Catalina Porras
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“No puede haber una revelación más intensa del alma de una sociedad que la forma en que se trata a sus niños”
Mandela
La esclavitud humana es un estado que parece basarse en deseos egotistas de alguien mediante el sometimiento que este hace de personas consideradas inferiores o que, según el esclavista, deben serlo. La persona a la que somete tiene que entenderlo y asumirlo así. Cada vez que esclaviza, ese alguien persigue llenar un vacío que es cada vez más grande, su insatisfacción es insoluble, se vuelve insaciable y más egocéntrico. Y el sexo ahí funciona como núcleo, como la base de todo.
Quienes vuelven esclavos a otros seres humanos, ven en la niñez lo mejor para satisfacerse, para recrear sus fetiches y romper límites, para exigir el cumplimiento de sus derechos inventados. Los discursos de la liberación sexual y del derecho al sexo se filtran con suavidad hasta que rompen con los derechos reales, estos últimos, tan difíciles de concretar en las actas normativas y tan recientes.
Encuentro, como resultado de mi experiencia de vida cuando fui sujeto vulnerable de derechos en diversas situaciones, contextos y etapas, que hay una relación entre los derechos inventados, la hipersexualización y los derechos reales.
Lo derechos reales surgen del respeto a los límites del otro ser humano, sobre todo, del más vulnerable, de quien no puede cuidarse, de quien no puede entender el entorno y, por tanto, tampoco puede, por su propia cuenta, protegerse. Y he aprendido en el recorrido, al tener una posición de poder en mi pequeño entorno, que entre más poder se tenga, es necesario más inclinación, mayor humildad, mayor respeto, sobre todo, hacia quienes están totalmente a expensas de los adultos para su propia supervivencia.
(Necesito aclarar en este punto que el mío es un poder que solo está en un contexto individual, no se compara con el de los hombres o el de las de personas con privilegios; dicho de otra manera, todavía soy vulnerable, aunque en otra medida, por el hecho de ser mujer y persona sin privilegios).
Acerca de los derechos inventados, parece que ha existido una idea en la vida adulta: crecer es ocupar ese lugar de enajenación para ser el sujeto que “rompe paradigmas”, pertenecer o ser aceptado en algún tipo de grupo social. Esforzarse en creer y hacer creer, que toda su locura está bien, debe permitirse, y, con la complicidad que pasean como secreto a voces en grupos religiosos, políticos de derechas e izquierdas, de ricos y pobres, en etnias, colores y culturas, en diversidades sexuales o entre moralistas de forma, se filtra en todas partes con total impunidad, sin ninguna vergüenza.
En 1974, la artista Marina Abramovic hizo un performance de seis horas titulado Rhythm O, en el que ella se quedaba inmóvil a expensas de sus asistentes. Antes de iniciar, puso sobre una mesa 72 objetos, divididos en dos categorías: inofensivos o de destrucción.
Una vez empezó la actividad, los asistentes, gradualmente, comenzaron a utilizar los objetos de destrucción, sin limitaciones, ni responsabilidades. Se desinhibieron en un sádico frenesí: la ataron, la cortaron, la desnudaron, la agredieron sexualmente y tuvieron otros comportamientos amenazantes, sin ninguna pena por su propia conducta, sin ninguna contención. Por fortuna para ella, había establecido un tiempo límite.
Este ejercicio dejo una prueba sobre la mesa: el ser humano necesita una contención de sus impulsos pasionales. Si no la consigue por su propia cuenta, la debe alcanzar por medio de normas y castigos, para que una sociedad pueda mantenerse controlada y los más vulnerables obtengan protección.
Pero, la sociedad humana tiende a inventarse la trampa una vez se hacen las normas. Viene la defensa a los victimarios. Las personas vulnerables, seguirán siéndolo mientras la llamada justicia y la sociedad misma, creen en la imagen falsa de “gente de bien” de los agresores. Ahí, su grupo social interfiere en complicidad e influyen en su defensa. En la defensa de sus derechos inventados. Por lo que la persona agredida, es muy poco probable que se le repare el daño recibido y seguirá expuesta.
Es decir, en un contexto social y/o legal, se juzga a la víctima por no haberse cuidado y por haber “elegido” a la persona victimaria. El victimario entiende su juego de control y coerción: la víctima es inocente de lo que le sucede, pero, mientras lo va entendiendo, si es que logra hacerlo (superar traumas, entender contextos, normas, derechos), va viviendo una culpabilidad. En la niñez, es mucho más difícil esa situación, porque, ni siquiera, la persona sabe que es lo que pasó y se le pide que lo exprese y se desenvuelva como alguien con experiencia. Entonces, se exige a la víctima entender las reglas del juego (el poder sobre la condición humana) para conseguir, de manera poco probable, justicia.
Eso significa que el ser humano vulnerado se encuentra con un sistema social consagrado a su carácter egoísta; podría pensarse que solo sucede en países en vía de desarrollo, pero ocurre, también, en los autoproclamados desarrollados.
Expresiones de la esclavitud
Steven Van de Velde, deportista de voleibol de Países Bajos, clasificó a los juegos de Paris 2024 pese a haber sido condenado a prisión por abusar sexualmente de una niña de 12 años en 2016. Pasados solo 13 meses de su prisión, recuperó su libertad. Su vida sigue con normalidad. ¿Reparación para la niña? No hay. ¿Repudio para el agresor? Tampoco.
