
Víctor Solano Franco
Comunicador social y periodista
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Especial para El Quinto
La fotografía electoral que ofrece la más reciente encuesta de Invamer —esa que solo conocemos parcialmente por culpa de la llamada “ley mordaza” del presidente Petro, que pretende regular hasta el modo en que se divulgan las encuestas— deja ver un panorama tan revelador como inquietante: Colombia llegará a las presidenciales de mayo de 2026 con tres grandes bloques ideológicos en competencia, pero con muy distintos niveles de cohesión interna.
Lo primero que salta a la vista es la ventaja estructural de la izquierda, que aparece en la matriz con un 36,3% (si se le suman los resultados de Camilo Romero, Murillo, Luis Carlos Reyes, Carlos Caicedo, el camelónico Roy Barreras y Mauricio Lizcano) y, todo eso sumado a algo que ninguna otra fuerza tiene hoy: un candidato ya ungido y un relato unificado. Iván Cepeda, con un llamativo 31,9%, es la figura dominante del espectro progresista.
La consulta interna realizada hace unas semanas no solo le dio visibilidad, sino que generó algo que en política es oro puro: disciplina partidista. En un país donde la mezquindad y el personalismo suelen imponerse, la izquierda llegó temprano, se organizó y cerró filas. Al menos por ahora, parecen tener resuelta la primera parte del problema: quién lleva la bandera.
Del otro lado del arco ideológico, la derecha aparece como el bloque con mayor caudal sumado, 38,3%, pero también como el más disperso. Abelardo De La Espriella encabeza ese grupo con 18,2%, seguido por Miguel Uribe con 4,2% y un conjunto de nombres medianos y pequeños —Vicky Dávila (3,7%), Juan Carlos Pinzón (2,9%), María Fernanda Cabal, Paloma Valencia y Santiago Botero, entre muchos otros— que evidencian una realidad: no hay liderazgo claro, no hay una consulta definida, no hay un mecanismo para ordenar la casa. La derecha tiene votos, sí, pero no tiene un norte. Y si algo enseña la historia electoral reciente es que llegar dividido a la primera vuelta es casi garantía de derrota.
En el medio, en un sorprendente tercer lugar conceptual, está el centro y centro-derecha, que suman 18,3%. La presencia más llamativa es la de Sergio Fajardo (8,5%), el veterano de la política nacional que sigue capturando un electorado cansado de la polarización y nostálgico de la idea —cada vez más frágil— de un país que pueda discutirse sin gritarse. Lo acompañan Claudia López (4,1%), Juan Manuel Galán (1,6%), Aníbal Gaviria (1,3%) y una constelación de nombres que parecen formar más un tablero de transición que una coalición. Si algo caracteriza al centro es su eterna dificultad para convertirse en estructura: ideas tienen, votantes tienen, pero no logran convertirse en fuerza política organizada. El caso de Claudia López le genera inquietudes a la izquierda y a la centro derecha porque no la ven nítida, pero sospecho que se inclinaría más por Fajardo que por Cepeda en una eventual unión.
Y aquí entra la paradoja: en un país que lleva una década navegando entre extremos y atizado por algoritmos, indignaciones y trincheras ideológicas, el centro comienza a ganar un espacio emocional que podría resultarle valioso. La pregunta es si esta vez será capaz de capitalizarlo o si volverá a tropezar con la misma piedra de siempre: la falta de unidad adobaba con las vanidades y la transmisión de ambigüedades políticas.
La realidad es que estamos ante una encuesta tomada con mucha anticipación, una foto temprana en una película todavía larga, un amanecer en el partidor electoral. Pero una foto que ya empieza a producir efectos: decanta nombres, presiona a los indecisos, y obliga a quienes marcan menos de dos puntos a enfrentar una decisión pragmática. Muchos de ellos, como ha ocurrido en todas las elecciones, no llegarán vivos a marzo. Probablemente buscarán encabezar listas, negociar apoyos, o ubicarse estratégicamente como voceros territoriales o sectoriales dentro de las campañas que sobrevivan.
Lo que no podemos ver por culpa de la nueva regulación —que Petro celebra con entusiasmo sospechoso— son los matices regionales. Y eso es grave. No es lo mismo medir a Fajardo en Antioquia que en la Costa; ni a Cepeda en Bogotá que en los Llanos; ni a los candidatos de derecha en Santander frente al Eje Cafetero. Sin ese mapa granular, el país entra a ciegas en una conversación electoral que debería ser informada, no controlada. Ahora bien, le concedo también el beneficio de no manipular la opinión pública y sesgarla.
La foto de hoy no define el final de la historia, pero sí delimita el campo de juego: una izquierda cohesionada y con candidato fuerte, una derecha numerosa pero desordenada, y un centro que empieza a resucitar en la conciencia pública.
La campaña de 2026 será, como siempre, una lucha por el relato, por las alianzas que aún no se cocinan y por la capacidad de cada fuerza para conectar con un país que, más que polarizado, está agotado. Lo único seguro es que esta lista de casi 70 precandidatos no sobrevivirá al invierno. Y que las decisiones que se tomen en los próximos tres meses definirán mucho más que encuestas: definirán quién pasa de pretexto mediático a opción real de poder.


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