LA FINCA DE PEDRO – DOMINGO LITERARIO

No soy escritor, soy desempleado

Dicen que hay dos grandes satisfacciones en la vida de un agrónomo: la primera es comprar su propia finca, y la segunda, venderla. No estoy del todo seguro que se den en ese orden, pero he visto a muchos colegas con esa profesión, iluminarse como niños cuando logran, por fin, firmar la escritura del pedazo de tierra que han soñado algunas veces, por décadas.

Yo mismo pasé por ese trance. Soñaba con una casa amplia, corredores generosos, habitaciones suficientes para hijos, nueras, amigos, y una cocina digna de reuniones familiares memorables. Me imaginaba tardes enteras viendo la piscina desde la hamaca, el café servido en vajilla antigua, los nietos corriendo entre los guayabos.

Claro, luego uno crece. O envejece. Y se da cuenta de que el sueño a veces es más bonito que la realidad.

Con todo, yo soy apenas un aprendiz al lado de Pedro, mi cuñado desde hace más de treinta años. Pedro lleva diez, tal vez más, buscando su finca perfecta.

Lo he acompañado a ver terrenos en Cajicá, en Guasca, en Tenza, en Anapoima. Leíamos los clasificados como si fueran parte de un ritual dominical, y hacíamos llamadas que nunca terminaban en acuerdos. A todas las fincas les encontraba un defecto: que muy lejos, que, sin agua, que, con vecinos escandalosos, que la vista no era la mejor. Llegué a pensar que en realidad no quería comprar nada. Lo suyo era el acto de buscar, no de poseer.

Pero el destino, que a veces tiene un humor peculiar, lo llevó a encontrar no una, sino dos fincas. Y todo por cuenta de una llamada casual.

Una colega suya, casada con un médico que tenía plata sin saber en qué gastarla, lo llamó a pedirle consejo. Querían una finca cerca de la ciudad, para escapar del ruido y el tráfico. Pero no sabían por dónde empezar. Y Pedro, que llevaba más de una década en eso, era su candidato ideal.

—Justo este fin de semana voy a ver unas fincas en el Valle de Tenza —le dijo.

Y así, entre lluvias y cafés recién hechos en la bomba de Machetá, partieron hacia Garagoa. Allí los esperaba un corredor inmobiliario que hablaba demasiado, pero tenía acceso a propiedades que valían la pena. Pedro, como siempre, llevaba un cuaderno de notas y su lupa mental.

Esa salida, contra todo pronóstico, marcó un giro. No solo encontraron una finca. Encontraron dos. Y ambas eran… como él las había descrito mil veces.

Desde ese día se acabaron las vacaciones en el extranjero o sitios exóticos del país, se convirtieron sus vidas en una deliciosa rutina a la finca, por eso de acondicionarla al gusto de cada uno de los depositarios de tan excelsos terrenos, cada cual con sus propios intereses de como esperaban ver el futuro de sus predios, ella dedicada a la siembra del jardín y organizar la parte productiva de la finca, por que finca que se respete debe ser productiva, aunque no necesariamente rentable…y el, luchando contra la leña mojada para hacer el almuerzo…claro que departí con él, tal cual cerveza, entre prueba y prueba del asado, —tiene sus ventajas cocinar—, ensayamos papas y yucas asadas bajo el rescoldo, plátanos a la parrilla, también unos sancochos trifásicos de los que es experto Pedrito.

El sí puso en práctica la ingeniería que aprendió de estudiante, diseño la cabaña, organizo la sociedad con el agricultor para sembrar los cultivos industriales…es relajante pasear con Pedrito por la finca sin el acelere de mi hermanita…en uno de esos paseos me confesó:

—ya estoy mamado del trabajo de la finca, como que hice mal negocio, soñaba diferente mi finca, la quería para llegar, sentarme en una mecedora a mirar las montañas a lo lejos e imaginar que toda estaba hecho, leer, escuchar música y tomarme un buen wiski.

Días después, compartiendo el almuerzo familiar con mi amiga Sara, una frase suya me dejó pensativo:

—El esposo de Mireya es viejito —dijo, como quien menciona el clima.

—¿Sí? —respondí, un poco confundido.

—¿Cuántos años tiene?

Nunca he sido bueno para recordar edades, ni de mis hijos, tan siquiera. Supongo que es una forma de proteger el bolsillo de las celebraciones. Pero sin pensar respondí:

—Tiene 84.

—¿Y era que tenía platica? Me pregunto intrigada.

Como he sido bueno para embalar a los demás, no dude en responderle:

—Cuando Mireya se casó con él, era una joven ambiciosa, y él ya tenía la vida resuelta. No era millonario, pero estaba muy cerca. Quizás eso bastó para que ella se embarcara en esa travesía, y ahora Pedro, el incansable buscador de fincas, criaba a un hijo pequeño de 24 años, con una ternura que desmentía todos los prejuicios.

Lo ví la mañana del pasado lunes, empacando el almuerzo de su hijito. Le pregunté si era necesario ese aderezo aparte para la ensalada, y me respondió como buen cocinero:

—Si se lo echo de una vez, para la hora del almuerzo ya está deshidratada la lechuga.

Son esos gestos sencillos los que delatan la grandeza. También el auto estaba tanqueado a tope. El término de “padre ejemplar” me quedó corto. La rudeza del campo no le había quitado la dulzura de la paternidad.

Pensé entonces que, si yo me hubiera casado con una mujer 30 años mayor, quizá hoy estaría colgado de un chinchorro, bajo un bohío en el Caribe, con un whisky en la mano. Pero en cambio estoy escribiendo esta historia, buscando sentido en los caminos de otros.

Mi amiga Sara no es chismosa, pero entre los más cercanos compartimos verdades sin filtros. Cada persona es un mundo, y todos vivimos en realidades paralelas.

Pensaba en los cuerpos que vemos por la calle. Las curvas perfectas, los rostros tallados. ¿Y si todo es relleno? En 2025 ya nos cuesta distinguir lo natural. Y me pregunto: ¿qué verán mis nietos en 50 años? ¿A qué llamarán belleza? ¿A qué llamarán amor?

Releí hace poco «El sol desnudo» de Asimov. Allí los humanos se fabrican en serie, no envejecen, no se tocan. En ese futuro, el comentario de Sara no tendría sentido. Y Pedro, no estaría viejo, tal vez, sería solo un archivo de memoria en una nube lejana.

Pero hoy está aquí. Con su finca. Con su hijo. Con su café bien hecho. Y eso, a mi modo de ver, es una forma de eternidad.

3 respuestas a «LA FINCA DE PEDRO – DOMINGO LITERARIO»

  1. Avatar de Aurora
    Aurora

    Nuestra realidad así somos los seres humanos.

  2. Avatar de Edguitocar
    Edguitocar

    Aplausos!!!!

  3. Avatar de PatyHu
    PatyHu

    Mi estimado Leonardy, así somos los agrónomos, los soñadores y los que ya estamos grandes.
    Un abrazo, mi querido amigo.

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