Mario Espinosa Cobaleda
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LA CONCEPCIÓN Y LA FUNCIÓN DE LA ESPIRITUALIDAD EN LA RELACIÓN DE LOS HABITANTES DEL PACÍFICO COLOMBIANO CON LA NATURALEZA – SABERES Y RECORRIDOS
“No podemos obtener impulsos sociales sino en la medida que recibamos conocimiento espiritual de la naturaleza que nos rodea… La vida del alma de la humanidad depende de la espiritualización de nuestro saber de la naturaleza”.
Rudolf Steiner
UNA INTRODUCCIÓN
La exuberancia de la naturaleza y el paisaje del Pacífico colombiano, esa imbricada confabulación de selvas, manglares, caudalosos ríos, arenas y el inmenso océano, puede dar fe del inmenso vínculo espiritual entre sus pobladores y su territorio.
Muchos siglos antes de la llegada de la espada y de la cruz, esta tierra era el paraíso tropical de varios pueblos ancestrales. A ese mágico espacio donde resuenan los sonidos de coloridos seres vivientes, los vientos y la percusión, llegó también el sincretismo de quienes fueron llevados desde el otro lado del mundo y allí encontraron tierra fértil para ombligarse y venerar a sus deidades. En ese crisol se fundieron costumbres, pensamientos y sentires.
Geografías sagradas – Geografías profanadas: En medio de un territorio asolado por los conflictos y la desmesurada ambición de expoliadores y saqueadores [1], territorio también fecundo para el surgimiento de economías ilegalizadas, de minería, narcotráfico, grupos armados, explotación indiscriminada de recursos naturales, hay una tenaz resistencia de sus pobladores naturales para conservar sus territorios, sus recursos, su organización, su pensamiento y su tradición. Ahí están los territorios colectivos de los pueblos afrocolombianos y los resguardos de los pueblos indígenas. Tal vez es en estos escenarios en donde se conserva y se materializa su espiritualidad en íntima convergencia con su entorno y la naturaleza [2].
Los científicos han definido el Antropoceno [2] como esa era actual que estamos atravesando, era que se caracteriza por el conflicto entre la noción de producir para la vida, y producir para el mercado. Las severas consecuencias de este enfrentamiento se reflejan en la ruptura de la coexistencia armónica con la naturaleza. Por este motivo se hace fundamental acercarnos a la médula del pensamiento de quienes, con su sabiduría, desde tiempos inmemoriales han respetado y venerado la generosidad de un planeta donde, supuestamente, debemos caber todos los seres humanos en coexistencia pacífica con las demás especies, algo así como la búsqueda del bien común. Cada uno de nosotros necesita una “área ecológica” para existir, en esa trascendentalidad esa huella debe ir más allá de lo eminentemente práctico y debe erigirse sobre los pilares de la ética, de la espiritualidad.
De ahí que volteemos la mirada hacia el Pacífico, hacia los habitantes de sus territorios colectivos, para escudriñar los hilos de su conexión ancestral con la Madre Tierra y las maneras en que desde sus sentires han procurado incrementar su calidad de vida y hacerla para sus comunidades, conservando de forma sostenible sus entornos y sus paisajes. Tal vez para los habitantes de las ciudades es muy complejo cuantificar la contribución que los ecosistemas le hacen a la calidad de vida en términos estéticos y espirituales. Esta es una oportunidad para detenernos y reorientar la brújula, frente a la necesidad de establecer nuevos diálogos entre la naturaleza y la cultura, para concebir formas de pensar y de habitar más amigables, más entrañables y más en armonía con las energías superiores del cosmos [3].
Resumiendo: No es intentar “salvar el planeta”, que sobrevivirá hagamos lo que hagamos. [4] El propósito común debe ser preservar, y de ser posible, mejorar un modo de vida en coherencia entre lo que pensamos y la forma en que actuamos frente a la vida. Los hábitos y las rutinas cotidianas de las urbes son obstáculos, que solo se superarán cuando entendamos que los riesgos son reales y apremiantes. La mejor forma de avanzar en este propósito es cualificar nuestra relación espiritual con la naturaleza y la Madre Tierra… y de eso sí saben los pueblos ancestrales, a quienes, con frecuencia, -en una actitud prepotente- evitamos entenderlos, reconocer y valorar su pensamiento biocéntrico.
