
Juliana Villegas
Periodista y diseñadora gráfica
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Vivo en Bogotá, que ahora está, haga de cuenta, patasarriba. Como todo en este mundo. O casi todo, porque esta mañana, entendí que es casi todo. Y lo que se salva es como una felicidad.
Comienzo de nuevo: vivo en Bogotá y esta mañana me dirigía a una cita médica. Tenía que llegar 20 minutos antes de la hora programada, así que dispuse todas mis costumbres con veinte minutos antes: levantada, organización de casa, desayuno, baño y coger el trasmi. Eso sí, la troncal que me conducía a mi destino, se veía entre roja y amarilla, por los colores de millones de buses que estaban entre detenidos y andando despacitico. Me dije: “debí empezar a hacer mi rutina 45 minutos antes, por lo menos. Pero, ya qué”.
Comenzó el recorrido. El bus llegó a la siguiente parada y subieron, me pareció a mí, el padre, el hijo y el tío. El padre, con acordeón. Y nos dijo a las demás personas: “poco importa que no nos saluden, acá llegamos a la sabrosura”. Y, ¡suápate!… Comenzó ese acordeón que nos sacudió de inmediato y sacó de cada quien una sonrisa, sonaba riquísimo…
…Les diré que el trasmilenio era de esos laaarrrrgos… Pero, el sonido llegaba a cada silla, desde la del conductor, hasta la última de atrás, a cada par de oídos. “Un medio día que estuve pensando, un medio día que estuve pensando en la mujer que me hace soñar, las aguas claras del río Tocaimo me dieron fuerzas para cantar”.
Frente a mí, en sus asientos, una pareja de personas, yo diría, ya en edad de estar pensionadas, me dijeron: “qué bien, vamos a llegar felices a la oficina. Y es el trabajo de ellos, mandarnos felices”. El contagio de la alegría que llevaban los intérpretes del vallenato fue rapidísimo… Ya qué importaba que fuéramos lento, el caso era que estábamos hasta medio bailando. Y terminaron. Ahhhhh…. Entonces, la mayoría de las personas sacamos el aporte para la familia contagiante y llegaron varios aplausos…
Cuando… ¡qué vemos!: por la misma puerta que ellos salían del bus, subió un muchacho, con su multiplicador, como que es que le llaman; con su celular que lo activa y con un saxofón entre las manos… Y nos dice: quiero interpretarles algo, lindo y suave… ¡Imagínese, luego del parrandón intensivo de hacía unos minutos! Nos miramos ante la gracia. ¡Y cuándo empieza a tocar su saxo! ¡Jazzz! ¡Qué belleza!
Un joven estudiante de música, orgulloso y generoso y trabajador, por supuesto… Esas piezas que interpretó nos fueron dejando el corazón entre las nubes, en el compás de la hermosura de notas. Yo estaba extasiada y me decía que llegaría tarde pero lo había valido. Quizás cancelarían mi cita médica y me harían una cara de reproche… Todo lo valía…
Llegué a la estación, bajé a toda, empecé a correr…. Correr es un decir, porque la cantidad de gente que había caminando para llegar a su lugar me recordó los ríos de personas que van buscando las fronteras, sentí eso. Pero, digamos, me hice la que corría para creerme la intención de llegar un poco menos tarde. Y entré al lugar de las consultas médicas, por fin… Como si el contagio de buen comienzo de día se mantuviera, ni me miraron mal, sino con amabilidad, estaban haciendo chistes y me recibieron. Eso somos, con eso vivimos, con eso gozamos y el mundo todito está revuelto, casi en guerra total, como la paz total de aquí. Pero, podemos sentir la fuerza de la alegría, la vitalidad que nos hace singularmente libres.
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