
César Torres Cárdenas
Investigador, consultor y profesor
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El pasado 3 de febrero, el presidente Petro nombró a Armando Benedetti Villaneda como “Jefe de Despacho Presidencial del Departamento Administrativo de la Presidencia de la República”, según dice en el Decreto 0128 de 2025.
Un grupo de ministras, ministros y directores de departamento administrativo mostraron su descontento con la vinculación de Benedetti al Gobierno nacional, sobre todo, en un cargo tan cercano al propio presidente de la república.
Es que, aunque el presidente se disguste y lo tache de mentira, es cierto que ser jefe del despacho presidencial concede al recién nombrado un nivel de mando y direccionamiento de cada una y de todas las instancias del Gobierno nacional. Lo convierte en una especie de superministro o jefe de ministros.
Quienes cuestionaron esta designación presidencial argumentan que Armando Benedetti está incurso en actos de corrupción, que su comportamiento lo aparta de los valores y actitudes propias del Pacto Histórico y que eso debería inhabilitarlo para ejercer tal dignidad.
Según lo informó la periodista Sara Valentina Quevedo en el diario El Tiempo el pasado 6 de febrero, Benedetti Villaneda tiene siete procesos judiciales en su contra. En algunos de ellos, se le acusa de corrupción. Y tiene fama de serlo, lo que no prueba nada en su contra. Además, es muy fuerte un rumor que se da por cierto: es aficionado a las bebidas embriagantes y al uso de sustancias ilegales.
Pero, lo que más ha herido la sensibilidad política de dirigentes, activistas y simpatizantes del actual gobierno es su maltrato a las mujeres que están cerca de él.
Dos de los casos más conocidos de violencia basada en género los hizo contra la hoy canciller, Laura Sarabia, y contra su joven esposa, Adelina Guerrero. Ambas sufrieron el maltrato verbal y sicológico y las amenazas del señor Benedetti.
Siendo así, ¿por qué lo nombra un presidente que ha mostrado ser contrario a la corrupción, favorable al empoderamiento femenino y enemigo de ese tipo de violencia?
La respuesta más tonta posible es que Armando Benedetti le guarda secretos inconfesables al señor presidente. Como si hubiera algo de la vida pública y privada de Gustavo Petro que la prensa no hubiera escudriñado y publicado de manera profusa, hasta el hartazgo.
Una respuesta más probable es que, en el cierre de su mandato, Petro ha decidido dar un volantazo hacia la derecha y trabajar para que el próximo presidente sea de la entraña del santismo. Ya Roy Barreras y Juan Fernando Cristo han mostrado su interés por ser candidatos.
Para hacer ese giro, Petro parece haber tomado tres decisiones distintas: poner a este personaje violento y grosero como jefe efectivo de todos los ministerios y departamentos administrativos; abdicar del propósito de construir la Paz Total y, en cambio, promover una guerra que empieza en El Catatumbo y no se sabe ni dónde, ni cómo va a terminar; por último, humillar públicamente a su equipo de trabajo y, así, aplastadas y aplastados, imponer, tanto el nombramiento cuestionado, como su cambio de orientación política.
Con la designación de Armando Benedetti, envía un mensaje claro: a este gobierno ha dejado de interesarle la lucha contra el machismo y el patriarcado y de entender que esas prácticas son la base más importante de la violencia, la desigualdad y la injusticia. Lo único importante para él es ganar las próximas elecciones.
Deja claro un asunto con el envío de más de seis mil hombres de guerra al Catatumbo para, en primer lugar, “extraer” a la comandancia de uno de los bandos enfrentados (Frente 33, disidente de las extintas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC) y, en segundo lugar, lanzar una ofensiva contra el actor armado que los combatía (Ejército de Liberación Nacional -ELN): lo que deja claro es que abandona el camino del diálogo para resolver el conflicto armado que el Estado tiene con esa insurgencia.
Con el discurso/regaño humillante, mostró que soporta la crítica y permite la desobediencia, pero, que es el jefe, de acuerdo al mandato constitucional, y que, como tal, impondrá su voluntad de trabajar para que quien sea próxima o próximo presidente provenga del santismo. Quien no apoye esa idea, no clasifica como revolucionario y da positivo para sectario, según las cuentas de Petro.
Todo lo dicho no es más que síntomas. La infección que nos puede correr pierna arriba es la retoma del país, no solo del Estado, por parte de la unión del uribismo y el santismo, que es la fase superior de la alianza entre los narcos, los paramilitares y la vieja aristocracia bogotana.
Para volver a tener el control de nuestra sociedad, la alianza criminal que nos gobernó durante casi 70 años necesita que se devuelva la cultura política alimentada en este gobierno; es decir, que la población haga suyo de nuevo el clamor en favor de la guerra, el machismo y la corrupción. La primera se acaba de reiniciar en El Catatumbo, las otras dos las representa Benedetti. En todas puede jugar el actual Consejero Comisionado de Paz y promotor de guerras, Otty Patiño.
A propósito del consejo de ministros, ¿no les pareció raro que ni en ese momento, ni ahora, en la feria de las renuncias, nadie ha hablado de la necesidad de retomar el camino del diálogo para solucionar la guerra? ¿Estamos tan distraídos con el escándalo que la gritería no nos deja escuchar las voces de la gente que padece los horrores de la guerra?
En fin, ¿nos estaremos quedando con el síntoma Bendetti y evitamos ver cómo crece la enfermedad, mientras ella se hace pasar por el remedio?
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