El conocimiento de la naturaleza elaborado por las comunidades negras e indígenas del Pacífico –y de muchas otras regiones del país- contiene elementos políticos y éticos que reflejan formas diferenciadas de ver y entender el mundo (cosmovisiones [5]), que hace que pueda ser contemplado como una alternativa posible al antropocentrismo, y que va más allá de la noción peyorativa que se pueda tener desde el pensamiento occidental, como algo “exótico”, primario o descontextualizado del mundo moderno.
LA CADENCIA DE LA ESPIRITUALIDAD AFRO…. LA OTRA SELVA POSIBLE… ESA UNIDAD SAGRADA DE LA VIDA
“Los secretos son unas palabras que aprenden los que saben curar. Ellos tienen sus palabras que van derechas sin extraviarse pa’ ningún lado. Ni una más adelante ni otra más atrás y eso es protección. Es como hacer una oración la misma cosa que como uno está rezando el padre nuestro, el credo”…[6]
“La naturaleza que vemos es solo la representación de seres invisibles que tomaron forma. Todos venimos de un mundo espiritual para tener representación en este mundo”.
Un propósito fundamental de este escrito es contribuir a recabar en lo íntimo de las concepciones espirituales, de los pueblos, pues ellas están ligadas al sentir de la trascendencia, de la relación sobre el sentido de la creación y la razón de ser de la existencia y misión de los seres humanos en su corto periplo por la tierra. Su comprensión es esencial para re(pensar)esta profunda relación entre la sociedad y la naturaleza.
La espiritualidad del pueblo afrocolombiano trasciende los límites de lo folklórico, de lo exótico, de la mera “fantasía”; podemos decir que son complejas elaboraciones de un pensamiento biosófico, ligado a su concepción del más allá y de la relación cuerpo-alma.
“La concepción espiritual afro concibe el universo como una interacción constante entre seres materiales -naturales y sobrenaturales-, humanos y no humanos, vivos y no vivos que habitan la naturaleza, los cuales encuentran su lugar en la cotidianidad, donde se reproduce todo un sistema de significados sobre los cuales construyen su especial conexión con su ambiente, la selva húmeda tropical, donde se inserta su territorio colectivo, el cual representa su espacio de vida.”
“La tierra… nuestra única madre…. Pertenecemos a ella, todo el suelo es un bien común, es una alegría, una gran fiesta cuyo propósito es unirnos, la sangre de la tierra es el agua, sin agua no hay vida y por el aire viajan nuestros espíritus protectores. La selva es el espíritu, origen y camino que gobierna los territorios del Pacífico; Mantiene el equilibrio entre el mundo físico y el mundo espiritual. Los animales y las plantas no existen antes que nosotros, sino que conviven en el territorio y en nuestro pensamiento. Tenemos muchos relatos y canciones que cuentan la manera en que conocemos y entendemos el nuestro universo».
El vigoroso sentido de la espiritualidad de las comunidades negras está ligado a un conjunto de creencias desde las cuales interpretan el mundo. Para ellas, los seres humanos y la naturaleza forman una unidad en las que están presentes diversas fuerzas sobrenaturales. Ese todo está pleno de energías divinas y humanas que son “cosa de Dios” o “cosa del diablo”, y todo está interrelacionado. La relectura o “refuncionalización” de las dinámicas de los santos es una de las principales características que identifican la espiritualidad y religiosidad de las comunidades negras del litoral Pacífico.
La labor evangelizadora de la Iglesia, y el sincretismo de la espiritualidad heredada de los ancestros africanos [7] se puede reflejar en la estructura de jerarquías y corresponsabilidades, (ver gráfica) que se ha interiorizado en la espiritualidad y el fervor de quienes profesan la religión católica, que –aun cuando en tiempos recientes ha surgido la influencia de nuevas iglesias- sigue siendo mayoritaria. La catequización, al mezclarse con la ancestralidad religiosa portada por los primeros grupos de esclavizados tendió un puente de comunicación intercultural entre el cristianismo y las religiones africanas, en la cual emergieron algunos elementos simbólicos que permitieron establecer contacto entre los dos mundos: el africano y el occidental. Hay una simbología recóndita que recubre y colma de sentido las imágenes sagradas de la iglesia católica.
