
Sandra Campos L
Ecologista, abogada, máster en proyectos de ciudad. Directora del cuarto Seminario Internacional de Convivencia Planetaria: Construimos Biocivilitzación
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Al ver “Nuremberg”, no es la brutalidad explícita ni los crímenes en sí mismos lo que golpea con más fuerza, sino la “normalidad refinada” con la que Hermann Göring, el segundo hombre más importante dentro del nazismo después de Hitler, transita por la pantalla.
No se presenta como un monstruo grotesco, sino como un hombre culto, educado y sorprendentemente carismático, capaz de seducir, bromear y manipular, incluso frente a los fiscales que lo acusan.
Esta aparente normalidad es precisamente lo que hace que su mal sea tan inquietante: un hombre inteligente, con gusto por el arte y la estética, con formación militar, que conoce perfectamente la historia y la política y que, aun así, decide actuar con plena conciencia para destruir, subyugar y dominar.
La película captura esta paradoja con una sutileza admirable. Los silencios, las pausas dramáticas y los gestos calculados de Göring -representado por Russell Crowe- construyen un retrato de un mal racional y sofisticado, que sabe jugar con el escenario, con sus compañeros acusados y con los jueces. No hay gestos exagerados ni gritos histéricos: solo hay una normalidad seductora, que, en realidad, es la fina capa que oculta una brutalidad calculada y planificada.
Es este contraste lo que provoca verdadera incomodidad. Nos obliga a mirar el mal sin filtros ni caricaturas, a entender que su peligrosidad no proviene de la ignorancia ni de la locura, sino de una lucidez moralmente corrupta. Göring nos recuerda que el mal puede ser elegante, racional e incluso encantador, y que esta apariencia de normalidad lo hace mucho más difícil de detectar y combatir.
En última instancia, la película nos deja con una reflexión inquietante: el terror más grande no siempre es el que grita, es el que sonríe mientras actúa, el que sabe hablar bien, seducir y dominar sin que su monstruosidad inmediata sea evidente. Y esta, precisamente, es la razón por la que la interpretación y la construcción del personaje en la película son tan impactantes: porque nos obligan a reconocer que la sofisticación y la cultura no son garantía de bondad, sino que pueden ser armas igualmente devastadoras como tantas otras.
El director nos introduce en este juego casi perverso. Durante la película hay momentos en los que uno puede sentir cierta simpatía por Göring. Esto no es casualidad; es un efecto planificado por James Gunn -el director de la película-, quien eligió Crowe para interpretarlo. Éste es reconocido y amado, entre otras cosas, por su papel como Máximo Décimo Meridio en la película “Gladiador”, en ella, proyecta un carisma y una humanidad que lo convirtieron en un héroe épico: Máximo es valiente, defensor de sus gladiadores, fiel a su familia y capaz de sacrificarse por honor y justicia. Su físico imponente, su mirada intensa y su habilidad para transmitir emociones profundas generan empatía inmediata en el espectador.
El contraste entre ese héroe y Göring es fascinante. En Gladiador, Crowe interpreta a un personaje moralmente íntegro, cuya fuerza y liderazgo son admirables y éticamente incuestionables. En Nuremberg, esas mismas cualidades físicas y carismáticas se transforman: Crowe convierte a Göring en un hombre seductor y magnético, aunque moralmente corrupto. Esta dualidad genera un efecto perturbador: el espectador se siente atracción y repulsa al mismo tiempo, comprendiendo que la apariencia, el encanto y la inteligencia pueden servir tanto para el bien como para el mal. La capacidad actoral de Crowe logra mostrar que la percepción del mal puede ser compleja y sofisticada, y cómo el talento del actor permite explorar esa ambigüedad con profundidad y realismo.
Douglas Kelley y la normalidad del mal
Douglas M. Kelley, el psiquiatra estadounidense asignado a evaluar a los jerarcas nazis antes de los Juicios de Nuremberg, aporta una perspectiva que profundiza aún más en la inquietante normalidad del mal.
Tanto en su libro “22 Cells in Nuremberg”, como en sus informes, la frase recurrente es que estos hombres eran “simplemente criaturas de su entorno”: no eran monstruos fuera de la realidad humana, sino individuos capaces de actuar con brutalidad cuando una ideología, una estructura de poder y un contexto social se lo permitían.
Esta constatación desafía la percepción popular de los nazis como locos criminales; Kelley determinó que la mayoría, incluido Göring, no eran psicóticos ni carecían de responsabilidad, sino personas inteligentes, funcionales, carismáticas y moralmente responsables de sus actos. Gracias a esta visión, pudieron ser juzgados como actores conscientes de sus crímenes y ser juzgados y condenados, y no como enfermos mentales.
El estudio de Kelley demuestra que “personas aparentemente normales pueden cometer atrocidades excepcionales”. Su trabajo pone en cuestión la explicación comúnmente aceptada de que la maldad humana es una enfermedad mental. Muestra que ese comportamiento lo pueden desarrollar individuos racionales y funcionales, lo cual resulta profundamente inquietante.
La relación entre Kelley y Göring ejemplifica esta idea: el mal no es grotesco ni irracional, sino “funcional, inteligente y deliberado”. Para Kelley, esta confrontación fue un choque moral y psicológico, al descubrir que alguien tan normal podía ser responsable de crímenes masivos, poniendo a prueba su comprensión de la naturaleza humana y la responsabilidad ética.
El siquiatra subrayó que los jerarcas nazis eran humanos normales que actuaban en el marco de una cultura dominante que premiaba el odio y el desprecio y promovía la capacidad de participar en horrores como el nazismo. Lo cual, según Kelley probaba ese tipo de maldad podía existir en cualquier sociedad, incluida la de Estados Unidos. Las estructuras sociales, las ideologías totalitarias y el fanatismo podían crear condiciones que fomentaran este tipo de comportamiento.
Las ideas clave de Kelley son esenciales para comprender la película y la historia:
“Los principales criminales nazis no estaban mentalmente enfermos.”
“El mal puede ser racional, inteligente y deliberado”.
“El contexto social y las ideologías pueden llevar a personas normales a cometer actos atroces.”
“No existe un “perfil malvado” universal: el peligro radica en los humanos comunes dentro de un contexto destructivo.”
Esta perspectiva añade una dimensión profunda a la película “Nuremberg”: no solo se trata de juzgar la crueldad de los acusados, sino de “reflexionar sobre la banalidad y sofisticación del mal”, y sobre cómo la sociedad puede crear las condiciones para que incluso personas aparentemente normales se conviertan en perpetradores de atrocidades.


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