empanadas en la esquina, habría que mirar al Brayan que firma decretos sin leerlos, que hace TikToks desde el despacho y que cree que gobernar es hacer encuestas en Instagram. Porque si el símbolo incomoda, es porque revela que el imitador institucional no está tan lejos del original.
Deja una respuesta