San Francisco de Asís, patrono de los habitantes del Chocó, y quien fuera proclamado por Juan Pablo II como Patrono de la Ecología, por su amor a la naturaleza y a todas las “criaturas” es el referente de ese encuentro y coincidencias entre dos formas de espiritualidad para interactuar con la naturaleza. San Francisco [8] llamaba a los animales, al fuego y al agua, hermanos y hermanas, pues todos ellos provienen de la misma fuente y, por tanto, en cierto sentido, todos son miembros de una familia; pensamiento que está muy identificado con el principio fundamental de la naturaleza de los pueblos afros, en la noción del respeto auténtico y pleno por la integridad de la naturaleza.
Este encuentro de espiritualidades concibe un mundo conformado por tres niveles: el mundo de lo alto (del cielo o de lo divino); el del centro (terrenal), donde se ubican los seres humanos; y el de lo bajo, de la maldad y de la oscuridad, donde se ubica el infierno, donde van los espíritus condenados, donde habita el demonio. Cada uno de estos mundos cumple con una tarea en particular, pero no se encuentran aislados sino interconectados e interrelacionados entre sí. En la vida cotidiana, en el manejo y las relaciones con la naturaleza, su espiritualidad se refleja en el vínculo que se entrelaza con su territorio de vida, en donde lo sagrado y lo profano, su mundo y otros mundos, forman parte de una integralidad en la que el hombre y la mujer afro se encuentran inmersos en correlación y dependencia con el ambiente y con el mundo de lo divino o sagrado, es decir, una espiritualidad que se constituye en el eje fundamental sobre el cual se entretejen todos los actos de su vida, en el bosque cuando van a cortar madera o a cazar, en la playa del río cuando van a pescar o a trabajar en las minas, en la finca cuando van a sembrar o a cosechar. Cada actividad requiere de un permiso y un ritual, y de un agradecimiento a la Madre Tierra por ofrecer y otorgar los bienes para la vida.
Las relaciones entre la naturaleza, la sociedad y el espíritu (ser), se configuran desde una perspectiva étnica propia manifestada como sentipensamiento y esencia de vida. Desde esta perspectiva existe una compleja, pero a la vez estrecha, relación entre la espiritualidad, el territorio y sus conocimientos, como pueden ser, por ejemplo, sistemas de manejo del bosque, las explicaciones e interpretaciones de los fenómenos naturales, las prácticas medicinales, sus fiestas y celebraciones religiosas ligadas a épocas de siembra y cosecha, de subienda, de recolección…
La importancia que tienen los seres vivos, no como organismos aislados entre sí, sino en conexiones y relacionamientos complejos y simbólicos, orientan su forma de relacionarse con la naturaleza. El espíritu de los bosques, el espíritu de las aguas, el espíritu del jaguar, son símbolos de una ética de la vida, del cuidado expresado en actitudes, valores y prácticas respetuosas, responsables que buscan preservar la esencia de la selva húmeda tropical, la armonía con sus territorios de vida.
“Nuestro planeta es un ser vivo, sensible, es nuestra casa, es un cuerpo celeste que viaja y vive en el cosmos, que son todas las estrellas que vemos en las noches despejadas. La tierra es hija del sol y da vueltas a su alrededor. El sol tiene otros hijos que son los hermanos de la tierra, y allá en ese espacio infinito están las almas de nuestros ancestros y nuestros dioses, que nos protegen siempre y cuando les demostremos lealtad y les hagamos ofrendas de agradecimiento”
La espiritualidad Afro de los pueblos del pacífico colombiano, se ha construido desde una opción de reafirmación cultural y/o respuesta a episodios históricos de sometimiento, esclavización, adoctrinamiento, evangelización, exclusión y satanización de ritos y rituales heredados de las culturas africanas y reproducidas en América en condición de esclavitud. Es un proceso de resistencia para dignificar y resignificarse como identidades propias de alto valor y representación en los pueblos afro del Pacífico Colombiano.
La tradición oral, donde los poseedores del conocimiento, los dueños de la palabra, generalmente los mayores, en ámbitos rituales como en noches de luna, transmiten sus saberes, con humor e imaginación, los avisos, los secretos o rezos, que son para establecer o asegurar armonía con la naturaleza y controlar las energías humanas y divinas del entorno. Estos saberes son el patrimonio que permite que la esencia de la espiritualidad permanezca, ahí están las huellas de la africanía como parte de los hábitos sumergidos en el subconsciente e inconsciente que fortalecen la identidad, la cohesión y la pertenencia de la colectividad. En las balsadas, las comparsas, los gualíes, las fiestas patronales, las cumbanchas y las chirimías se refleja la identidad y la espiritualidad con carácter de melancólica festividad.
