Porque el despojo no siempre llega con tanques, pero casi siempre llega con decretos

El Punk
Reportero político-musical
•
(Pensando en La Gente del Fracking)
En Glastonbury, el músico nigeriano Seun Kuti lanzó una provocación al público europeo: “Liberen a Europa del fascismo, del racismo, del imperialismo. Cuando hagan eso, Gaza será libre”. A muchos nos estremeció. No solo por el grito dirigido hacia afuera, sino porque nos obligó a mirar hacia adentro. ¿Y si el despojo que denunciamos en Gaza también se manifiesta, con otros métodos, en nuestra propia casa?
No es una comparación superficial. Lo que sucede en Palestina —el despojo sistemático de un pueblo y su territorio— tiene su espejo en muchas geografías del sur global. No por igual, pero sí bajo lógicas semejantes: desplazamiento, ocupación, apropiación. En Palestina, el capital opera con tanques y bombardeos; en Colombia, lo hace mediante decretos, figuras jurídicas y reordenamientos institucionales que acaban con la autonomía local. En ambos casos, el resultado es el mismo: el pueblo queda subordinado a intereses ajenos que controlan el territorio sin su consentimiento.
La referencia a Gaza no es solo geopolítica, es epistémica. Porque también hay una colonización del pensamiento que nos obliga a mirar siempre hacia afuera, como si las causas justas fueran solo las que ocurren lejos. Mientras exigimos el fin del genocidio en Palestina —como debe ser—, pasamos por alto las formas en que nuestras propias instituciones reproducen dinámicas de despojo en nombre del desarrollo. Apoyar a Palestina también implica abrir los ojos ante los procesos que, aquí mismo, invisibilizan a los pueblos en nombre del mercado.
En Colombia, por ejemplo, se abre paso la Región Metropolitana Bogotá-Cundinamarca (RMBC), una figura institucional que, detrás del discurso de la conectividad y el desarrollo, encubre un proyecto de reordenamiento territorial funcional al capital y contrario a la vida campesina.
Los hechos hablan por sí solos. En Mosquera, Funza, Soacha, Madrid y, ahora, Fusagasugá, los suelos agrícolas y las reservas ecológicas se empiezan a convertir en bodegas, carreteras y urbanizaciones. Fincas que producían alimentos ahora almacenan mercancía. Microcuencas que surtían acueductos veredales son atravesadas por tramos de proyectos de movilidad. Y detrás de todo esto, un modelo de ciudad-región que se expande sin consultar a quienes viven en los bordes.
No es necesario citar a Harvey para ver lo evidente: la acumulación por despojo está ocurriendo. Las comunidades lo han denunciado con ejemplos concretos: la minería en Sibaté, la pérdida del agua en Pasquilla, la contaminación en Tunjuelo, los humedales fragmentados en Cota. Todo con el aval de planes de ordenamiento territorial hechos a la medida de los grandes proyectos.
En Fusagasugá, donde en 2019 la ciudadanía dijo “no” al fracking en una consulta popular, ahora se pretende imponer la entrada a la Región Metropolitana sin consultar con nadie. La misma gente cuya existencia corría el riesgo de empeorar si se hacía esa clase extractivismo es la que ahora deberá defender su existencia contra el avance del urbanismo logístico.
El pomposo nombre de integración regional no es más que una coartada. Se usa para cambiar el uso del suelo, para que la propiedad del mismo quede en pocas manos, para que nadie se pueda oponer, nadie pueda resistir. En nombre del supuesto interés general, se criminaliza a quienes defienden el agua, el suelo y el aire.
Desde Gaza hasta Fusagasugá opera una misma lógica: hacer del territorio un recurso y del pueblo un obstáculo. No se trata de importar causas ajenas, sino de entender que la injusticia tiene ecos, escalas y nombres distintos, pero patrones comunes. Y que muchas veces esos patrones no vienen del exterior, sino que están tan interiorizados que aprendimos a llamarlos “planificación”.
Hablar de Palestina no nos aleja de nuestras veredas. Nos recuerda, más bien, que hay una misma joda: la de un modelo que privatiza, desplaza y mercantiliza. Por eso, desde esta esquina del Sumapaz, también gritamos: que Gaza sea libre, que Fusagasugá resista.
Deja una respuesta