César Torres Cárdenas
Investigador, consultor y profesor
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El pasado 30 de agosto, en Nuquí, Chocó, se posesionó la nueva defensora del Pueblo, Iris Marín. Ese día, intervino el presidente Gustavo Petro y muy cerca del final de su discurso dijo: «las periodistas del poder, las ‘muñecas de la mafia’, construyeron la tesis del terrorismo en la protesta y la criminalización del derecho genuino a protestar y a decir basta».
La propia defensora, recién posesionada, rechazó esas afirmaciones y pidió que las diferencias se debatieran y que no se violentara a las mujeres. Otro tanto hicieron varias periodistas, organizaciones del gremio y personajes de la vida nacional.
En este portal, el pasado 7 de septiembre, nuestro colega Roque Monteiro instó al presidente a guardar la compostura, a cuidar el lenguaje y las maneras que usa para enfrentar la arremetida de un sector de la prensa que, en efecto, no ha tenido la menor decencia para tratarlo a él y a su familia.
Es el mismo sector cuyos miembros tienen lazos familiares, sociales o de negocios con empresarios y políticos señalados judicialmente de ser parte de las redes mafiosas. Los mismos que hacen llamados permanentes a derrocar al actual gobierno.
Gustavo Petro debe saber que ese sector está usando tácticas militares milenarias para derrotarlo a él y al proyecto político y social que representa. Le están aplicando lo que señalaba Agustín Saavedra en su comentario sobre el libro El arte de la guerra: “al destruir la moral colectiva e individual del enemigo, se lo vence mentalmente; hasta es posible rendirlo sin violencia y se logra la victoria ideal: ganar sin combatir”.
El mandatario no puede ni derrumbarse mentalmente, ni desmoralizarse. Si lo hace, corre el riesgo de convertirse en un presidente renunciado o, peor aún, inutilizado; tan inútil como los expresidentes Duque o Pastrana. Tampoco, puede declarase derrotado sin haber usado todas las facultades, derechos y garantías que le brindan el Estado de Derecho y las normas y disposiciones emanadas de organizaciones multilaterales e internacionales.
El presidente, en cambio, debe reconocer que no tiene derecho a tratar mal a periodista alguno o alguna, sea quien sea.
Gustavo Petro no puede maltratar ni siquiera a Salud Hernández Mora (empleada de la revista Semana y, por lo tanto, de los señores Gilinsky), aunque ella haya sido infame con Antonella, hija del primer mandatario y menor de edad. Tampoco, a María Jimena Duzán, aunque ella, para desbancar a Vicky Dávila y quedarse con la dirección de Semana, se dedique a insinuar -sin la más mínima prueba o, siquiera, indicio- que el presidente padece enfermedades mentales o adicciones.
Peor aún: el presidente está obligado a no responder, con igual retórica y similar rabia en el tono, los ataques aleves, disfrazados de chistes, que le hacen los gemelos mentales Polo Polo y Samper Ospina.
¿Por qué tiene todas esas prohibiciones el presidente de la República?
En primer lugar, porque él representa a toda la nación, a todas las personas que viven en este territorio llamado Colombia y una parte de esas personas son seguidoras, conscientes e ilustradas o no, de esa calaña de opositores.
En segundo término, porque dos de los fundamentos de la democracia son la libertad de expresión y la de opinión. Ese tipo de periodistas y contadores de chistes, por más tontos o despreciables que sean o parezcan, ejercen esos derechos. El presidente debe respetarlos y convocar a la ciudadanía a que haga lo mismo. Debe dar ejemplo de respeto incondicional a los derechos y garantías consagrados en la Constitución.
Nada de lo anterior nos puede hacer perder de vista que Gustavo Petro es un ser humano al que también le duelen el maltrato y la difamación permanente, sistemática y coordinada de la que es víctima desde hace tantos años. Un humano que también se puede salir de sus casillas.
Hay que reconocer que nunca ha llegado a excesos de furor como los de Carlos Lleras Restrepo, que amenazó con ir armado al Congreso para enfrentar un debate por corrupción; jamás se le ha escuchado, como a Uribe, gritar energúmeno que le iba a dar “en la cara, marica”, a un fotógrafo.
Petro Urrego es, simplemente, una persona que lidera unas ideas y combate otras acerca de quién y cómo se deben dirigir las realidades y destinos de un país. No tiene súper poderes para cambiar, como por arte de magia, todo lo que desea cambiar de sí mismo y del país.
El actual presidente es un humano que obtiene logros, produce avances, se equivoca, comete errores. Es prisionero -como usted o como yo- de sus pasiones, virtudes y defectos. Se le pueden señalar aciertos y falencias.
En su discurso del 30 de agosto pasado, la embarró el señor presidente. Se equivocó inútilmente, porque ellas y ellos no lo dejarán gobernar sin oponerse, sin patalear. Hay que tener la grandeza que no tuvieron sus predecesores y reconocer el error.
Como escribió Darío Echeverri en la Revista Colombiana de Cardiología, ‘‘errar es humano. Ocultar los errores es imperdonable. No aprender de ellos no tiene justificación’’.
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