El Código de Régimen Interno de una comunidad negra y su territorio colectivo reafirma la importancia de los espacios físicos y simbólicos de la vida y ancestralidad en el territorio, y respecto a las autoridades tradicionales en el territorio expresa: “Reconocemos, validamos y colectivamente recuperamos los conocimientos ancestrales que en nuestro territorio nos han permitido, con base en nuestros recursos espirituales y ambientales, sanar las enfermedades de nuestros cuerpos y nuestras almas”. El cumplimiento de las normas está íntimamente ligado con el respeto a la naturaleza, por ejemplo, con el manejo de la tierra para cultivar: “La tierra se calienta, cuando la tierra está cansada tenemos diferentes lotes y los rotamos para el trabajo. Después de un tiempo notamos que la tierra ha construido unas hojarasquitas, que se producen cuando los árboles se van degradando. Entonces es que la tierra se abonó y ya está lista para volver a cosechar”
El cumplimiento de las normas está íntimamente ligado con el respeto a la naturaleza, por ejemplo, con el manejo de la tierra para cultivar: “La tierra se calienta, cuando la tierra está cansada tenemos diferentes lotes y los rotamos para el trabajo. Después de un tiempo notamos que la tierra ha construido unas hojarasquitas, que se producen cuando los árboles se van degradando. Entonces es que la tierra se abonó y ya está lista para volver a cosechar”
LA ESPIRITUALIDAD EN LOS PUEBLOS ANCESTRALES INDÍGENAS Y SU INDISOLUBLE VÍNCULO EN SU RELACIONAMIENTO CON LA NATURALEZA EN SUS TERRITORIOS.
“Desde cuando Pacoré transmitió el conocimiento sobre el manejo y el uso del bosque, aconsejó a su primer alumno Jaibaná yerbatero para que le ayudara a la gente, hiciera el bien y enseñara dicho conocimiento a la gente que tuviera buen corazón y voluntad para servir a su pueblo… Los Embera aprendieron cosas de los animales, los árboles, las plantas, los cogollos, los animales, tienen muchas funciones y destinos, por ello el espacio donde se desarrolla nuestra espiritualidad y nuestro conocimiento es el territorio, en su articulación permanente con todo lo que hay en él”.
Alberto Achito
En el pensamiento de los pueblos ancestrales todo lo contenido en el universo-tierra, astros, fenómenos atmosféricos, animales, plantas y minerales- tienen un origen común y son parte de una misma familia. No hay línea divisoria entre el hombre y los demás elementos de la naturaleza; sin embargo, estos últimos están sujetos al hombre con la condición de que este cumpla su parte de compromiso: hacerles ofrendas, pedirles permiso y respetar sus derechos.
Para los pueblos ancestrales el territorio es la fuente de la vida, lo constituye el espacio de origen de la vida, de la gente, de las plantas, de los animales, el agua, el viento, el día y la noche. Es el espacio vital, parte de su historia y el espacio donde se unen la cultura y el conocimiento.
El “Canto del Jai”
El agua y la tierra son una unidad esencial, el barro es la unidad entre la tierra y el agua. El Jaibaná encarna la condición de pleno equilibrio entre el agua, la selva y el hombre, y a ella debe su poder. De ahí su importancia en la armonización de la espiritualidad con la naturaleza y sus designios en la orientación de los principios que rigen la relación de los pueblos ancestrales con la selva y los ríos. Esa autoridad espiritual es la que puede mantener el orden para el manejo de los territorios, en sus relatos están cifrados los elementos de cohesión y de estructuración del pensamiento, pues, como ejemplo, según sus relatos, “la gran culebra se transforma en arco iris cubriéndose con una corona de plumas de pájaros de colores.”