En Inglaterra, una niña de 10 años de origen pakistaní murió a manos de su padre, su madrastra y su tío luego de que la torturaron con brutalidad hasta hacerla morir. El padre dijo: “he matado a mi hija. La castigué legítimamente y murió”. Aun no se sabe la sentencia, pero, lo que es seguro es que no hay reparación.
En Francia, acusaron a Joël Le Scouarnec, cirujano de 72 años, que violó sexualmente a 299 pacientes que tenían una edad promedio de 11 años. Además, al médico se le encontraron unas 300 mil fotografías y videos de violencia sexual infantil. Tan solo se enfrenta a 20 años de prisión, pena que, es posible, se le reducirá. La edad es relevante, por lo que no se trata de las nuevas generaciones y los tiempos modernos, pues se hereda de los antecesores, no al contrario. Es un señor formado en el siglo pasado.
Adam King, un veterinario de 39 años de Chicago, esperaba un hijo con su esposo, por medio de gestación subrogada. Éste, fue arrestado al descubrirse conversaciones en chat, en las que compartía sus fetiches sexuales con menores de nueve años, “sus favoritos”; compartía la violación de sus sobrinos e invitaba a la violación de su bebé tan pronto como naciera.
Surgen alarmas. Revelan que desde 2019, 293 hombres mayores de 50 años han solicitado bebés por subrogación en Gran Bretaña.
En España, siete empresarios pagaron a un grupo de proxenetas infantiles en Murcia, para violentar sexualmente de niñas, pero estos empresarios no irán a prisión por un acuerdo mínimo monetario con un fiscal.
Es ese último país, también se absolvió a un ex comisario de la policía quien tenía videos y fotografías de abuso sexual infantil, que muchas veces se le llama de manera engañosa “pornografía infantil”, pues, las niñas y niños no tienen consentimiento para hacerlo. Quedó libre porque, según la juez, su derecho a la intimidad es superior a la protección de la infancia.
El Defensor del Pueblo en España, presentó un informe en el que estima que la iglesia española agredió sexualmente a 440 mil niñas y niños: el clero pederasta católico. Las cifras se extienden a países como Estados Unidos, Irlanda, Australia, Francia, Alemania y muchos más de todo el mundo.
Al parecer, introducir la pedofilia como orientación sexual, se está poniendo en tema de conversación para que no sean estigmatizados aquellos que sientan atracción sexual contra menores. Así como la erotización de la niñez a manos publicitarias es cuestión de moda al servicio mercantil. Y el uso de la teoría no científica de la “alienación parental” es aún herramienta en estrados judiciales para encubrir pederastas.
En Estados Unidos, los casos de Jeffrey Epstein y Sean “Diddy” Combs demuestra el vínculo que hay entre el poder y la utilización de la niñez para fines comerciales de satisfacción sexual, el fetichismo y el sádico frenesí con la errática idea de que, quienes cometen esas atrocidades tienen el derecho a satisfacer sus “libertad sexual”. La complicidad del grupo social, el dinero y los contactos para mantener impune su secreto a voces, es el éxito corporativo/económico como creen ellos que debe ser. Y la sociedad compra sus discursos con horrores.
Un sistema social consagrado a su egotismo
Estos horrores, no solo ocurre en entornos ostentosos, con personajes extravagantes o con monstruos prototipo de películas de terror. En realidad, hay muchos criminales de la pederastia que son personas amigables del común que se autoatribuyen ser «gente de bien», y la lista de sus acciones es interminable. Según la Fundación de las Naciones Unidas para la Infancia (en inglés, United Nations Children’s Fund, Unicef) en 2023, entre 240 y 310 millones de niños (niños hombres) han sufrido abuso sexual o violaciones en su infancia. En 2020, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) señalan que una de cada 2 niñas y niños de entre 2 y 17 años sufre algún tipo de violencias cada año y la mayoría sucede en entornos familiares. Las cifras pueden seguir.
Martin Luther King dijo que “lo preocupante no es la perversidad de los malvados, sino la indiferencia de los buenos”. Como lo mencioné al comienzo, lo que sucede en la sociedad es parte de lo que ella es y se requiere contención, pero, sucede. Me parece que ahora se esta desnormalizando, pero se debe seguir alerta.
Es necesario acabar con esa tendencia a exigir que la víctima sepa con anticipación los pasos del depredador para cuidarse. Así como cuando ésta busca protección y/o justicia, una vez ha comprendido la maldad recibida, las personas deberían cuidar de lo que expresa ante ellas, utilizando las típicas frases estereotípicas: «niñas brinconas», «porque hasta ahora dice algo», «si no dijo nada, era porque le gustaba», «eso es para sacarle plata», «esta llena de odio, solo quiere acabar con la vida de…» en fin, es una muestra de una sociedad cobarde al poder eslavista que le rodea.
Cada semana santa de la religión católica, me pregunto por Jesús de Nazareth ¿A él le parecería bien ser durante milenios tan cruelmente torturado cada año por los pecados que él no ha cometido, a costa de interpretaciones de una iglesia católica o cristiana que ha hecho horrores con su nombre, horrores de muchos tipos y también sexuales? Y, tampoco es la única iglesia que los hace, infortunadamente.
En fin, es la esclavitud, pues se somete aún más a la víctima, se la toma como un chivo expiatorio para evitar romper con los patrones de poder/obediencia que aún funcionan plenamente en lo social, pero sobre todo en individual. Como dijo Leymah Gbowee “No esperes a un Gandhi, no esperes aun Martin Luther King. Tu eres el cambio que has estado esperado”.
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