
Puno Ardila Amaya
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Como estamos en la tierra del realismo mágico y el surrealismo trágico, me he tomado la libertad de organizar esta lista de regalos, empacados en papel de regalo reciclado de los acuerdos de paz, para entregar pasado mañana, al filo de la medianoche.
Miguel Polo Polo: Un espejo retrovisor de 360 grados, para que pueda ver por fin de dónde viene y deje de chocar contra su propia sombra.
María Fernanda Cabal: Un curso de “Geografía para Principiantes” donde le expliquen que la Unión Soviética ya no existe y que el “socialismo” no está debajo de su cama.
Paloma Valencia: Un silenciador de alta fidelidad, no para callarla, sino para bajarle dos octavas a ese grito de guerra que pone a vibrar hasta el cristal de las notarías.
Alejandro Char: Una colección de gorras de aluminio para protegerse de las señales de los satélites y de las declaraciones de Aída Merlano.
Karen Abudinen: Un diccionario de la RAE donde la palabra “abudinear” aparezca definida como «acto de magia donde desaparecen 70.000 millones de ilusiones».
Francisco Barbosa: Un busto de sí mismo, más grande que el de la entrada de la Fiscalía, para que pueda saludarse cada mañana como el “mejor fiscal de la galaxia conocida”.
Martha Mancera: Una maleta de doble fondo, ideal para guardar expedientes que no queremos que vean la luz del sol ni la cara de un juez.
Iván Duque: Una guitarra de aire y un manual de “Cómo ser un expresidente sin que nadie se dé cuenta de que ya no está”.
Eduardo Zapateiro: Un megáfono con eco incorporado que repita “¡Ajúa!” cada vez que alguien mencione “Derechos Humanos”.
Vicky Dávila: Una encuesta de intención de voto donde ella gane por el 120 %, realizada por el gremio de fabricantes de portadas apocalípticas.
Abelardo de la Espriella: Un pañuelo de seda bañado en oro para secarse las lágrimas cada vez que un cliente le recuerda que la humildad es gratis.
Gustavo Petro: Un reloj de arena que no se detenga, para ver si por fin logra llegar a tiempo a una cita o, al menos, al final de un discurso.
Laura Sarabia: Un detector de mentiras portátil, de esos que caben en la cartera, para usar exclusivamente con el servicio doméstico y los maletines perdidos.
Margarita Cabello Blanco: Un frasco de barniz transparente, para que siga puliendo su capacidad de no ver absolutamente nada de lo que hace el gobierno anterior.
Jotapé Hernández: Un trípode profesional de titanio, para que sus gritos de indignación en Youtube no salgan movidos mientras busca el próximo clic.
Jaime Granados: Una tarjeta de “Salga de la cárcel gratis”, de Monopoly, válida solo para clientes con apellidos ilustres y fincas en El Ubérrimo.
María Andrea Nieto: Un tablero de “El Control” donde todas las fichas sean de la oposición y ella siempre tenga el dado cargado.
Luis Carlos Vélez: Un curso intensivo de “Periodismo para Dummies: cómo preguntar sin responderse uno mismo”, dictado por su propio ego.
Carlos Antonio Vélez: Una pizarra táctica para explicar por qué el fútbol era mejor cuando los jugadores no corrían y él siempre tenía la razón.
Néstor Morales: Una línea directa con la Casa de Nariño (de cualquier gobierno) para poder decir “yo ya lo sabía” antes de que pase.
Jaime Andrés Beltrán: Unas esposas de juguete para que siga jugando a ser el “Nayib Bukele de Bucaramanga” en el Parque de los Niños.
Juvenal Díaz Mateus: Una brújula política que no siempre apunte hacia la derecha más extrema, solo para variar el paisaje.
Juan José Lafaurie Cabal: Una tarjeta débito para retirar cuatrocientos millones de pesos para sus gastos agropecuarios.
Yesid Lancheros: Unas rodilleras, un manual de ética y un suministro ilimitado de tinta roja para los titulares de Semana, por si se acaba el inventario de pánico.
Pacho Santos: Un kit de “Mi Primer Experimento con Electrodos”, para que pueda seguir soñando con soluciones eléctricas a problemas sociales.
Álvaro Uribe Vélez: Una hamaca tejida en hilos de impasibilidad, para que descanse de tanto trino y de tanto “buen muchacho” que le salió torcido.
Iván Cepeda: Un maletín lleno de paciencia budista, para aguantar cuatro años más de ser el “enemigo público número uno” de las redes.
Revista Semana: Un detector de humo, para cuando sus portadas empiecen a quemar de tanto incendio que intentan provocar.


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