La espiritualidad de los Jaibanás, hombres de conocimiento, que abarcaba los dominios que llegaban hasta el nivel cósmico, el poder sobre los fenómenos naturales, los animales, la curación de la tierra, actividad propiciatoria de la agricultura, era el soporte principal de un pensamiento del profundo respeto sobre el entorno, pues los Jaibanás “son las almas de los muertos que han encarnado de nuevo en animales de diversa especie”. El Jai es la esencia de las cosas, considerada como algo vital, es el dueño de los espíritus de los animales relacionados con la enfermedad y la muerte, espíritus del aire, el agua y el monte, es la máxima autoridad espiritual y reafirma su papel definitivo en el control y manejo del medio ambiente, en la regulación de los ciclos de cacería y de pesca, en el tamaño de la población humana, para asegurar la continuidad de las especies animales…
Los lugares principales del diario acontecer, selva (tierra) y río, así como el mundo subterráneo y el cielo, aparecen diferenciados y caracterizados, pero el movimiento que los une en su diferencia, los hace parte de una unidad de lo múltiple, como unidad de lo diverso.
“Si aceptamos que ese territorio es parte nuestra, y nosotros parte de la selva, hay abundancia, salud, fortaleza espiritual. Podemos convivir en armonía entre los dos mundos. La selva alimenta nuestro espíritu, el cuerpo físico y el territorio que habitamos”.
Diana Quigua
Para los grupos los pueblos indígenas del Pacífico los saberes ancestrales [9] constituyen un sistema de prácticas, costumbres, informaciones, usos y tradiciones de vida que determinan su existencia. Su cosmovisión es la fuente principal inspiradora de principios y valores éticos que pueden asegurar prácticas sostenibles y convivencia armónica con la naturaleza. Los saberes ancestrales ambientales se entienden como un «sistema complejo de conocimiento-práctica-creencia». En el caso de los Eperara K’Inisia waibua (pensamiento grande), es el que lleva a la fusión de todas las fuerzas y energías de la comunidad, la defensa de la vida, de todas las formas de vida, del respeto,
Los Embera, Katío, Chamí, Wounaan y Tule han habitado las selvas del Pacífico durante milenios, sus referentes de la espiritualidad, principios y sentires, con seguridad, también están presentes en el alma de otros pueblos, como los Eperara Siapidara, que habitan esta franja selvática del país. Los Emberá son “gente de río” y “gente de montaña”, en los tambos ombligan su espiritualidad como soporte para hacer mención a la vida, a la cultura y a su relación con la naturaleza, a través de todos y cada uno de los elementos que conforman la selva. Existe una asociación fundamental entre la flora y la fauna, desde el pensamiento mítico, como una forma de entender el funcionamiento de los ecosistemas, y también desde la geografía mítica representada en algunos lugares por la fauna sobrenatural, íntimamente ligada con las especies naturales, aporta elementos importantes para el conocimiento y comprensión de sus territorios como Espacios de Vida.
Aunque su proceso de aculturación no es uniforme, sus habitantes y sus territorios han sido golpeados por la ignominia, el saqueo de los bosques y el abandono, sus elementos culturales han sufrido grandes transformaciones, especialmente en el vestido y aspecto personal, en los rituales, la cosecha y la recolección, en la transmisión del conocimiento médico y botánico, en la autoridad y el rol de los Jaibanás. Aun cuando llegan cambios sustanciales en el gobierno de las territorialidades, como los cabildos, hay un orden preexistente y unos sistemas de regulación propios de los pueblos: Todo cambio es un pacto de permanencia, tiene que identificar lo que va a permanecer, porque, de lo contrario, solo genera resistencia.
“Si bien el impacto ambiental del nuevo uso que se hace de la selva húmeda en los territorios indígenas, constituye en una verdadera hecatombe, no lo es menos en lo que sucede en el orden social y cultural. A los sistemas de producción que generaban seguridad alimentaria, les sucede el modelo dependiente de mercados externos, al ideal de ordenamiento del territorio desde la propia visión cultural, le sucede la imposición ejercida por actores externos. La colonización y la utilización de los territorios para cultivos ilícitos ha generado un espectro amplio de prácticas ilegales, al igual que la economía extractiva y los agro negocios como el establecimiento de cultivos de palma aceitera.
La llegada de la religión católica acentuada por la valoración del dios católico como el único, ha limitado la concepción y la función de los Jaibanás al de la condición de curanderos. Este cambio de concepción religiosa también limita el conocimiento y la relación de espiritualidad con el territorio y con el uso y manejo de los recursos naturales. La transformación acelerada del pensamiento indígena sobre su territorio, no ha impedido, sin embargo, que se sostenga aún sobre elementos que la tradición y sus mitos revalúan y evolucionan. Desde tiempos ancestrales hasta el presente, los fundamentos espirituales son orientados por los mayores y líderes religiosos que son hombres o mujeres de edad avanzada, de buen corazón, que enseñan mediante consejos para vivir en armonía y la práctica de las rogativas, que son rituales con cantos y danzas para librar a las comunidades de males o acciones dañinas en sus territorios.
