El Quinto
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En 2016, Ingrid Salcedo tenía 20 años y estudiaba diseño de modas. Creyó que esa era su vocación profesional y que, además, tenía talento comprobado para ello: durante la secundaria, creó y cosió su propia ropa.
Su trabajo generaba pocos ingresos y a su familia no es que le sobrara dinero. Vivían con lo justo. Aun así, ella regalaba tiempo para ser voluntaria en un pre-ICFES, al que acudían personas de barrios populares de la localidad de Kennedy, en el suroccidente de Bogotá. Sus estudiantes querían preparase para presentar y pasar el examen de ingreso a alguna de las universidades públicas que hay en la capital.
Verónica fue una de esas personas. Ambas hacen parte de la clase popular, como dice Ingrid.
Profesora y estudiante fueron descubriendo que, aunque la educación es un derecho, les costaba demasiado ejercerlo e ingresar a la universidad. En este país, hay derechos de los que no toda la gente puede gozar.
Ellas descubrieron, viviendo sus vidas, que, en Colombia, una numerosa parte de la población no tiene derecho a sus derechos, tan solo porque viene de la clase popular. Esto se agrava si son mujeres. Ellas encuentran más dificultades.
Poquito a poco, se fueron convirtiendo en activistas y lideresas sociales.
Los suyos son liderazgos poco comunes porque su objetivo no es destacarse o ejercer autoridad. Podríamos llamarlos liderazgos de escalera. En ellos, cada persona que logra dar un paso en el ejercicio de sus derechos, le sirve de peldaño a la que viene detrás.
Son liderazgos que descreen de la idea de que uno es pobre porque quiere. Tampoco andan por la vida pensando que para tener éxito hay que competir fieramente contra las demás personas hasta vencerlas y aplastarlas. Ese liderazgo de escalera carece de enemigos. No trata de ganarle a otras individualidades, ni de demostrar que una es la más tesa, persistente y parada.
Incluso, sucede algo contrario a la competencia: cada quien conquista derechos únicamente gracias a que está en el colectivo y el colectivo se construye gracias a que de él hacen parte esas personas que tienen determinación y están dispuestas.
Hoy, Ingrid se va para España a hacer una maestría y Verónica, su estudiante, está cerca de terminar su licenciatura y obtener el grado en Educación Artística.
Ellas saben que no se trata de ascender socialmente, sino de lograr -gracias al esfuerzo individual y colectivo- lo que la sociedad les había negado. Por eso Verónica felicita a su profesora y le declara: “Usted hace parte de la colcha de retazos que voy tejiendo al caminar, esa colcha como símbolo del abrazo o abrigo que pueden ser otrxs en mis procesos.”
Ellas construyeron poder, son poder. Hoy pueden parecerse un poco más a la persona que querían ser, sin dejar de ser la familia que fueron, el barrio en el que crecieron, la universidad en la que estudiaron. Ellas encarnan un poco, al menos un poco, el ideal político del que se hablaba en los movimientos sociales a los que pertenecieron.
En ellas se vuelve cierta la promesa de una mejor vida y una sociedad mejor, más bonita y más sabrosa.
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