Víctor Solano Franco
Comunicador social y periodista
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Hace medio siglo, en 1974, Bogotá vio nacer uno de los programas más emblemáticos de su historia: la Ciclovía. Lo que comenzó como una iniciativa ciudadana liderada por Procicla, una organización sin ánimo de lucro, se ha convertido en un modelo de espacio público adoptado por cerca de 200 ciudades en Colombia y el mundo. Hoy, con más de 127 kilómetros habilitados cada domingo, la Ciclovía no solo es un espacio para el ejercicio físico, sino un símbolo de democracia urbana y la convivencia.
La Ciclovía tiene la magia de ser un lugar en el que todos somos iguales. No importa si se es un atleta en preparación, un niño aprendiendo a montar bicicleta, una familia paseando con su perro, o alguien buscando un momento de calma a pie o en patines. Es un espacio donde el propósito no es llegar primero, sino disfrutar del recorrido. En un país marcado por desigualdades, la Ciclovía nos recuerda que el espacio público debe ser de todos y para todos.
Quizás uno de sus mayores logros es su carácter apolítico. Desde su institucionalización en 1976, la Ciclovía ha sido respetada por administraciones de derecha, centro e izquierda, algo inusual en un país donde los proyectos muchas veces son desechados al cambiar de gobierno. Este consenso no solo habla de su éxito, sino de su capacidad para trascender ideologías y convertirse en un bien colectivo que se defiende mayoritariamente sin importar la posición social o las condiciones económicas como ocurre en otras ciudades importantes en el mundo como Ámsterdam en donde la bicicleta es, además el principal medio de transporte para los ciudadanos.
Sin embargo, no podemos ignorar que siempre hay espacio para mejorar. Se necesitan ajustes en seguridad, infraestructura y acceso para garantizar que más personas puedan disfrutarla plenamente. Pero esto no desmerece su mérito principal: haber surgido de una iniciativa ciudadana para convertirse en una política pública que lleva cinco décadas promoviendo el bienestar, la salud y la apropiación del espacio público.
La Ciclovía es un ejemplo de cómo las ideas ciudadanas, cuando son escuchadas y respaldadas, pueden transformarse en proyectos que cambian ciudades. Celebrar estos 50 años no es solo reconocer su historia, sino proyectar su futuro, asegurándonos de que siga siendo un espacio incluyente y democrático que inspire a otras ciudades en Colombia y el mundo. Bogotá, con su Ciclovía, nos recuerda que el espacio público compartido es el corazón de una ciudad viva que late en cada pedalazo.
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