Es evidente que la valoración del paisaje regional por parte de la sociedad occidental no es compartida plenamente por las culturas afro indígenas y es, principalmente por la noción de espiritualidad, de memoria y herencia que pervive en su pensamiento y en su concepción de territorio colectivo para la vida. Estas apreciaciones ameritan que cada acción que incida en los ecosistemas, deba contemplar necesariamente la espiritualidad de sus pueblos como valor y principio. Alguien me decía que los mapas primero se elaboran en la mente, antes de dibujarlos en el papel. El desarrollo va más allá de la infraestructura, el desarrollo humano implica una revolución del pensamiento (volver la vista atrás, reforestar la ética ambiental) para entender que el futuro debe estar cimentado sobre el cuidado de la casa común, pues como sostuvo el Padre Stephen Rist: “Un “desarrollo orientado al contorno exterior, y sin relación con el mundo interior, de tipo espiritual, a fin de cuentas, carece no más de sentido…”
Entre las dos vertientes de pensamiento, la del pueblo negro y los pueblos indígenas existen vasos comunicantes, principios que se superponen y coinciden. Hay axiomas definitorios del pensamiento como pueden ser: “Todo lo que existe en el universo está conectado por un hilo espiritual, la fuerza vital no existiría sin esa conexión con la naturaleza”.
Coinciden también al expresar que “Todos somos naturaleza, no importan nuestras creencias”. Así, van tejiendo el pensamiento, en el sentido en que disponen del tiempo y la voluntad para sentarse a pensar, pues nuestros cuerpos son simplemente un caparazón material, que sustenta la esencia del espíritu y de la misión a cumplir en el paso por la vida. Siendo así, el cuidado de la naturaleza es un acto de amor propio. Todo conocimiento debe reflejarse y aportar a la realización de acciones concretas; en esa valoración de sentimientos y relaciones, la Paz Total es lograr la armonía y el equilibrio, y esto implica necesariamente, “entender otras formas de entender”. La espiritualidad en el relacionamiento con la naturaleza se convierte así en un EJERCICIO DE RESISTENCIA.
[1] Ante todo, la desigualdad ambiental es una manifestación contundente de la desigualdad social. En los territorios colectivos, -por lo menos así lo establecen los principios organizativos y culturales- por encima del individuo en el momento de tomar alguna determinación, ejercer alguna actividad productiva o sociocultural, está el bienestar de las comunidades. [2] Época en que los seres humanos, más que las fuerzas naturales, somos la causa principal del cambio planetario, que amenaza la vida en la tierra. [3] Romper el círculo de un mundo en que la vida es un simple acto de compra y venta mercantil; la naturaleza no es, no puede ser, no debe ser, mercancía…. Es un derecho humano inter-generacional. [4] Para los escépticos, la tierra es fuerte, y probablemente nada de lo que hagamos tendrá un impacto importante sobre ella. Oros consideran a nuestro planeta frágil y susceptible de muchos cambios, y hay quienes creen que el planeta está preparado para reaccionar violenta y súbitamente si se le provoca lo suficiente… y parece que ya varias veces lo ha hecho. [5] La “cosmovisión», puede ser entendida como las suposiciones básicas sobre la realidad y su significado, así como la naturaleza del conocimiento. [6] Los secretos son invocaciones que reflejan el poder del legado africano en la medida que por medio de estas invocaciones los afrodescendientes se comunican con sus deidades sin intermediarios. [7] Aun cuando han pasado siglos desde su llegada a América, los principios culturales de génesis africana han sido (re)desarrollados y (re)interpretados en el nuevo mundo, en confluencia con conocimientos asimilados en coexistencia con otros grupos sociales (Emberas y colonizadores españoles). [8] San Francisco de Asís expresa poéticamente su visión de la creación en su “Cántico al Hermano Sol”, escrito en 1226. [9] La denominación de ancestral obedece a su origen y carácter hereditario, sus profundas raíces milenarias, las cuales han sido creadas, transformadas y desarrolladas de manera colectiva por parte de los pobladores, en una relación responsable y respetuosa tanto con el territorio como con la naturaleza circundante, lo cual hace que pertenezca al total de las etnias.
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