
Edgar Yesid Achury
De Fusagasugá. Californiano por adopción. Apasionado por la geopolítica.
Ingeniero de alimentos, maestro quesero.
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Ricardo Leyva, el empresario de espectáculos, no es un caso aislado: es el retrato incómodo de tantos hombres que se creen dueños de todo, empezando por la mujer que comparte techo con ellos. El “hombre exitoso”, el de los contactos, el de los escenarios… pero también el hombre miserable que en privado se deshace en inseguridades y violencia.
Por eso la entrevista de Cambio a su exesposa fue tan frustrante. Porque en lugar de darle el lugar central a su dolor, la redujeron a un insumo para una jugada política. Parecía que el objetivo del entrevistador no era entender el abuso, sino enfocarse en nombres, padrinos, negocios, para reforzar un escándalo contra los circunstanciales aliados políticos del tipo. Y aun así, aunque intentaron minimizarlo, entre líneas se escapó la verdad del maltrato: la manipulación, el miedo, la sombra larga de un hombre acostumbrado a imponer.
Y lo peor es que Ricardo Leyva solo es la versión visible de miles de hombres anónimos que repiten la misma lógica enfermiza: creen que una mujer es propiedad privada. No hace falta ser empresario de espectáculos ni tener acceso al poder para ser un agresor; basta con haber crecido en una cultura que todavía les celebra la autoridad y les perdona la violencia.
La sociedad también tiene su cuota: la familia que calla, el vecino que escucha y no interviene, la prensa que usa el testimonio de una mujer golpeada para otros fines. Así los Ricardos Leyva, los famosos y los invisibles, encuentran siempre cómo acomodarse el traje de víctimas, como si sus manos no dejaran rastro.
La violencia contra las mujeres no es un desliz, ni un mal momento: es una estructura. Y cada vez que se trivializa el testimonio de una víctima para empujar agendas ajenas, el agresor gana. Pero incluso así, la verdad se filtra. Porque, aunque intenten reducirla a un dato político, el abuso siempre termina hablando más fuerte que ellos.


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